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Arzate contra el Estado

miércoles, 3 de octubre de 2012



Desde el 3 de febrero del 2010 comenzó la pesadilla de Israel Arzate Meléndez. ¿Qué hizo?  Tener la mala fortuna de toparse con una célula militar a unos días del escándalo internacional de la masacre de Villas de Salvárcar (donde se asesinaron a 16 jóvenes) en Ciudad Juárez. Había que encontrar a los culpables o fabricarlos para bajar la presión al gobierno mexicano y eso fue lo que se hizo: encontrar chivos expiatorios en los barrios pobres de la ciudad.

El caso de Arzate es paradigmático por que refleja la precariedad del Estado mexicano en todas sus formas: desde las criticadas prácticas de confesión bajo tortura, la parcialidad de los jueces en complicidad con los diferentes niveles de gobierno; hasta el desamparo que brinda la incapacidad gubernamental de impartir justicia y protección a una sociedad temerosa e ignorante de sus derechos. La historia de México esta repleta de casos de injusticias y Ciudad Juárez continúa la tradición en el siglo XXI con sus feminicidios y juvenicidios en un sistema político que es cómplice junto con el sistema económico, de la depreciación de la vida humana (que ahora es desechable) y del trato a sus ciudadanos como delincuentes dependiendo de la clase social (a los criminales de cuello blanco no se les toca).

Esta circunstancia, de entrada grave, permite precisamente una orientación fascistoide del Estado, cuyas ventajas se pueden medir en cuanto a limpieza social, echando mano de la población, sobre todo en aquellos sectores vulnerables donde es más fácil engañar o abusar de la sociedad. En una ciudad como Juárez, donde la policía te ve como sospechoso, el desamparo social se pronuncia ahí donde hay más ignorancia y miseria. La pobreza no sólo es útil en tiempos electorales, cuando se pueden comprar votos; también se aplica en esos momentos críticos cuando hay que “solucionar” problemas (aunque en realidad los compliquen más) echando mano de tanto pobre indefenso que hay y del que se puede abusar. Esas complicaciones no son otra cosa que las contradicciones del Estado por ocultar su naturaleza violenta intentando una imagen de eficacia.

Regresando al caso de Arzate, lo primero que salta a la vista es la irregularidad de su detención, aunque es una práctica típica de las policías mexicanas, muy común también en los militares; la debilidad de los cargos que se le implican, siendo el más grave, el de su participación como sicario en la masacre antes citada; y la inexplicable actitud berrinchuda de las autoridades por mantenerlo recluido bajo cualquier escusa antes que declarar que todo lo han hecho mal y están negándole un juicio justo a Arzate y una investigación profesional, ÉTICA, a la sociedad y sobre todo, a los familiares de las víctimas. La soberbia de los gobernantes no tiene límite y el Estado mexicano es incapaz de reconocer sus errores. Se juega con las personas como monedas de cambio en las intrigas políticas, para acallar a la sociedad, mantener el orden y sobre todo, el puesto a salvo.

La masacre de Villas de Salvárcar es un asunto ya muy politizado, muy manoseado, donde la justicia brilla por su ausencia y buena parte de los vecinos afectados han sido comprados con regalos y dinero del gobierno (municipal , estatal y federal) o incluso, por  consejo de  ONG´s, han optado por aceptar lo que diga la versión oficial, antes que llegar a la verdad de los hechos. El engaño de atrapar culpables que luego resultan ser inocentes, es una película muy vista en Juaritos, por eso no es posible creer en las “autoridades” cuando presumen que han “atrapado” a alguien. El caso de Arzate Meléndez, como el de muchos otros, entra desafortunadamente en esta categoría.

Convertirse en enemigo del gobierno de la noche a la mañana, sin aviso previo y con toda la ignorancia que la despolitización social y el egoísmo individualista permite, es una violación táctica que el Estado hace con aquellas personas escogidas al azar o selectivamente para vaciar al Estado de culpas y someter al desdichado(a) con toda la fuerza del poder, donde no sólo participan las diferentes instancias de gobierno, sino también aliados y grupos de interés. Uno de los cómplices del poder son los medios informativos, que juegan una doble moral al, por un lado, alinearse o negociar noticias con los gobiernos y grupos de poder, y por el otro, generar o desviar la atención sobre algún tema en particular. En el caso Arzate, sobresale el tratamiento que le dan algunos medios masivos, que lo juzgan culpable antes que las autoridades, fungiendo como aliados del Estado e  influyendo así con su opinión en las masas.

¿Por qué el afán del Estado contra Israel Arzate? Tal vez su delito más grave ha sido tener la suficiente valentía para denunciar los abusos y torturas que ha sufrido con la “justicia” mexicana, llamando la atención de organismos de Derechos Humanos nacionales y de medios de comunicación serios e independientes. El Estado no sabe reconocer que sigue fracasando en impartir justicia; que proyectos sociales como el “Todos somos Juárez” no funcionan; que la violencia ha bajado pero sigue habiendo homicidios, feminicidios, asaltos y que el sistema de justicia (jueces y policías) no es confiable.
  
El Estado mexicano sigue teniendo una gran deuda pendiente en materia de calidad de vida para las y los juarenses. Más penoso todavía, su legitimidad sigue en descenso, con la consiguiente antipatía social más allá de las urnas. El Estado, el PRI, los partidos, podrán comprar a buena parte de la sociedad, pero no a toda la sociedad.

La policía tiene miedo

jueves, 6 de septiembre de 2012


La siguiente es una crónica basada en la observación de la actitud de la policía municipal de Ciudad Juárez en un día cualquiera, reflejo de la realidad cotidiana  que enfrentan las y los juarenses.

El miércoles 5 de septiembre del año en curso, acompañé a Vicky a un citatorio con un juez de barandilla en la Estación Universidad para conciliar un conflicto vecinal con la dueña de un perro Akita que tiene asolado al fraccionamiento cada vez que se le escapa de su casa y ha atacado por igual a humanos (incluyendo a Vicky y a una niña) perros y gatos (también debe la vida de mi gatita Blue). La última vez, el jueves pasado, volvió a salirse y ahora mordió a Hermes, el perro de Vicky. La cerrazón de la vecina y las amenazas de uno de sus familiares nos hizo llamar a la policía, pero cuando llegaron (con una hora de retraso) ya los vecinos se habían ido. Por recomendación de los mismos agentes, fuimos a poner una denuncia civil ante la sinrazón de los dueños del perro.

La cita fue a las doce del día. Nos estacionamos en la Junta Municipal de Agua contigua, pues la estación de policía no cuenta con estacionamiento (¿qué no hay una ley que reglamenta eso?). Como la vez anterior, cuando se puso la denuncia, el policía de la entrada solamente nos preguntó el motivo de la visita, bajo esa lógica íbamos a pasar, pero la policía de guardia en esta ocasión sólo dejó entrar a Vicky, previa entrega de una identificación y además nos regañó por “desconocer” la entrada principal (la “entrada” está acordonada con cinta amarilla y para “adivinarla” solamente hay un estrecho espacio contiguo a una caseta en una banqueta en ruinas).

Por la hora y el calor, crucé la calle hacia la cuadra de enfrente para alcanzar un poco de sombra mientras esperaba el desenlace del citatorio, pues además estaba lleno de gente alrededor de la “entrada principal”. Ya del otro lado tuve la oportunidad de platicar con un hombre humilde, un anciano al que había confundido con el parquero; me decía que estaba esperando visitar a su nieto de quince años detenido por una unidad policiaca cuando iba a un mandado; simplemente se lo llevaron y él no alcanzó a los agentes para abogar por su nieto. Tenía ahí más de una hora, pues a su nieto lo andaban paseando en la unidad y hacía apenas poco que lo habían remitido a los separos. Desconsolado, se quejaba del abuso policiaco. Después de un buen rato, por fin lo dejaron pasar.

Mientras seguía esperando a Vicky, un carro con placas vencidas se estacionó exactamente en la curva para dar vuelta en la calle donde se encuentra la estación policiaca, donde se dificulta el tráfico; descendió un hombre joven con lentes oscuros y actitud prepotente, saludó a unos agentes cuyas unidades estaban estacionadas en doble fila y entró en la estación; poco después salió caminando de forma curiosa con las manos en las bolsillos de su amplio shorts; era evidente que en uno de sus bolsillos cargaba una pistola, ¿una escuadra, tal vez? Se entretuvo un poco haciendo no sé qué, con la puerta abierta de su carro hacia la calle y luego se marchó.

Tiempo después, por la arteria de la curva antes mencionada, arribó una camioneta negra sin placas y vidrios polarizados; luego dio un giro de 180 grados para quedar enfrente de la estación; al principio me asusté un poco, pero rápidamente del lado del copiloto descendió un hombre de pelo casi a rape con una mochila y se dirigió hacia las oficinas; ninguno de los agentes se sorprendió, supongo que era un agente que entraba a su turno laboral. Me quedo con la duda de saber si solamente los policías pueden andar en las calles con vehículos particulares con placas vencidas o sin ellas.

Después uno de los agentes cuyas camionetas estaban estacionadas en doble fila se dirigió hacia mí. Muy amablemente me preguntó qué hacía y me pidió una identificación; al preguntarle el porqué de su atrevimiento, pues yo no estaba molestando a nadie, me decía que por “seguridad” policiaca, pues han sufrido atentados y “simplemente” quería estar seguro de mi presencia ahí (es decir, tenía miedo de que fuera yo un “halcón” o sicario) “¿y a mí quién me protege de ustedes?”, le pregunté, “no todos los policías son malos” me contestó, mientras seguía interrogándome (es obvio que no saben distinguir entre sospechosos y ciudadanos comunes y yo no le inspiraba confianza) al último le dije que me daba tristeza el comportamiento de la policía, que sin criterio nos tratan a todos como delincuentes por igual.

Mientras todo esto ocurría (alrededor de unos cincuenta minutos de mi espera) no dejaban de pasar unidades policiacas con detenidos levantados de la calle, expuestos al sol y esposados, exhibidos como verdaderos criminales, ¿también les piden cuota de detenidos a los policías, como lo hacen con los agentes de tránsito y las infracciones? Finalmente Vicky salió y afortunadamente la vecina cambió de actitud y se comprometió regalar a su perro asesino. Ojalá lo cumpla.

Un punto a favor de la policía: una anciana trataba de cruzar la calle precisamente por donde está la banqueta destruida y un agente rápidamente se dispuso a ayudarla.  


*Hago responsable a Julián Leyzaola de lo que pueda pasarle a mi familia o a mí, pues el agente que me pidió la identificación leyó detenidamente mis datos y la desconfianza es mutua.          

  
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