Por Álvaro Montero Mejía
En nuestro artículo anterior
llamábamos a reflexionar todos, hombres y mujeres preocupados por la
grave situación que atraviesa Costa Rica, en torno a las tareas que
juntos debemos emprender para recuperar las conquistas democráticas hoy
amenazadas y darle a nuestra Patria el camino ascendente y promisorio
que merece.
Pero
una pregunta se repite con insistencia ¿Por qué hemos llegado a esta
situación? ¿Por qué estamos detenidos como frente a un callejón sin
salida? Tenemos una primera respuesta de la que todos somos conscientes:
Porque nos hemos desunido; porque nuestros enemigos han sido más
inteligentes que nosotros y mantienen nuestras fuerzas dispersas.
Pero
quisiéramos continuar adelante en la búsqueda de alternativas. Porque
cada uno de nosotros trae una mochila cargada de experiencias buenas y
malas. No se trata de ponerlas todas sobre la mesa sino de usarlas como
una reserva para la visión crítica con que debemos enfrentar el
presente.
Cuando
en repetidas oportunidades hemos hablado de unidad de fuerzas, partimos
del criterio de que los posibles aliados tenemos puntos de vista
diferentes y muchas veces discrepantes en torno a aspectos determinantes
de la realidad nacional e internacional. De modo que si cada uno se
aferra a los planteamientos y convicciones que constituyen su reserva de
principios, difícilmente avanzaremos. Pero al mismo tiempo, no tenemos
derecho a pedirle a nadie que renuncie a sus convicciones. Pero sí
podemos proponernos debatir, hasta encontrar los objetivos o tareas que
hagan posible empeñar el esfuerzo común de definir y derrotar al enemigo
principal.
No
hablamos por hablar. Si en nuestro pequeño país, las distintas
corrientes del pensamiento social costarricense han sido directamente
responsables de las grandes reformas y transformaciones logradas a lo
largo de su historia y muy particularmente en la segunda mitad del siglo
XX ¿Por qué entonces insistir en lo que nos separa y no en lo que nos
une? ¿Qué fuerzas o qué intereses se habrán propuesto evitar que esas
mismas corrientes transformadoras realicen un esfuerzo real de
convergencia para recuperar lo que se ha perdido o más bien, lo que
intentan arrebatarnos la corriente neoliberal y los grandes intereses
corporativos? ¿Vamos a permitir que sigan haciendo de las suyas,
pervertir la política, cerrar periódicos o espacios de libre opinión,
convertir los valores en mercancías y cambiar votos por dinero?
¿Terminarán por convencernos que nada podemos hacer, que la Patria dejó
de ser nuestra y que debemos aceptar sin chistar, que hagan con ella lo
que les venga en gana?
En
ocasiones recientes el pueblo costarricense dio muestras de su enorme
capacidad para sumar su empeño moral y cívico en torno a las tareas que
eran concebidas como apremiantes y urgentes. Debemos recordarlo
tercamente. La conciencia nacional contra el Tratado de Libre Comercio
con los Estados Unidos, constituyó una abrumadora mayoría que no se
manifestó en las urnas del referéndum, por la campaña de terror y
presión psicológica a que fueron sometidos millares de obreros y
trabajadoras en las zonas industriales y en las comunidades del país.
Pero una buena dosis de esa conciencia no se ha disipado.
El
problema con la conciencia cívica es que si no se conserva a través de
métodos organizativos y didácticos que la conviertan en una fuerza de
cambios reales, igual que la energía material, se transforma; sólo que
en frustración y desánimo. Tampoco se trata de insistir en una división
artificial o mecánica entre los que estuvieron a favor o en contra del
TLC. En el esfuerzo común que nos urge, cabemos todos. La crisis
reciente, de la que aún no salimos, se encargará de demostrar la
dimensión del error a que fue inducida la significativa porción del
pueblo costarricense que votó por el sí.
Aunque
preferiríamos un proceso que unifique personas y no grupos y
organizaciones, en los esfuerzos unitarios resulta inevitable la
presencia de sindicatos, comités patrióticos, cámaras empresariales o
partidos políticos, que aspiran a aportar el peso específico de su
representación social. De igual modo, las fuerzas sociales y políticas
susceptibles de aliarse, están compuestas por seres humanos, es decir
por personas cuyas tradiciones políticas, hábitos, percepciones
intelectuales, simpatías o antipatías, amistades o resentimientos,
dificultan o favorecen estos procesos. También tenemos valoraciones,
prejuicios y reconocimientos, con respecto a las personas con quienes
debemos trabajar para encontrar el camino de la unidad.
Como
no se trata de incursionar en la psicología, comprendemos que la unidad
de fuerzas alrededor del qué hacer, es un ejercicio en dos
dimensiones: la primera es un ejercicio de tolerancia, honradez y buena
voluntad. La segunda, es debatir hasta encontrar las tareas que se
conviertan en un programa con propósitos comunes. Como ya no hay tiempo,
debemos comenzar ahora mismo.
Primero las preguntas; luego las respuestas. Continuaremos en el intento.
(Para encontrar el buen camino, II)
JORDI PUJOL, 50 AÑOS DE CDC, MÁS EL EMÉRITO.
Hace 5 días
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