Por Andrés Figueroa Cornejo*
1.
Carece de sentido representar una nueva relación de hechos sobre los
acontecimientos en curso en Venezuela desde el 12 de febrero de 2014. Su
caracterización consensuada incluso desde las administraciones
capitalistas de América Latina cuya política exterior se comporta
relativamente independiente, al menos en términos diplomáticos y
declarativos, se ha inclinado por llamar a respetar la democracia
representativa y al Presidente Nicolás Maduro legítimamente optado en
las urnas. Naturalmente, de esa solidaridad elemental se han excluido
los gobiernos alineados en el tratado de libre comercio y de nítidos
objetivos geopolíticos en beneficio del Estado corporativo
norteamericano, la Alianza del Pacífico, compuesto por ahora por México,
Colombia, Perú y Chile. En el último país, la hace poco electa por un
25% de personas habilitadas para sufragar, la Presidenta Michelle
Bachelet, pronta a asumir en menos de un mes, siguiendo la política pro
imperialista del ex Presidente Ricardo Lagos Escobar quien fue el primer
mandatario en reconocer a los golpistas fracasados de 2002 contra Hugo
Chávez, ha guardado un silencio obsecuente en apoyo a las acciones
emprendidas contra el pueblo y el Ejecutivo venezolano. Porque esta hora
es de aquellas donde se revela la genuina escala de grises de los
intereses y proyectos políticos más o menos articulados de las clases
sociales y se caen las fachadas. En los paraderos de la locomoción
pública, en cualquier proclama que se refiera al asunto, en las Naciones
Unidas.
2.
Sobre las comparaciones recurrentes entre los procesos políticos de
Chile de la Unidad Popular y la actual Venezuela es preciso tomar
algunas notas. En las décadas de los 60 y 70 del siglo XX en gran parte
del mundo se vivió una ofensiva extraordinaria del movimiento popular
sobre el capitalismo maduro, sólo comparable con los años inmediatamente
posteriores a la Revolución Soviética. Es posible aventurar que los 60 y
70 fueron años de gloria y tragedia donde los oprimidos alcanzaron
protagonismo y talla histórica. De alguna manera, desde las victorias y
derrotas de entonces, desde la contrahegemonía en todas sus formas
respecto de la minoría en el poder, se produjeron los más ricos,
complejos y creativos procesos de construcción política, cultural y
social de los humillados de la Tierra hasta ahora. Es como si los
explotados y plebeyos hubieran alcanzado el despliegue histórico de sus
intereses sólo posible de cercenar mediante la violencia derechamente
militarizada de los imperialismos de manera directa o a través de sus
representaciones nacionales y regionales.
Entonces
fue como haber palpado el futuro. Desde una dañada, pero eficiente
contrarrevolución burguesa, hasta no hace tanto, cuando recién comienza
una paulatina recomposición de las fuerzas sociales ligadas al trabajo y
los oprimidos, todavía ese futuro ya vivido funciona como horizonte de
sentido. De allí la misión desmoralizante de las acusaciones de
‘nostalgia izquierdista’ de la producción propagandística multiformal y
espectacularizada por la intelectualidad a pago, ex revolucionaria y por
encargo de la misma minoría en el poder. Minoría que aprende
rápidamente y cuya memoria indeleble opera como terror de clase cuando
se actualiza alguna esquina del período donde sus privilegios fueron
jaqueados seriamente por mayorías sociales autoconscientes.
Pero
para los pueblos del mundo ese futuro ya vivido –y no personal ni
generacionalmente- es cumbre colorida, texto existencial orientador
relativamente mitificado; así como la realidad inmediata es carencia de
sentido y pura opresión.
Se
trata de que los tiempos de la lucha de clases no son lineales ni
historicistas ni cronológicos. Son tiempos siempre políticos,
históricos, sociales y concretos.
Por
ejemplo, puede perecer una generación o dos, la vida biológica de un
individuo, pero las condiciones y relaciones de fuerzas que produjeron a
uno y miles de Ernesto Guevara perduran como realización pendiente. Y
no por capricho, el mal llamado voluntarismo o alguna trampa de la
psiquiatría social. Sino porque hoy las relaciones de poder y de clase
subsisten de modo más feroz en términos relativos y absolutos que
entonces.
Por
contexto y particularidades en el proceso mismo de acumulación de
fuerzas, el programa aplicado por el gobierno de la Unidad Popular fue
más progresivo que el de la Venezuela bolivariana. Ello no es bueno ni
malo, es objetivo. Sin embargo, existen distancias y similitudes que
serían bravas de detallar en un borrador urgente. Tal vez las
diferencias más visibles sean que la UP de Chile fue de abajo hacia
arriba, con una poderoso papel de los partidos políticos reformistas de
inspiración socialista y la densidad continua históricamente de la lucha
de los trabajadores y el pueblo; y que la experiencia bolivariana se
basa sobre la señera conducta y liderazgo de Hugo Chávez, el
‘Caracazo’, el desprestigio del sistema político convencional y la
reestructuración notable de la ideología de las Fuerzas Armadas de
Venezuela. Asimismo, tanto la resignificación popular del concepto de
patria, las fuertes definiciones antiimperialistas, como el ejercicio de
la sedición enemiga sean los lugares más comunes de ambos gobiernos. En
fin.
Si
bien las formas del imperialismo -luego de la oleada de golpes
militares que asolaron a América Latina con el fin de imponer en
inmejorables condiciones el programa ultraliberal del capitalismo
concentrado y financiarizado ante la tendencia a la baja de sus
ganancias por el propio desarrollo tecnológico y el encarecimiento del
precio del trabajo-, modificaron drásticamente las relaciones de fuerza
mundiales y regionales y, por tanto, se han vuelto más sofisticadas las
tácticas de la dictadura del capital y en la actualidad se habla de
‘golpes blandos institucionales’ (y precautorios) en el continente. Sin
embargo, nada asegura que los golpes militares tradicionales hayan sido
arrojados al baúl de los recuerdos. Quienes así lo creen sólo están
expresando un deseo.
En
consecuencia, con el objeto de generar una crisis de gobernabilidad la
arremetida inestabilizadora y anunciada de grupos de estudiantes
universitarios digitados por la burguesía y el imperialismo USAmericano
en su plaza fuerte, Táchira (y después, Mérida), colindante con Colombia
no accidentalmente sino por lo contrario, es la expresión palpable del
álgido momento de la lucha de clases en el país de Bolívar.
Las
decisiones antiinjerencistas del gobierno de no renovar los permisos de
trabajo a los empleados de la industria mediática rival de los pueblos,
CNN, y de enviar a un cuerpo militar y policial a Táchira para frenar
el motín golpista, corresponden a medidas orientadas acertadamente para
demostrar la voluntad y las fuerzas del pueblo organizado.
Sin embargo, esas iniciativas no detendrán al imperialismo.
3.
La lucha antiimperialista es inmediatamente una lucha anticapitalista
en los países dependientes del mundo y de América Latina. Al no existir
‘burguesías nacionales y patrióticas’, tampoco existe una eventual
resolución del conflicto vía pactos sociales que no redunden en ofrecer
más tiempo a la clase gran propietaria para continuar conspirando.
En
claro y sencillo: el combate contra la ofensiva imperialista
dinámicamente se transforma en la oportunidad popular para expropiar a
la burguesía y a los intereses norteamericanos e iniciar abiertamente el
camino hacia una sociedad socialista y revolucionaria. Es mejor más
temprano que tarde. Y aunque todo parto, inevitablemente comporta
dolores, es la única práctica que da vida y multiplica su ejemplo.
* Periodista chileno radicado en Buenos Aires
Composición fotográfica agregada RCBáez
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