Por Ernesto Carmona*
Las
600 páginas de "La CIA y la Guerra Fría cultural", de Frances Stonor
Saunders, recorren los millonarios esfuerzos de EE.UU. por imponerse
sobre la cultura y el arte del campo socialista.
Saunders
caracteriza la Guerra Fría como la lucha por el control de las mentes
entre los dos bloques políticos -socialismo versus capitalismo- que se
confrontaron hasta fines de los 80. La eficacia del lavado de cerebro
implementado por la CIA explicaría la sumisión europea de hoy a la
política imperial de George W. Bush.
“...Y
la verdad os hará libres (Juan 8:32)” reza en las paredes de la CIA en
Langley, Virginia. Sin embargo, la agencia elevó el embuste a la
categoría de ideario filosófico. Acuñó la doctrina de “la mentira
necesaria”, puso los dólares y aportó la retórica sobre “libertad” y
“cultura”.
Esta
prédica libertaria inundó Europa y América Latina mientras EE.UU. aún
aplicaba el apartheid y experimentaba fármacos de “control mental” en
pacientes siquiátricos. En esos años, el FBI llevó a la silla eléctrica a
Ethel y Julius Rosenberg, en un juicio amañado mientras el macarthismo
arruinaba la vida de miles de ciudadanos acusados de pro comunistas.
La
CIA sostenía que la Unión Soviética perseguía a los artistas e
intelectuales disidentes, justo cuando en EE.UU. ocurría lo mismo bajo
el imperio de la delación y la caza de brujas. El pasado que abordó la
escritora es prácticamente igual al presente. Sólo que ahora el
“comunismo” tiene como sustituto al “terrorismo”.
El
Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC) fue el instrumento central
de la operación ideológica de la CIA, constituido como una organización
asentada en París con apoyo de los servicios de inteligencia francés y
británico. Washington “pagó la música”… sin fijarse en gastos. Entre
crímenes y golpes de Estado, la CIA se dio tiempo para funcionar también
como ministerio de la Cultura.
SARTRE NO SE CONTAGIÓ
La
revista Encounter -Encuentro- fue el “acorazado insignia” de esta
operación. O más bien el transatlántico de lujo del Congreso
norteamericano, porque pagó viajes, hoteles, becas, artículos,
ediciones, conciertos y exposiciones. Pocos artistas e intelectuales se
resistieron a aparecer en las 50 revistas “culturales” de la CIA y el
CLC, a publicar sus libros en grandes tiradas, a que sus piezas
musicales fueran ejecutadas por la Sinfónica de Boston o que sus obras
fueran mostradas en exposiciones itinerantes del Museo de Arte Moderno
de Nueva York.
La
CIA embaucó o utilizó a sabiendas a la intelectualidad europea y
latinoamericana durante más de dos décadas. Cuando The New York Times
destapó la olla, en mayo de 1967, todos dijeron “yo no sabía”. Encounter
se hundió ese mismo año, lentamente, como el Titanic, pero... en 1996
fue reflotada en España como Encuentro.
Excepto
Jean Paul Sartre, Albert Camus y otros pocos, la Europa pensante cayó
en las redes de la fachada cultural de la CIA, urdida por el agente
Michael Josselson. La intelectualidad se mostró dispuesta a ingerir el
discurso de “libertad cultural” y a repeler todo lo que oliera a Unión
Soviética. Especial mención merece en este libro el "anarquista" inglés
George Orwell, que fungió como activo militante reclutando a
intelectuales que dudaban de ingresar a esta mafia.
Desde
el filósofo pacifista británico Bertrand Russell al ideólogo demócrata
cristiano Jacques Maritain, las mentes más brillantes del Viejo Mundo se
pusieron al servicio de EE.UU. La cruzada cultural fue financiada con
partidas secretas del Plan Marshall y dinero lavado por la CIA a través
de una docena de fundaciones estadounidenses.
Bertrand
Russell presidió la telaraña del CLC internacional. Dimitió cuatro
veces, hasta que en 1956 se alejó para siempre. El centro en París tuvo
también sucursales en otros países de Europa, América Latina y en India,
además del American Committee for Cultural Freedom, que se disolvió en
Nueva York en 1957, tras grandes pleitos internos entre “duros” y
“blandos”.
El
CLC acogió como directivos, participantes activos o simpatizantes a
Igor Stravinsky, Benedetto Croce, T.S. Elliot, Karl Jaspers, André
Malraux, Ignacio Silone, Jean Cocteau, Isaiah Berlin, Ezra Pound, Claude
Debussy, Laurence Oliver, Salvador de Madariaga y muchos otros. El
líder del CLC en Chile fue Jaime Castillo Velasco, ideólogo de la DC y
valiente defensor de derechos humanos durante la dictadura.
Cuando
el CLC se constituyó en Berlín, en 1950, la CIA pagó los gastos de 200
delegados y 4.000 asistentes recibidos por el alcalde Ernest Reuter, un
ex comunista que conoció a Lenin. Entre otros acudieron Arthur Koestler,
Arthur Schlesinger Jr. (después asesor de J.F. Kennedy), Sydney Hook
(ex izquierdista radical), James T. Farrel, Tennessee Williams, el actor
Robert Montgomery, David Lilienthal (jefe de la Comisión de Energía
Atómica de EE.UU.), Sol Levitas (editor de New Leader), George Schuyler
(editor del Pittsburg Courier) y el periodista negro Max Yergan. La
presencia de “gente de color” contrarrestaba las críticas europeas a la
segregación racial.
También
participaron los británicos Hugh Trevor-Roper (que resultó crítico y
desde el principio sospechó la injerencia de la CIA), Julian Amery, A.J.
Ayer, Herbert Read, Harold Davis, Christopher Hollis, Peter de
Mendelssohn. Desde Francia llegaron Malraux, Jules Romain, Raymond Aron,
David Rousset, Rèmy Roure, Ander Phillip, Claude Mauriac y George
Altman. De Italia, Ignacio Silone, Guido Piovene, Altiero Spinelli,
Franco Lombardi, Muzzio Mazzochi y Bonaventura Tecchi.
En
el festival Berliner Festwochen, convocado en 1964 por el alcalde de
Berlín, Willy Brand, el CLC financió la participación de Günther Grass,
Jorge Luis Borges, Langston Hughes, Roger Caillois, Woly Soyinka, Cleant
Brooks, Robie Macauley, Robert Penn, Warren James Merrill, John
Thompson, Ted Hughes, Herbert Read, Peter Russel, Stephen Spender,
Pierre Emmanuel, Derek Walcott y muchos más, entre ellos Keith Botsford,
encargado de la CIA-CLC para América Latina.
La
Fundación Fairfield fue la principal tapadera de la CIA para encubrir
los gastos. En el rubro “Viajes y estudios” hubo una multitud de
beneficiarios, entre otros Mary McCarthy, el pintor chileno Víctor
Sánchez Orgaz, el poeta Derek Walcott, Patricia Blake, Margerita
Buber-Neumann, Lionel Trilling y Alfred Sherman, colaborador de The
Spectator.
Los
líderes del Comité Americano fueron Hook, Irving Kristol -después
ferviente partidario de Reagan- y Sol Stein, un trío de ex
izquierdistas. Entre los “blandos” figuraron Schlesinger, Koestler,
Reinhold Niebuhr, Henry Luce, dueño de Time-Life, James T. Farrel,
Richard Rovere, de The New Yorker, Norman Thomas, ex presidente del
Partido Socialista y candidato a la Casa Blanca en seis ocasiones, y
Phillip Rahv, director de Partisan Review.
El
CLC prefirió a intelectuales de Izquierda no comunistas o, al menos, a
anticomunistas moderados tipo Bertrand Russell. Pero en Nueva York se
impusieron los “duros”, como Lionel y Diana Trilling, y la conexión
sionista de Jason Epstein, James Burnham, Arnold Beichmann, Peter
Viereck, Clement Greenberg, Elliot Cohen, director de Commentary, y los
izquierdistas Mark Rothko y Adolph Gottlieb. Pocos escritores y artistas
de EEUU desoyeron los llamados del CLC, entre otros Arthur Miller,
Norman Mailer, Erskine Caldwell, Upton Sinclair, Howard Fast, Ben Shahn,
Ad Reinhart, Paul Robeson, George Padmore y John Steinbeck, quien
después sucumbió, al final de su vida, apoyando la guerra en Vietnam.
LA CIA PAGÓ LA MÚSICA
EE.UU.
estimó que la música calaba la mente y la sensibilidad europeas más
rápido que otras artes. Por eso, el lavado de cerebro comenzó con
grandes conciertos, organizados por el agente Nicolás Nabokov, un
mediocre y frustrado compositor ruso -primo del autor de Lolita-, quien
organizó conciertos y festivales reclutando músicos alemanes, sin asco
por su pasado nazi. Bien pagados, actuaron la Sinfónica de Boston y la
soprano negra Leontine Pryce. Yehudi Menuhin, su maestro rumano Georges
Enesco y los ex nazis Herbert Von Karajan y Wilhelm Furtwängler que
recibieron becas y dinero.
Desde
su primer festival musical de 1951, Nabokov consiguió obras o
actuaciones de Igor Stravinsky, Aaron Copland, Samuel Barber, del New
York City Ballet, la Boston Simphony Orchestra, James T. Farell, W.H.
Auden, Gertrude Stein, Virgil Thompson, Allen Tate, Glenway Westcott, la
participación del Museo de Arte Moderno de Nueva York y de muchos
otros.
Tampoco
negaron su colaboración Cocteau, Malraux, De Madariaga, Oliver, William
Walton, Benjamin Britten, la Opera de Viena, la Opera del Covent
Garden, la Trouppe Balanchine, Czeslaw Milosz, Ignacio Silone, Denis de
Rougemont y Guido Piovene. El elenco de setenta artistas negros de la
ópera Porgy and Bess hizo presentaciones por casi diez años. También
actuaron Dizzy Gillespie, Marian Anderson, William Walfield, y multitud
de artistas seleccionados por un comité secreto de presentaciones
culturales coordinado con el Departamento de Estado.
PROMOCIÓN DEL LIBRO Y LA LECTURA
La
CIA no descuidó los libros. Publicó millones de ejemplares además de
lanzar tras “la cortina de hierro” miles de biblias. “Los libros son
diferentes a todos los demás medios de propaganda -escribió uno de los
jefes del Equipo de Acciones Encubiertas de la CIA-, fundamentalmente
porque un solo libro puede cambiar de manera significativa las ideas y
la actitud del lector hasta un grado que no se puede comparar con el
efecto de los demás medios, (por lo que) la publicación de libros es el
arma de propaganda estratégica (de largo alcance) más importante”.
“Hacer
que se publiquen o distribuyan libros en el extranjero sin que aparezca
la influencia de EE.UU., subvencionando de forma encubierta a las
publicaciones extranjeras o a los libreros” fue un objetivo de la CIA.
“Hacer que se publiquen libros que no estén ‘contaminados’ por ninguna
vinculación pública con el gobierno de los EE.UU., especialmente si la
situación del autor es “delicada”.
Cuatro
cuartetos, de T.S. Elliot, fue arrojado como arroz sobre los países
socialistas, mientras La tierra baldía se reproducía una y otra vez.
Hubo versiones cinematográficas de los libros de George Orwell y se
reprodujo Regreso de la URSS: el cero y el infinito, de André Gide y El
libro blanco de la revolución húngara, de Melvin Lasky, un ex marxista
que merodeó en el Cominform, la contraparte soviética del CLC. A fin de
cuentas, los soviéticos no hicieron más que responder a lo que hacía la
CIA.
También
se publicaron títulos de Herbert Lüthy, Patricia Blake, Max Hayward,
Leopoldo Labedz, Bertrand de Jouvenel, Nicolo Tucci, Luigi Berzini,
Boris Pasternak, Nicolás Maquiavelo, André Gide, Louis Fischer, Richard
Wright, y... Anton Chéjov, traducido y publicado por la Chekhov
Publishing Co., editorial subsidiada en secreto. La CIA también publicó a
agentes de sus propias filas, como John Hunt, James Michener y William
Buckley, a quien la agencia encomendó “que ayudase a otro intelectual,
el marxista peruano Eudocio Ravines, a terminar su influyente libro El
camino de Yenán.
El
esfuerzo editorial CIA-CLC reprodujo también La nueva clase, de Milovan
Djilas, un estudio sobre la nomenklatura, y otros textos
“significativos” editados por Frederick A. Prager Inc. Los
“intelectuales propios”, en tanto, publicaban artículos en todos los
medios influidos o controlados por la CIA.
COMPAÑEROS DE VIAJE
La
CIA llamaba “compañeros de viaje” a los amigos de los comunistas, pero
también reclutó los suyos para el CLC, de preferencia intelectuales
progresistas bien vacunados contra el virus del comunismo. William
Donovan, uno de los fundadores de la CIA, se hizo amigo en Europa de
Antoine de Saint-Exúpery y de Ernest Hemingway. Hemingway, sin embargo,
jamás se interesó en el CLC y terminó siendo espiado por el FBI durante
25 años, hasta su muerte en 1961. Edgard J. Hoover supo cuando el Nobel
se internó con nombre falso en una clínica de Minnesota para tratarse
una depresión que lo condujo al suicidio.
Notorias
compañeras de viaje del CLC-CIA fueron Hanna Arendt, ex pareja del
filósofo alemán Martin Heidegger -quien no se llevó mal con los nazis-, y
su íntima amiga, Mary McCarthy.
También
se involucraron, participaron y/o beneficiaron otros notables como
Alberto Moravia, quien asistió a un evento “cultural” armado por Nabokov
en 1960 en la isla veneciana San Giorgio, junto con John Dos Passos,
Julian Huxley, Mircea Eliade, Thornton Wilder, Guido Piovene, Herbert
Read, Lionel Trilling, Robert Pen Warren, Stephen Spender, Isak Dinesen,
Naum Gabo, Martha Graham, Robert Lowell, Robert Richman, Franco
Venturi, Iris Murdoch, Daniel Bell, Armand Gaspard, Anthony Hartley,
Richard Hoggart y el indio Jaya Praksash Narayan, entre muchos otros. La
Fundación Ford fue la más relevante lavadora de dinero para actividades
“culturales”, aunque la CIA también levantó tapaderas propias y seguras
como la Fundación Farfield, cuyo “palo blanco” fue “Junkie”
Fleischmann, folclórico millonario que terminó creyéndose “mecenas” a
costa del dinero ajeno.
Además
se usaron las fundaciones y/o fondos Andrew Hamilton, Bacon, Beacon,
Borden Trust, Carnegie, Colt, Chase Manhattan, Edsel, Florence, Gotham,
Hobby, Hoblitzelle, Kentfield, Josephine and Winfield Baird, J.M.
Kaplan, Lucious N. Littauer, M.D. Anderson, Michigan, Rockefeller,
Ronthelyn Charibable Trust, Shelter Rock, Price, etc.
El
dinero circuló por una maraña de sociedades culturales en cuyos
consejos se repetían los nombres de directores de fondos, fundaciones,
bancos y hasta agentes de la CIA. La agencia adquirió maestría en evadir
impuestos por sus “donaciones” encubiertas y dificultó las
investigaciones que en los 60 haría el congresista Wright Patman y en
los 80, el senador Frank Church.
LAS REVISTAS
Las
revistas financiadas por el CLC-CIA dieron trabajo a una multitud de
colaboradores mediocres y desconocidos. El plan era “poner a navegar en
primera clase a figuras de segunda”, en compañía de intelectuales
relevantes que sabían o no para quién trabajaban. La agencia de noticias
Forum World Features y las radios Europa Libre y Liberty emplearon una
multitud de periodistas e intelectuales. La primera revista fue Der
Monat, fundada en Berlín en 1949, como un “puente ideológico” con los
escritores europeos, dirigida por Lasky, del trío que forjó estas redes
(con Nabokov y Joselsson).
Encounter
llegó a ser la más importante, también dirigida por Lasky, gran
censurador de los artículos críticos a EE.UU. de autores que de verdad
creyeron estar haciendo “periodismo libre de opinión”. Preuves se fundó
en París en 1951, como antagonista de Les Temps Modernes de Sartre y
Simone de Beauvoir. Paris Review apareció en 1953, animada por George
Plimpton y el agente de la CIA Peter Matthiessen: allí trabajó Frances
Fitzgerald, hija del jefe de la CIA encargado de planificar el asesinato
de Fidel Castro.
En
Italia aparecieron Libertá della Cultura y Tiempo Presente (1956),
animadas por Silone y Nicola Chiaromonte como desafío a Nuovi Argumenti
(1954), de Alberto Moravia. Nuova Italia, dirigida por Michael Goodwin,
sólo recibió subsidios. Otro grupo, en el que también estuvo Silone,
animó en Londres Censorship (1964-67), que en 1972 reapareció como Index
on Censorship, financiada esta vez por la Fundación Ford. El periódico
izquierdista francés Franc-Tireur recibió subsidios del CLC cuando lo
dirigía George Altman, al igual que el Figaro Littéraire. En lengua
árabe apareció Hiwar, en 1962. Transition, en Uganda, 1968; Quadrant, en
Australia -todavía existe-; Quest en la India, 1955; y Jiyu, en Japón.
Hubo otras que integraron la vasta madeja, como Forum, National Review,
Science and Freedom y Soviet Survey.
En
EE.UU. hubo publicaciones propias y otras subsidiadas mediante compra
de ejemplares que la CIA-CLC distribuía en Europa y el resto del mundo:
Partizan
Review, Daedalus, Hudson, Kenyon, Poetry, Sewanee y The Journal of the
History of Ideas. La CIA aportaba las plumas de Kostler, Chiaromonte,
Mary McCarthy, Alfred Kazin y otros, por cuenta del American Committee.
New Leader, a cargo de Levitas, recibía subsidios de Times Inc. a cambio
de “información sobre tácticas y personalidades del comunismo en todo
el mundo”.
LIBRO CON FINAL ABIERTO
Cuadernos
fue lanzada en París en 1953 para penetrar el mundo intelectual de
América Latina. Su primer director fue Julián Gorkin, dramaturgo y
novelista hispano, co-fundador, en 1921, del Partido Comunista de
Valencia, España, y ex activista del Cominform. Después que Cuba
popularizó la revista Casa de las Américas, Cuadernos se transformó en
los 60 en Mundo Nuevo, bajo la conducción del uruguayo Emir Rodríguez
Monegal. Los grandes de la literatura regional, como el argentino Julio
Cortázar, rehusaron publicar en sus páginas.
Ya
no existe el CLC, pero la CIA no ha abandonado su misión. En 1996 lanzó
en Madrid la revista Encuentro, dirigida por el cubano Jesús Díaz, con
financiamiento de la Fundación Ford y del Fondo Nacional para la
Democracia, “organización privada sin fines de lucro” creada en 1983
“para promover la democracia a través del mundo”. También financia en
Venezuela a las organizaciones empresariales que conspiran contra el
gobierno de Hugo Chávez.
“Siempre
cabe la posibilidad de que un libro de ficción arroje alguna luz sobre
las cosas que antes fueron contadas como hechos”, escribió Hemingway, en
el prólogo de París era una fiesta. Saunders hizo lo contrario: relató
hechos verídicos para desmontar una ficción que también atañe al
presente.
Una vez más, la realidad es superior a la ficción. Como el
juego sucio no ha terminado, la historia tiene abierto el final.
El
hispano Javier Ortiz se formuló una pregunta inevitable: “¿Qué
profesionales españoles de la comunicación serán los que trabajan para
la CIA? No me refiero a gente que lo esté haciendo sin conciencia de
ello -que de ésos puede haber toneladas-, sino a los que lo hacen a
sabiendas, porque están en nómina”. Las dudas de Ortiz son válidas en
todo el planeta y para todas las profesiones vinculadas a la cultura.
Fuentes: La Haine / cubarte.cu
Tomado de Cubaperiodistas
*Ernesto
Carmona Ulloa es escritor y periodista chileno, nacido en Temuco. Se
formó como periodista en la escuela de Periodismo de la Universidad de
Chile y es columnista de varias publicaciones de América Latina, EEUU y
Europa.
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