Por Eva Golinger
Desde
la primera vez que Hugo Chávez fue electo presidente de Venezuela en
1998, Washington y sus aliados han intentado socavar su mandato. Cuando
Chávez apenas era candidato presidencial, el gobierno de Estados Unidos
le negó una visa para participar en algunas entrevistas televisadas en
el país norteamericano. Luego, cuando ganó las elecciones
presidenciales, el entonces embajador estadounidense en Caracas, John
Maisto, lo llamó personalmente para felicitarlo y ofrecerle su visa. Los
meses siguientes fueron llenos de intentos por “comprar” al nuevo
presidente de Venezuela.
Empresarios, políticos y jefes de estado desde
Washington a España lo presionaban para que se subordinara a sus
agendas. “Vente con nosotros”, le urgía el entonces primer ministro
español, José María Aznar, seduciéndolo con ofertas de lujo y riqueza,
si simplemente cumplía con sus órdenes.
Cuando
Chávez no se dejó comprar, lo sacaron con un golpe de Estado el 11 de
abril de 2002, financiado y diseñado desde Washington. Cuando el golpe
fracasó, y el pueblo rescató la democracia y a su presidente en menos de
48 horas, comenzaron a desestabilizar al país intentando hacerlo
imposible para gobernar. Desbordaron la nación con saboteos económicos,
huelgas ejecutivas en la industria petrolera, caos en las calles, y una
brutal guerra mediática que tergiversaba la realidad del país a nivel
nacional e internacional. El complot para asesinarlo con paramilitares
colombianos en mayo 2004 fue impedido por las fuerzas de seguridad del
país. Meses después, intentaron revocar su mandato a través de un
referéndum revocatorio en agosto 2004, pero el pueblo lo salvó con un
voto de 60-40.
Mientras
más popular se hacía, más millones fluían desde las agencias de
Washington a los grupos anti-chavistas para desestabilizarlo,
desacreditarlo, deslegitimarlo, derrocarlo, asesinarlo, o sacarlo de
cualquier manera. En diciembre 2006, Chávez fue reelecto con 64% de los
votos. Su aprobación crecía dentro de Venezuela y por toda América
Latina. Nuevos gobiernos en Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador,
Honduras, Nicaragua, Uruguay y varios países caribeños se unieron a las
iniciativas de integración, soberanía y unión latinoamericana y caribeña
impulsadas desde Caracas. Washington comenzó a perder su influencia y
control sobre su antiguo “patio trasero”.
Fueron
creadas la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América
(ALBA), la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), PetroCaribe,
PetroSur, TeleSUR, Banco del ALBA, Banco del Sur y la Comunidad de
Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). En ninguna de esas
organizaciones está Washington, ni la élite que antes dominaba la
región, imponiendo sus intereses por encima de los pueblos.
En
enero 2005, la nueva secretaria de Estado, Condoleezza Rice, dijo que
Chávez era “una amenaza” para la región. Justo después, la Agencia
Central de Inteligencia (CIA) colocó a Venezuela en su lista de los Top 5
Hot Spots (5 lugares más inestables) del mundo. Unos meses luego, el
reverendo estadounidense Pat Robertson declaró públicamente que era
mejor “asesinar” a Chávez ya en lugar de iniciar una guerra contra
Venezuela, que costaría millones de dólares. Ese mismo año, cuando
Venezuela suspendió la cooperación con la Agencia Antidroga de Estados
Unidos (DEA), por estar inmiscuyéndose en sus asuntos internos, espiando
y saboteando sus trabajos antidroga, Washington clasificó a Venezuela
como un país que “no coopera en la lucha contra el narcotráfico”. Nunca
presentaron pruebas para fundamentar sus graves acusaciones.
En
febrero 2006, el entonces Director Nacional de Inteligencia, John
Negroponte, se refirió a Venezuela como un “peligro” para Estados
Unidos. El Secretario de Defensa Donald Rumsfeld comparó a Chávez con
Hitler. Ese mismo año, Washington estableció una Misión Especial de
Inteligencia para Venezuela y Cuba, reorientando recursos de la
comunidad de inteligencia estadounidense para aumentar sus operaciones
en estos lugares, considerados “amenazas” para Estados Unidos. En junio
2006, la Casa Blanca colocó a Venezuela en una lista de países que “no
apoyan suficientemente la lucha contra el terrorismo”, y lo sancionaron
con una prohibición de poder comprar armas y equipos militares de
empresas estadounidenses o aquellas con utilizan tecnología
estadounidense. Nunca mostraron evidencias de los supuestos vínculos de
Venezuela con el terrorismo.
En
2008, el Pentágono reactivó la Cuarta Flota de la Armada, la
comandancia militar estadounidense encargada de América Latina y el
Caribe. Había sido desactivada en 1950 y no funcionaba desde entonces,
hasta que decidieron que era necesario aumentar la presencia “y fuerza”
militar de Estados Unidos en la región. En 2010, Washington se acordó
con Colombia para establecer 7 bases militares en su territorio. Un
documento oficial de la Fuerza Aérea de Estados Unidos justificaba estas
bases debido a la “amenaza de los gobiernos anti-estadounidenses en la
región”.
En
la prensa internacional, decían que Chávez era un dictador, tirano,
autoritario, narco, anti-americano, terrorista, pero nunca presentaron
pruebas para tan peligrosos sobrenombres. Convirtieron la imagen de
Venezuela en violencia, inseguridad, crimen, corrupción y caos, sin
mencionar los grandes logros y avances sociales durante la última
década, ni las causas de las desigualdades sociales dejadas desde
gobiernos anteriores.
Durante
años, un grupo de congresistas estadounidenses, demócratas y
republicanos, han intentado colocar a Venezuela en su lista de “estados
terroristas”. Destacan la relación entre Venezuela e Irán, Venezuela y
Cuba, y hasta Venezuela y China, como evidencia de la “grave amenaza”
que el país suramericano representa para Washington. Intentaron destruir
ALBA con el golpe de estado contra Manuel Zelaya en Honduras en 2009.
Buscaron debilitar la UNASUR con el golpe contra Fernando Lugo en
Paraguay en junio 2012. No funcionó.
Dicen
una y otra vez que Venezuela y Chávez son amenazas para Estados Unidos.
“Hay que pararlo”, dicen, antes de que “lancen sus bombas iraníes
contra nosotros”.
El
Presidente Barack Obama declaró en estos días que Chávez no era una
amenaza para la seguridad de Estados Unidos. El candidato Mitt Romney
dijo que sí. La furia de los extremistas miameros cayó encima de Obama.
Pero no deben preocuparse, porque Obama aumentó el financiamiento
multimillonario a los anti-chavistas este año. Son más de 20 millones de
dólares que han canalizado de las agencias estadounidenses para la
campaña opositora en Venezuela.
¿Es
Venezuela una amenaza para Washington? En Venezuela, el único
terrorismo que hay es de los grupos que buscan desestabilizar al país,
la mayoría con el apoyo político y financiero de Estados Unidos. Los
narcotraficantes son de Colombia, donde la producción y transito de
drogas han incrementado durante la invasión estadounidense en ese país a
través del Plan Colombia. La relación con Irán, con Cuba, con China,
con Rusia y con los demás países del mundo es una cooperación bilateral –
o multilateral – normal entre países. No hay bombas, no hay planes de
ataque, no hay secretos siniestros.
No, Venezuela no es ese tipo de amenaza para Washington. Es otra.
La
pobreza ha sido reducida en más de 50% desde que Chávez llegó al poder
en 1998. Las políticas de inclusión de su gobierno han creado una
sociedad de alta participación en las decisiones económicas, políticas y
sociales. Sus programas sociales – las misiones – han garantizado
atención médica gratuita, educación gratis y accesible – desde los
niveles básicos hasta los más avanzados – alimentación en precios
alcanzables, y herramientas para crear y mantener cooperativas, empresas
pequeñas y medianas, consejos comunales y comunas, para todo el pueblo.
La cultura venezolana ha sido rescatada y valorada, recuperando el
orgullo e identidad nacional, creando un sentimiento de dignidad en
lugar de inferioridad. Medios de comunicación e información se han
proliferados durante la última década, asegurando espacios para la
expresión de todos.
La
industria petrolera de Venezuela, nacionalizada en 1976 pero que
funcionaba como una empresa privada, ha sido recuperada al beneficio del
país, y no de las multinacionales y una minoría oligarca. Alrededor de
60% del presupuesto anual se dedica a los programas sociales en el país,
con el enfoque principal en la erradicación de la pobreza.
Caracas,
la capital, ha sido embellecida. Los parques y plazas se han convertido
en espacios de reunión, disfrute y seguridad para los visitantes. Hay
música en las calles, arte en las paredes, y una rica debate de ideas
entre los habitantes. La nueva policía comunal trabaja en conjunto con
las comunidades para luchar contra los terribles problemas de la
violencia, la inseguridad y la delincuencia, problemas que no se atacan
solamente desde el superficie, sino desde la raíz.
El
despertar de Venezuela se ha expandido por todo el continente y hacia
el norte por el mar Caribe. El sentimiento de soberanía, independencia y
unión en la región ha enterrado la sombra de subdesarrollo y
subordinación impuesta por los poderes colonizadores durante siglos
pasados.
No,
Venezuela no es una amenaza para la seguridad de Estados Unidos.
Venezuela es un ejemplo de como un pueblo levantador, frente a los
obstáculos más difíciles y la fuerza brutal de las grandes potencias,
puede construir un modelo en donde la justicia social reina, y la
prosperidad humana se celebra por encima de la prosperidad económica.
Venezuela es el país en donde millones antes invisibles, hoy son
visibles, hoy tienen voz y el poder de decidir sobre el futuro de su
patria, sin ser asfixiados por las garras imperiales. Hoy, gracias a la
revolución liderada por el Presidente Chávez, Venezuela es uno de los
países más felices del mundo.
Esa
es la amenaza que representa el Presidente Hugo Chávez y la Venezuela
Revolucionaria para Washington. Es la amenaza del buen ejemplo.
ILUSTRACIÓN: ETTEN CARVALLO/CIUDAD CCS
JORDI PUJOL, 50 AÑOS DE CDC, MÁS EL EMÉRITO.
Hace 2 días
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