Por Freddy J. Melo
Arriba
el Libertador al año 230° de una existencia destinada a la infinitud.
No puede morir porque es un hombre-pueblo, residente en corazones y
conciencias y presente en cada acción colectiva en pro de la libertad y
la justicia.
Su
nombre está “en la tierra, en el agua, en el aire”, en la voz femenil o
masculina del oprimido y explotado, del combatiente contra muros
imperiales y epígonos sin patria, del que oye los rumores de los caídos y
está dispuesto a caer si la victoria lo demanda.
Un
problema: ¿Qué es lo que no se ha dicho sobre él? Los grandes cultores
de la palabra, los inmensos poetas, los creadores que manejan la piedra,
el color o el sonido y las personas sencillas que con limitados medios
construyen, nada menos, la vida cotidiana, todos y todas han expresado
hasta el casi agotamiento de los modos, su amor, devoción, admiración y
gratitud. Cómo decir algo nuevo, serio problema para un simple mortal.
Amo
a Bolívar desde la escuela. Lo aprendí tal vez como el culto en marcha
hacia la petrificación de las estatuas, pero esa escuela nos acercaba a
él, nos metía en el orgullo de la historia de la cual era semidiós y nos
hacía sentir venezolanos, cosa que posteriormente intentaron quitarnos.
Como casi todos he perpetrado versos y los primeros, en 5° grado,
fueron para “Bolívar sin parangón con los libertadores”. No podía faltar
la palabra de pompa. Después nuevos versos y muchas referencias, y un
discurso en su bicentenario.
A
la sazón ya había anidado en mí una nueva concepción del mundo y
adquirido la visión del problema antedicho. De tripas, corazón. Me
referí a lo que presuntamente sabemos todos. El político, el guerrero,
el legislador, el estadista, el sociólogo, el escritor, el clarividente,
el hombre generoso que nacido en cuna rica murió vestido con camisa
ajena. Me pregunté, no obstante, si teníamos completo a nuestro Bolívar,
si no se nos habría escapado algo quizás importante de quien había
condensado tan colosal realización en apenas cuarenta y siete años de
existencia. Permítanme un par de autocitas prolongadas.
“Hay
quienes piensan que sí, y yo modestamente a ellos me sumo. No es que
esa parte sea desconocida de veras. El propio héroe la señaló al hacer
el balance de su vida y tras él muchas generaciones de bolivarianos la
tuvieron presente. Pero es que bajo los resplandores de su gloria, bajo
los homenajes estatuarios, bajo la apoteosis y la balumba de palabras y
trompetas, queda arrinconada, ensordecida y se pretende sepultarla para
siempre. Discípulos egregios la tremolan y defienden, porque realmente
en ella y sólo en ella vive el Libertador; mas los legatarios… digamos
‘oficiales’ de su obra, tienen la capacidad de hacer el ruido, de
ocultarla y apartarla de la conciencia de su pueblo. ‘Legatarios’ que
por paradoja profunda de la historia se han transmutado en la negación
de la esencia de Bolívar, pero con el poder de administrar su imagen
para inmovilizarla en los panteones y las plazas”.
Señalé
luego la parte faltante como la del combatiente frustrado, el
realizador no realizado, el sembrador qué aró en el mar. Y pregunté:
“¿Dónde
están los gobiernos que han instaurado la mayor suma de felicidad y
seguridad para sus pueblos? ¿Dónde la nación de repúblicas que en el
gran día del continente asegura, por su libertad y gloria, la
intangibilidad soberana frente a quienes, pareciera que destinados por
la Providencia, plagan la América de miserias en nombre de la libertad?
Moral y luces siguen siendo nuestras primeras necesidades. La
independencia, el único bien ganado a costa de todos los demás, se halla
mediatizada por la coyunda de codiciosos e implacables intereses
extranjeros clavados sobre el cuerpo de nuestras patrias. Ni felicidad,
ni igualdad, ni unidad, ni independencia, ni libertad, ni gloria a la
altura de las demandas de Bolívar. Sólo Cuba está hoy levantando su
estandarte”.
Para
gloria bolivariana de Venezuela, Cuba ya no está sola y nuestra Patria
asume de nuevo el papel que jugó en las primeras décadas del siglo XIX. A
Bolívar le nació un hijo amasado en carne de pueblo, y ese hijo tomó la
idea maestra y la espada del padre y las puso a caminar por nuestra
América y el mundo. El huracán de la revolución otra vez sopla y
estremece “nuestra extensa latitud” ya no silenciosa, sino vibrante de
cantos libertarios. Hacia la victoria definitiva.
¡Viva el Libertador! ¡Viva su hijo, líder de la Revolución Bolivariana!
*Poeta y escritor bolivariano
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