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Grotesca réplica de EEUU a oferta cubana

sábado, 4 de enero de 2014
Por Manuel E. Yepe*

 
“Estados Unidos está abierto a dialogar con Cuba si garantiza la protección de los derechos humanos” es el título que dio el diario El Nuevo Herald, vocero de la extrema derecha cubano-americana de Miami, a un despacho de la agencia de prensa francesa (AFP) de diciembre 24 de 2013. “El gobierno de Estados Unidos está abierto a forjar una nueva relación con Cuba cuando el pueblo cubano disfrute de las protecciones a los derechos humanos fundamentales y la habilidad de determinar libremente su propio futuro político”.

Tal fue la respuesta poco seria de Washington, formulada por “un funcionario de alto rango de la diplomacia estadounidense que pidió el anonimato” a una oferta de diálogo reiterada por el Presidente Raúl Castro al inquilino de la Casa Blanca en el discurso de clausura del Segundo Período Ordinario de Sesiones de la 8ª Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular (Parlamento cubano) el 21 de diciembre último.

En aquella ocasión, el Primer Mandatario de Cuba expresó que “si en los últimos tiempos hemos sido capaces de sostener algunos intercambios sobre temas de beneficio mutuo entre Cuba y los Estados Unidos, consideramos que podemos resolver otros asuntos de interés y establecer una relación civilizada entre ambos países como desea nuestro pueblo y la amplia mayoría de los ciudadanos estadounidenses y la emigración cubana.

“En lo que a nosotros respecta, -enfatizó el Presidente Raúl Castro- hemos expresado en múltiples ocasiones la disposición para sostener con Estados Unidos un diálogo respetuoso, en igualdad y sin comprometer la independencia, soberanía y autodeterminación de la nación. No reclamamos a Estados Unidos que cambie su sistema político y social ni aceptamos negociar el nuestro. Si realmente deseamos avanzar en las relaciones bilaterales, tendremos que aprender a respetar mutuamente nuestras diferencias y acostumbrarnos a convivir pacíficamente con ellas. Solo así; de lo contrario, estamos dispuestos a soportar otros 55 años en la misma situación”.

En la clausura del X Período Ordinario de la 7ª Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en diciembre 13 de 2012 el Presidente cubano había dicho, a pocas semanas de que se iniciara el segundo periodo de mandato del presidente Barack Obama, que “de la misma forma que Cuba jamás renunciará a la defensa de la independencia y la autodeterminación, reitera una vez más a las autoridades norteamericanas la disposición al diálogo respetuoso, basado en la igualdad soberana, sobre todos los problemas bilaterales, a la vez que continúan sobre la mesa nuestras ofertas de cooperación en cuestiones de interés común, sin precondiciones o gestos previos”.

La oferta de diálogo de parte del gobierno cubano no es nueva. De hecho puede decirse que esa ha sido una disposición invariable de La Habana desde que surgieron las primeras objeciones oficiales estadounidenses al proceso político cubano tras el triunfo de la revolución en 1959 y su líder, Fidel Castro, viajó a Washington para sostener conversaciones llamadas a dejar claras la disposición cubana de sostener una relación respetuosa, sin injerencias en los asuntos internos de las  partes.

Lo que sí ha variado una u otra vez ha sido el pretexto para rechazar la oferta.
Inicialmente fue el tema de la nacionalización de propiedades extranjeras en Cuba, un programa básico de la revolución que afectó a varios países con nacionales que poseían importantes industrias o grandes fincas en la Isla. Todos estos inversionistas – excepto los de Estados Unidos, a quienes les fue vedado por su gobierno negociar con el gobierno cubano una compensación mutuamente aceptable acorde con las normas del derecho internacional- arribaron a acuerdos satisfactorios de indemnización, hecho que demostró que Washington no buscaba arreglo sino confrontación.

Luego surgieron otros efugios en forma de objeciones de Estados Unidos que impedían el dialogo negociador entre las dos partes: las relaciones de Cuba con la Unión Soviética, la presencia militar soviética en Cuba, el apoyo cubano a los movimientos de liberación nacional en América Latina (varios de los cuales hoy son gobiernos), la presencia militar cubana en África en apoyo a los movimientos de liberación nacional y a la lucha contra el execrable apartheid.

Y, en los últimos tiempos, el gobierno de Estados Unidos ha recurrido al pretexto de una presunta violación de los derechos humanos en Cuba. Tan desatinada acusación promovida por el país que más sistemáticamente viola los derechos humanos en el mundo de hoy y que incluso opera un centro de tortura de detenidos sin condena en una base militar que opera ilegítimamente hace un siglo en territorio de la provincia cubana de Guantánamo es, cuando menos, grotesca.

Enero 4 de 2014

*Manuel E. Yepe Menéndez: Abogado, periodista, economista y politólogo. Profesor adjunto del Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI) . Entre otros importantes cargos, fungió como Director Nacional fundador del Sistema de Información Tecnológica (TIPS) del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Cuba y Secretario del Movimiento Cubano por la Paz y la Soberanía de los Pueblos.
 Enviado por su autor a Cuba coraje; imagen agregada RCBáez

Las Naciones Unidas

martes, 1 de octubre de 2013
Por David Brooks*

 ¿De dónde es usted? De Guerrero, de Acapulco, responde el mesero que atiende a una estadunidense, un cubano, un venezolano y otro mexicano en un restaurante en Manhattan, adonde, entre otros, llegan algunos participantes del debate en la Organización de Naciones Unidas. Otro mesero ofrece agua y responde a la misma pregunta: Ecuador. Un tercero comenta que es de Turquía, de Estambul; todos trabajan y conviven todos los días.

 Para llegar al lugar desde cerca de la sede de la ONU, donde decenas de jefes de Estado y sus amplias delegaciones asisten al debate anual de la Asamblea General, el taxista maneja por las calles abrumadas de tráfico por las estrictas medidas de seguridad y los convoyes de camionetas negras escoltadas por el Servicio Secreto. ¿Ustedes están aquí para lo de la ONU?, pregunta. Le responden que sí. Y comenta: “todo eso es puro bullshit (algo así como pura paja, puro teatro), ¿no?”

 Ya de noche, escapando por vías subterráneas de la zona inundada por los políticos y diplomáticos que asisten a dar sus muy importantes discursos ante la magna sala de la Asamblea General y participar en sus muy importantes reuniones, cenas y cocteles para, supuestamente, decidir el futuro del planeta, aparece otro mundo.

 En el metro, cuatro jóvenes regresan del partido de los ya derrotados (para esta temporada) Yanquis, de hecho, el último juego en casa donde apareció el más gran cerrador de todos los tiempos, el panameño Mariano Rivera. Todos con camisetas de su equipo favorito. Uno de ellos, blanco pero tal vez de origen italiano, se acerca y se sienta junto a dos chicas guapas mientras sus cuates se quedan del otro lado del vagón, mirándolo con esa risa nerviosa adolescente al ser testigos de un intento de ligue, o por lo menos coqueteo. 

Primero es lo más convencional, que si no les gusta alguno de sus cuates, que si se los presenta y más, pero de repente algo cambia. ¿De dónde son?, les pregunta. Una, de ojos brillantes y risa peligrosa, le cuenta que sus padres son de Haití, pero que ella creció en Canadá antes de llegar a vivir aquí. La otra, más cautelosa que su amiga, dice que es de Tailandia, pero creció aquí. De ahí empezó un diálogo sobre la vida de los jóvenes aquí, qué música escuchan, adónde van a bailar, qué estudian.

 Del otro lado del vagón se repiten las escenas cotidianas en estas catacumbas de Nueva York: un chino lee el periódico, un hasídico con un texto bíblico, tres musulmanas con parte del rostro cubierto, africanos en una intensa conversación en inglés, unos rusos, unos mexicanos hablando de un patrón y de una fiesta, hindús, y así (muchos se pueden identificar por lo que están leyendo, sobre todo periódicos).

 En Washington Square, en una escapada del mundo bien vestido y perfumado, el jazz acompaña una tarde cristalina, mientras un centenar de personas rodea un acto realizado por dos gemelos afro estadunidenses y un baterista.

Seleccionando voluntarios entre la gente, acomodan en fila a una europea rubia, una hindú, un japonés, un anglo y una afro estadunidense. Los que observan parecen representar todos los continentes. Piden que los voluntarios ofrezcan sus bolsas, y cuando obedecen les dicen, ¿de verdad le estás dando tus pertenencias a un joven negro desconocido? 

Obviamente no eres de este país. Piden que se agachen y pongan horizontal la espalda. Uno de los gemelos da varios pasos atrás mientras su hermano declara: ahora van a ver algo muy inusual: un negro corriendo a toda velocidad sin que un policía lo esté persiguiendo. Después de un poco de suspenso, el otro corre y logra saltar a toda la fila antes de caer con una maroma del otro lado. Entre los aplausos y risas se escuchan comentarios en varios idiomas. El jazz sigue en otras esquinas, música nacida aquí pero hecha por sonidos de todo el mundo. Por teléfono llega una invitación: Mono Blanco de Veracruz y Jarana Beat de Brooklyn, entre otros, ofrecen un fandango en el Upper West Side.

 Mientras los líderes del mundo hablaban de si incluir o no la amenaza de ataques militares para resolver el asunto de las armas químicas en Siria, o la dramática iniciativa diplomática de Irán en sus relaciones con Washington y Europa, de cómo el presidente de Sudán no llegó porque está acusado de crímenes de lesa humanidad, de disputas sobre la ilegalidad del espionaje mundial por Estados Unidos, y mientras proseguía día con día la infinita lectura de discursos que casi nadie en el mundo escucha, más que las propias cúpulas de los líderes de los estados miembros de la Organización de Naciones Unidas, afuera, a unos pasos, hay otro mundo.

 Aquí, en esta ciudad donde casi la mitad de la población es inmigrante, donde se hablan por lo menos 200 idiomas, en esta torre de babel, nadie está amenazando con bombardear a otros, nadie espía a los demás, nadie ofrece grandes discursos sobre la paz, los derechos y la seguridad nacional mientras hace todo lo contrario. No es que no haya broncas que estallan de repente, o enfrentamientos racistas; hace unos días un grupo de jóvenes rodeó a un médico sij que trabaja en la Universidad Columbia al grito de: agarren al terrorista y lo golpeó, suponiendo que era árabe por su turbante y barba. Y a veces hay balaceras y tensiones de todo tipo. Pero lo que más sorprende día a día en esta ciudad, tal vez la más diversa en el mundo, es la convivencia en paz de tantos.

 Acá afuera hay otras naciones unidas. En las naciones unidas de las calles no hay tanto temor y mucho menos bull-shit que en esa organización de naciones más bien desunidas. Tal vez es hora de que los distinguidos líderes se atrevan a salir a la calle y, tal vez, aprender otros idiomas, diferentes del que se habla en esos pasillos del poder. En las calles hay aromas de todo tipo, pero, como dijo aquel bolivariano ante la ONU del olor ahí adentro hace unos años, acá afuera no huele tanto a azufre.

 (Fuente La Jornada; tomado de Cubadebate

 *Periodista mexicano, corresponsal del diario La Jornada en los Estados Unidos.
 Foto de Gabriele Senft, tomada de Internet

Tan pobres como un rey…

viernes, 7 de septiembre de 2012
Por Hugo Chinea Cabrera*


Una de estas tardes, entre el estruendo de un aguacero olímpico que hacía subir de tono las voces de una conversación, escuché decir a un niño: “…pero todo es muy pobre aquí, mamá…”, seguido de la voz de la madre: “…sí, pero tienen más igualdad…”.

Eran dos extranjeros, refugiados bajo un techo, que veían caer y correr el agua por el contén.

Me pareció sustancial ese simple diálogo que encerraba contenidos afectivos en los que están involucradas personas de carne y hueso, cubanos, y no meras abstracciones sobre las cuales se suelen organizar discursos, campañas mundiales de crítica y otras enjundias contra nuestro país con ínfulas, dicen ellos, “liberadoras, democráticas”, y demás…

En entrevistas concedidas a cierta prensa extranjera, crónicas y otros textos que ensayan sobre nuestra circunstancia, no es difícil advertir hoy en día, en algún autor del patio, la falta de equilibrio y la desmesura en la crítica, tanto de la realidad cotidiana que vive el país como de acontecimientos que, a lo largo de  los años transcurridos, han sido la revolución cubana.

Alguno miente y tergiversa, y las intenciones no están inclinadas, precisamente, para ayudar al país.

Súmese la oportunista manera de ciertos periodistas de ocasión, que no son cubanos, al enfocar nuestra cotidianidad, sesgándola, no pocas veces orientando qué deben hacer nuestras autoridades, echando en sus trabajos una de cal y otra de arena, pero con predominio de la cal, a veces sin arena, y siempre sin cemento, como aquello de “bañarse y guardar la ropa”.

Leyendo sobre el tema de la pobreza, uno se encuentra con abundante bibliografía y rápidamente con la generalización que refiere a ese concepto o categoría de la economía poblacional.

El patrón que determina la pobreza, a partir del cual se miden sus diferentes gradaciones, lo establece el “estilo de vida”, cuyo nivel más alto  corresponde, en cada país, a las clases y capas más adineradas o favorecidas.

En un país muy rico, puede ser considerado pobre aquel que carece de un automóvil o de una segunda casa de descanso o veraneo u otro bien suntuoso por el estilo. En consonancia con la posesión, se es clase rica, media, media alta o pequeña burguesía.

De carecer de automóvil, de acceso a la salud, a medicinas, comida, vestido, educación, vivienda, y sí también está privado del servicio eléctrico y agua potable, se situaría en el estrato más bajo de la pobreza, esto es, en la miseria.

La pobreza es resultado de un dilatado proceso histórico que, en cada periodo del desarrollo humano y país, se expresa con rasgos propios, siempre asociada a la desigualdad entre clases y capas sociales.

No es una enfermedad social que deba ser tratada como tal para combatirla con exhortaciones a los ricos, campañas universales para erradicarla ni otras apelaciones supuestamente medicinales.

La única cura posible, reconocida y probada hasta el momento en que vivimos, es una revolución social que transforme el orden de las cosas con el objetivo de alcanzar el bienestar de las mayorías, la suma de la mayor cantidad de bienestar y felicidad posibles. Mucho de Latinoamérica hoy, es un buen ejemplo.

A tal proyecto, con independencia de las diferentes formas y maneras en que se ejerza el poder para alcanzarlas,  denominamos comúnmente socialismo, al margen de los más rigurosos juicios teóricos.

En Cuba, pese a la presencia de errores y distorsiones en las que trabaja el país para erradicarlas, la Revolución ha propiciado un progreso sin precedentes de igualdad, verificable en la redistribución de la riqueza: un sistema de salud, educación y cultura gratuitos para todas las personas sin distinción de su situación económica y social, raza, filiación política y creencia religiosa; la electrificación (alrededor del 98 por ciento) y un techo.

 Pese al déficit de viviendas respecto a las necesidades, sus delicadezas y complejidades, ninguna familia cubana vive en las calles, carece de agua potable, ni se muere de hambre.

Otros beneficios están presentes en la protección y seguridad social, la igualdad de derechos de hombres y mujeres al empleo y su remuneración (en proceso de cambios para mejor), la ocupación de responsabilidades, e incluso en la administración de las tareas del hogar, entre otras.

Las cifras confirman la extraordinaria desigualdad existente entre seres humanos que en el mundo no disponen de los recursos básicos de la vida moderna como lo es la salud, considerada requisito fundamental por las organizaciones mundiales más calificadas, para asegurar el estado físico y psíquico de las personas y su propia sobrevivencia, incluso por encima de la satisfacción de los bienes materiales.

Unos 1,000 millones en el mundo carecen del servicio básico de salud y de acceso al agua potable, y 2,000 millones de los medicamentos esenciales. El 80% de la población mundial vive en la pobreza y miseria.

La globalización se ha encargado de mostrar las diferencias entre los niveles de vida alcanzados por países altamente desarrollados -como los Estados Unidos, el más cercano, difundido y conocido por los cubanos-, con las realidades de otros países de menor desarrollo, dejando instalada la ilusión del presumido “sueño americano” en el país del Norte.

Los cubanos no escapamos de esa influencia tan cercana y perniciosa. Eso es cierto. Y también lo es que el cubano, históricamente, ha asimilado y asimila esas diferencias que nos llegan a través de películas y otros medios provenientes de países con mejores condiciones de vida. Pero no por eso dejamos de sentir los efectos subterráneos de una lógica y humana aspiración al disfrute de un nivel de vida superior, en la que influyen y operan esos factores para comparar nuestra pobreza acentuada por el bloqueo y los errores cometidos en la política interna, especialmente en la economía, durante tantos años de penuria acumulada.

Los medios de difusión globalizados -en los que predomina la lógica de la ideología del capitalismo más desarrollado- se ocupan de que los recibidores no dispongan o estén dispuestos a utilizar sus facultades, para discernir y asimilar las diferencias y encontrar las explicaciones, ni tampoco observar, en la avalancha mediática, la coexistencia de los segmentos pobres y hasta miserables que comparten la población de los países supuestamente desarrollados.

Conversando sobre el tema, y especialmente sobre el carácter relativo de la pobreza, como lo es todo, un amigo me decía que si damos un corte en la historia y nos vamos a la Edad Media, tardía, por ejemplo, nos encontramos que un Rey carecía de muchos de los medios de confort de los que disfrutan, en nuestro caso, a pesar de todo, la inmensa mayoría de los cubanos.

Si desestimáramos como ejemplo tal comparación, no carente de una atractiva simpleza, en la que resulta que un cubano pobre vive hoy mejor que un rey, y relacionáramos la situación de un cubano pobre de ahora con uno de aquellos de los años anteriores al triunfo revolucionario, encontraríamos muchas y notables diferencias en la calidad de vida a favor de estos tiempos. Y una buena dosis de dignidad.

Recordando y recordando, recuerdo una respuesta al cuestionario de una publicación extrajera que se interesaba en saber el por qué defendíamos nuestro socialismo.  “Antes, éramos cinco hermanos, todos vivíamos en una misma casa, sin refrigerador, ni televisor, con un filtro de agua y una fiambrera como bienes más preciados. Hoy cada uno tiene televisión, refrigerador y otros artefactos de la comodidad moderna. Incluso alguno dispone de aire acondicionado y otros de automóvil y, como si fuera poco, bien que mal, cada cual tiene su vivienda y trabajo”, respondí.

Es cierto, pobres, sí, pero disfrutamos de una igualdad más equitativa. Y también de una confiada esperanza de que las reformas (no hay que temerle a la palabra) en curso nos permitan perfeccionar nuestro socialismo y la vida de cada uno de los cubanos.

Una percha: es curioso cómo nos hemos asimilado el concepto de comunicación por parte de los medios, cuando únicamente lo que hacen es difundir y, algunos, mal informar.

Toda comunicación, para que sea válida, implica la presencia de tres elementos: el emisor, el receptor y la retroalimentación, esto es, la relación biunívoca. Dicho de otro modo: la respuesta del sujeto. Y no se cumple en el caso de los medios, salvo a través de encuestas, sufragios u otra modalidad que la propicie.
Los medios capitalistas globalizados salen ganadores. Ellos “comunican”, es decir, se dan por auto-confirmados de la asimilación de sus mensajes por parte de los destinatarios. ¿No valdría la pena procurar revertir esto, al menos en nuestro lenguaje y referencias escritas?

No he visto, en los textos de Fidel Castro, una sola alusión en este sentido que no sea “medios de difusión”…

¿Pura imprecisión del Comandante?

*Sociólogo cubano; ejerció como periodista y dirigió algunos órganos de prensa nacionales fundamentalmente en su arista cultural. Jurado de diversos premios e instituciones culturales, significativamente podemos señalar el Premio Casa de las Américas. Durante casi una década, dirigió la Sección de Cultura del Departamento de Ciencia, Cultura y Centros Docentes del Comité Central. Parte de su obra narrativa ha sido publicada en antologías cubanas, latinoamericanas y en otros países. Recientemente obtuvo el Premio de Teatro del Concurso Literario Benito Pérez Galdós, auspiciado por el Gobierno de Canarias y la Asociación Canaria de Cuba.



Enviado por su autor a Cubacoraje

Imagen agregada RCBáez

El sistema de justicia que condenó a los Cinco: La ley contra el negro (Segunda parte)

domingo, 24 de abril de 2011
Por Salvador Capote

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¿Qué sistema de justicia es ése que declara inocente a un monstruo como el terrorista Luis Posada Carriles mientras mantiene injustamente en prisión a cinco hombres de excepcionales valores humanos, los Cinco de Cuba? Continuemos la disección mostrando cómo las leyes de Estados Unidos justificaron los horrores de la esclavitud primero, la segregación racista después y perpetuaron la discriminación del negro hasta nuestros días.

Cuando Thomas Jefferson escribió en la Declaración de Independencia: “Todos los hombres son creados iguales”, no estaba pensando, con absoluta seguridad, en los esclavos ni en las minorías, ni en los siervos bajo contrato (“indentured servants”), ni siquiera en las esposas e hijas de los blancos acaudalados a quienes la famosa frase se refería. En este contexto, la palabra “hombres” hay que entenderla literalmente y hombres blancos propietarios específicamente. Cuando Jefferson diseñó su señorial mansión de Monticello, de 43 habitaciones, situó bajo tierra las barracas de los esclavos para que su fealdad no fuese visible desde el palacio. Cuenta el escritor norteamericano Gore Vidal, en su novela histórica “Burr”, que a los visitantes de Monticelli les sorprendía el extraordinario parecido físico de todos los niños mulatos de la plantación con su amo Jefferson. Cuando se firmó la Declaración de Independencia había en Estados Unidos 600 000 esclavos negros y ninguno de ellos fue liberado. Tendría que transcurrir casi un siglo para que la esclavitud desapareciese como institución, aunque dejando profundas y permanentes secuelas.

La Sección 2 del Artículo 1 de la Constitución de Estados Unidos, conocida como “compromiso de los tres-quintos”, estipulaba que para la representación de los estados en el Congreso, el valor de un esclavo negro era el de 3/5 de una persona.

Todo el aparato jurídico e institucional de Estados Unidos fue diseñado para crear y mantener los privilegios de los propietarios blancos. El conjunto de las decisiones de la cortes de justicia de la época reflejan claramente la total carencia de derechos legales de los negros. Una decisión famosa de la Corte Suprema de Estados Unidos tuvo lugar en el caso Dred Scott v. Sandford, 1857. Scott, un negro nacido en Estados Unidos, que había obtenido su libertad en Illinois, reclamó la condición de ciudadano. La Corte rechazó la petición alegando que a los negros nunca se les consideró como parte del pueblo de Estados Unidos.

En los libros de texto de las escuelas se enseña que la Guerra de Secesión se libró para liberar a los esclavos. En realidad, tuvo causas y motivaciones mucho más complejas. La guerra se desató debido a las contradicciones insalvables entre el Sur aristocrático, con estructuras de tipo feudal, donde las haciendas trabajadas por esclavos eran la fuente de riqueza y de poder, y un Norte capitalista, surgido a consecuencia de la revolución industrial, que necesitaba grandes masas de trabajadores para sus fábricas y que, para continuar su desarrollo, exigía la creación en todo el país de un nuevo orden económico y social. La guerra, además, fue un gran negocio y de ella surgieron colosales fortunas como las de Rockefeller, Carnegie, Morgan, Armour, Mellon, y Gould.

Uno de los mitos fundamentales en la historia de Estados Unidos es la presentación de Abraham Lincoln como el Gran Emancipador. En un discurso en 1858 (1), poco antes de comenzar la guerra, Lincoln expresó: “No estoy y no he estado nunca en favor de forma alguna de igualdad social y política de las razas blanca y negra; no estoy y no he estado nunca en favor de que los negros voten o sirvan como jurados; ni de que califiquen para ocupar cargos, ni tampoco de matrimonios inter raciales con personas blancas; y diré, además, que hay una diferencia física entre las razas blanca y negra que considero impedirá para siempre que las dos razas vivan juntas en términos de igualdad social y política. Y puesto que no pueden vivir de esa manera, mientras permanezcan juntas tendrá que haber una posición superior y otra inferior, y yo estoy tanto como cualquier otro hombre, en favor de que la posición superior se le asigne a la raza blanca”.

Cuando se produjo la secesión de los estados del Sur, Lincoln prometió no interferir con la esclavitud en los estados donde la institución se encontraba establecida y prometió también mantener la ley que permitía la persecución de los esclavos fugitivos. La prioridad de Lincoln era restaurar la Unión, no abolir la esclavitud. De hecho, cuatro estados esclavistas continuaron formando parte de ella: Maryland, Delaware, Kentucky y Missouri.

En septiembre de 1862, Lincoln firmó la Proclamación de Emancipación, pero ésta no liberaba todos los esclavos sino solamente aquellos de los territorios rebeldes no ocupados por el ejército de la Unión. Absurdamente, no liberaba a los esclavos en los territorios controlados por el gobierno.

Si hubo algún “Gran Emancipador” éste fue sin duda el dirigente negro estadounidense Frederick Douglass. Fue Douglass quien convenció a Lincoln de que no podría ganar la guerra sin liberar a los esclavos en el Sur y sin permitir a los negros en el Norte enrolarse en el ejército, y no fue hasta 1863 que el Congreso autorizó su enrolamiento. Sin los 200,000 negros que se alistaron como voluntarios en el ejército de la Unión (38,000 resultaron muertos o heridos) otro hubiera sido el curso de la guerra.

Douglass honró siempre a Lincoln como presidente mártir pero rechazó el mito del Gran Emancipador. En su “Oración en Memoria de Abraham Lincoln”, al inaugurar el Monumento a los “Freedmen” (hombres liberados de la esclavitud) en 1876, en Washington, afirmó: “Lincoln no fue nuestro hombre ni nuestro modelo. El fue, por encima de todo, el presidente de los blancos, dedicado enteramente al bienestar de los blancos. Ustedes [los blancos] son los hijos de Abraham Lincoln. Nosotros [los negros] somos, en el mejor de los casos, solamente sus hijastros”.

Terminado el conflicto y con la ratificación de la Decimotercera Enmienda a la Constitución de Estados Unidos, en diciembre de 1865, la esclavitud quedó abolida en todo el territorio de la nación. Los negros quedaron libres aunque sin derecho al voto. Sin embargo, los terratenientes del Sur no se resignaban a perder sus privilegios. En los estados sureños fueron promulgadas leyes que tenían como finalidad restablecer las relaciones de esclavitud. El conjunto de estas leyes se conoce como “The Black Codes” (Los Códigos Negros).

En 1866 el Congreso aprobó la primera ley de derechos civiles (“Civil Rights Act”) que otorgaba la ciudadanía a los afro-norteamericanos (pero no a los indios) y -en teoría- la igualdad de derechos ante la ley. No obstante, la aprobación tuvo que sobreponerse al veto del presidente Andrew Johnson y, para evitar que fuese declarada inconstitucional por la Corte Suprema de Justicia, el Congreso aprobó también la 14a. Enmienda (1868) con el fin de incluir estos derechos en la Constitución.

La leyes aprobadas durante el periodo de Reconstrucción (1865-1876) incluyendo la 15a. Enmienda (1870), que otorgaba el derecho al voto a los negros (a los hombres, no a las mujeres, y con muchas limitaciones), y la ley de Derechos Civiles de 1875 (revocada posteriormente) que prohibía la discriminación racial, se enfrentaron a la resistencia de los blancos sureños quienes, además de los Códigos Negros, utilizaron todo tipo de violencia y terror. Fue por esta época que surgió el Ku Klux Klan. Por último, con las interpretaciones racistas de las cortes, estas leyes se convirtieron en muy poco tiempo en papel mojado.

Las leyes promulgadas en el Sur privaban a los negros de sus derechos ciudadanos. No podían votar, ejercer cargos públicos, servir como jurados ni testificar contra los blancos y estaban sujetos a estrictas normas de segregación. Por ley, tenían que asistir a escuelas, viajar en vehículos, comer en restaurantes, visitar parques, y ser enterrados en cementerios, sólo para negros. Se les negaba la oportunidad de participar en la vida económica de la nación y vivían, casi en su totalidad, en pobreza extrema.
En 1896, la decisión de la Corte Suprema en el caso Plessy v. Ferguson, colocó a nivel federal la segregación. La separación de razas adquiría de este modo un respaldo constitucional. Esta infamante decisión de la Corte Suprema legitimó la existencia de dos sociedades: una blanca, privilegiada; la otra negra, desposeída y humillada. Entre 1876 y 1965, multitud de leyes locales, estatales y federales, llamadas “Leyes de Jim Crow” (por el personaje cómico disfrazado de negro, con este nombre) reforzaron la segregación racial. Mientras los Códigos Negros tuvieron vigencia principalmente en el Sur, durante la etapa de Reconstrucción, las Leyes de Jim Crow se extendieron por todo el territorio de Estados Unidos. Estas leyes, basadas en la falacia de “separados pero iguales” sistematizaron las desventajas y desigualdades en todas las esferas económicas, políticas y sociales, y legitimaron la discriminación contra los negros.

Los que se oponían a las Leyes de Jim Crow arriesgaban sus empleos, sus hogares y sus vidas. Más de 5000 negros (3440 casos documentados) hombres y mujeres, fueron linchados entre 1882 y 1968, un promedio de 58 linchamientos por año. Los negros carecían de amparo legal completamente, pues todo el sistema de justicia criminal estaba integrado por blancos: policías, fiscales, jueces, jurados y oficiales a cargo de las prisiones.

Los movimientos por los derechos civiles que tuvieron lugar en las décadas de 1950 y 1960 alcanzaron éxitos notables como la decisión de la Corte Suprema en el caso “Brown v. Board of Education” (1954) que prohibió la segregación en las escuelas públicas; la “Civil Rights Act” (Ley de Derechos Civiles) de 1964; la “Voting Rights Act” (Ley de Derecho al Voto) de 1965, que eliminó obstáculos al voto negro que aún permanecían; y la “Fair Housing Act” (Ley de Derecho a la Vivienda) de 1968, que prohibió la discriminación en la venta o renta de casas. Sin embargo, estas conquistas, en la práctica, se han ido difuminando con el tiempo. Hoy, varias décadas después, puede afirmarse que los avances han sido demasiado modestos. La “Affirmative Action” (Acción Afirmativa) con el fin de promover a los negros a posiciones sociales más altas, es otro de los movimientos fracasados. En todos los casos, el fracaso se debe a que se dejan intactas las estructuras, principalmente económicas, de dominación y opresión.

En 1956, la “Interstate and Defense Highway Act” (Ley de Autopistas Interestatales y de Defensa) condenó a la destrucción a los vecindarios negros y pobres de las principales ciudades de Estados Unidos. Las cintas de asfalto y los muros de concreto de las autopistas cruzaron por el centro de los ghettos negros fragmentándolos e incomunicando los fragmentos entre sí. La construcción de vías de acceso rápido aceleró el proceso de suburbanización. Las clases alta y media de las ciudades pudieron trasladarse a viviendas confortables en zonas alejadas del centro de la ciudad, invirtiendo así el esquema tradicional: clases adineradas e instituciones vitales de la ciudad en el centro - pobres en los suburbios, por otro en que los negros y los pobres quedaron en un “downtown” abandonado y deteriorado.

No, el racismo y la discriminación en Estados Unidos están muy lejos de haber desaparecido y la demostración es muy sencilla: los negros siguen viviendo en los peores barrios, asistiendo a las peores escuelas, recibiendo los peores empleos, y abarrotando las cárceles del país, los centros de detención de juveniles y los corredores de la muerte. Los pasos previos imprescindibles para reparar las injusticias presentes y pasadas no ocurrirán mientras exista el “Establishment”: reconocer la verdad, disculparse ante las víctimas y ofrecerles las compensaciones y reparaciones a que tienen derecho.

Una inscripción, situada sobre las monumentales columnas del edificio de la Corte Suprema en Washington, reza: “Equal Justice Under Law” (Igual Justicia Ante la Ley), pero cuando la igualdad no existe y las leyes son creadas para mantener y reforzar los privilegios de la clase dominante, la justicia es imposible. (2)

  1. Debate at Charleston, Illinois, Sept. 18, 1858.
  2. Ver también en Areítodigital.net los artículos del autor: “Little Rock” y “Miami: Muros de Concreto y Segregación”.

*Bioquímico cubano, actualmente reside en Miami. Trasmite con cierta regularidad por Radio Miami el Programa “La Opinión del Día”, que aparece poco después en laradiomiami.com. Es colaborador de Areítodigital.net; participa, con la Alianza Martiana, en la lucha contra el Bloqueo impuesto a Cuba por Estados Unidos.
Imagen agregada RCBáez
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