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Vivir en la mentira

miércoles, 22 de agosto de 2012



No hay mejor almohada que una consciencia tranquila
Refrán alemán


Ciudad Cárcel, Chihuahua, verano del 2012


La sociedad de las apariencias es aquella que desarrolla constantemente elementos satisfactores inmediatos para una realidad no agradable de las relaciones sociales. Así por ejemplo, el alcohol (la cerveza, el licor)  cumple una labor social similar al de las religiones: conducen hacia la enajenación del alivio del espíritu, del alma; combate el estrés, para hablar en términos cotidianos actuales.

Este tipo de relaciones se da mayormente en sociedades totalitarias, jerárquicas y economías capitalistas; puede tener connotaciones nacionalistas, como describe Octavio Paz en El Laberinto… por ahí por las “Máscaras mexicanas. La preferencia por la Forma…”. En las sociedades contemporáneas además, la apariencia viene acompañada de soledad, por el individualismo, la desaparición de la comunidad y la noción de ella. 

Pero, ¿qué estimula la aparición y permanencia de dicho fenómeno?, ¿a quién se quiere engañar?, ¿para qué? La apariencia también puede disfrazarse de silencio, de ausencia; ahí está el elocuente ejemplo del silencio de la iglesia católica frente al fraude electoral en México. ¿De qué protege la apariencia? Los gobiernos bajo cualquier argumento (de seguridad nacional, confidencialidad, moral y buenas costumbres, etcétera) suelen cometer abusos, como el emblemático ejemplo de Wikileaks y el caso Julian Assange/Bradley Manning, perseguidos por Estados Unidos al revelar públicamente cables diplomáticos y sobre todo, información secreta de masacres a civiles realizadas en Afganistán por fuerzas de ese país, entre otros documentos.

La sociedad actualmente está predispuesta a las apariencias. Las y los políticos aparentan ser inteligentes y honestos; los noticieros y periódicos, pretenden ser veraces. O bien en el microcosmos de la vida diaria, actuando de acuerdo a la ocasión, con seriedad en un funeral, con alegría en una boda o con rutina al trabajar, poniéndonos un disfraz para cada ocasión. Es una costumbre disimular, aparentar, engañar; es la astucia de vivir y sobrevivir sociedades que además, suelen ser hostiles por herencia del patriarcado. La competitividad tan característica de las sociedades de libre mercado, también procura trampas, secretos, traiciones, así sea en un mercado o empresa, o en el deporte y la música; todo depende del grado de enajenación de la sociedad.

La apariencia de la mentira, cuando es social (es decir, cuando sociológicamente tiene un impacto en la forma de pensar y actuar de la gente o un sector de la misma) se transforma en hábito, costumbre y finalmente, cultura (generacional, nacional, etcétera) y es difícil de quitar. ¿Cómo se puede vivir en la mentira? Rehusándose a constatar la realidad o considerar otros puntos de vista, amparándose en la negación, la hipocresía o el cinismo, como el reciente caso de la elección federal, con tantos actores e instituciones involucradas, negando evidencias, ocultando información o simplemente haciendo como si nada.

Ciudad Cárcel cada vez se hace más grande, enorme. No tardan en llegar las cárceles privadas, por que la persecución policiaca arrasa con todo y pronto no va a haber cupo para tanta persona, además de la herencia de la narcoguerra. Nadie da cuenta de las desapariciones, pese a tanta denuncia y policía, que no se da abasto con tanto civil convertido en delincuente, aunque sea por no traer identificación o “para protegerte”, como suelen ahora decir las y los agentes discípulos de Julián Leyzaola antes de encarcelarte. En Ciudad Cárcel la apariencia se convierte en cifras: primero te crean una guerra ficticia, donde efectivamente muere mucha gente, y luego de disimular que no pasa nada y se exagera, se presumen estadísticas de la disminución de homicidios (contrariamente y pese a lo que se diga, los feminicidios continúan).

La promesa también es apariencia, por lo tanto, engaño y mentira (ensayo y error). En el neoliberalismo se adora el futuro, por que en él está la felicidad, por eso es inalcanzable. No es coincidencia la semejanza con la recompensa del cristianismo a posteriori, El Cielo, pues Adam Smith era monje. La promesa juega con la esperanza convertida en fe, por eso es tan dañina.

En las ciudades Cárcel se aprende a cuidarse del desconocido tanto como del policía; las y los ciudadanos de bien se convierten en potenciales terroristas, desde el que no paga impuestos o es desempleado, como el/la que sale a las calles a protestar, así sea estudiante o anciano. Sólo las sociedades cerradas dentro de Cárcel, las élites, gozan de un macabro juego de sobrevivencia con la libertad que da el dinero y las relaciones, es parte de la apariencia.

¿Cómo se sabe si vives en la mentira? Hay verdades sociales innegables, como la pobreza, la injusticia; pero también hay verdades personales, secretos que no se comparten con cualquiera (hay versiones sobre la orientación sexual de cierto priista cuarentón de copete que además tiene fama de golpeador, otro chisme basado en hechos sin importancia que sucedieron en San Salvador Atenco y con ser el número uno en feminicidios). Otras formas de enajenación están en la televisión, el fútbol, el sexo, las cantinas, el internet…todo lo necesario para olvidar la realidad, al menos un rato; la enajenación de la nada, de no involucrarse en nada, voltear al otro lado, encerrado en la casa, el cuarto, el fraccionamiento, vivir con precaución.    

No toda la gente vive en la mentira. Ahora la resistencia es moral, dialéctica de consciencia personal y colectiva, del presente y para el presente. Es época de cambios, pero sucede que mucha gente se quedó dormida en el siglo XX. La posmodernidad no significa fragmentos, sino fractales; de lo que ocurra hoy dependerá el mañana; el futuro no existe sino como perspectiva en un espacio caótico sin límites y sin centro, en constante movimiento, según dice Albert Einstein. Esa es la realidad que nos provee la ciencia para el siglo XXI.

Pero mientras la mentira es parte de la doble moral, del malestar social, del engaño y el error, Serge Galam, sociofísico de la Universidad de Jussieu, Francia, explica bajo modelos matemáticos lo que llama inercia: que un sistema democrático termina siendo conservador e inmovilista, inerte.

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