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Unidad y conciencia nacional

domingo, 17 de junio de 2012
Por Álvaro Montero Mejía

En nuestro artículo anterior llamábamos a reflexionar todos, hombres y mujeres preocupados por la grave situación que atraviesa Costa Rica, en torno a las tareas que juntos debemos emprender para recuperar las conquistas democráticas hoy amenazadas y darle a nuestra Patria el camino ascendente y promisorio que merece.

Pero una pregunta se repite con insistencia ¿Por qué hemos llegado a esta situación? ¿Por qué estamos detenidos como frente a un callejón sin salida? Tenemos una primera respuesta de la que todos somos conscientes: Porque nos hemos desunido; porque nuestros enemigos han sido más inteligentes que nosotros y mantienen nuestras fuerzas dispersas.

Pero quisiéramos continuar adelante en la búsqueda de alternativas. Porque cada uno de nosotros trae una mochila cargada de experiencias buenas y malas. No se trata de ponerlas todas sobre la mesa sino de usarlas como una reserva para la visión crítica con que debemos enfrentar el presente.

Cuando en repetidas oportunidades hemos hablado de unidad de fuerzas, partimos del criterio de que los posibles aliados tenemos puntos de vista diferentes y muchas veces discrepantes en torno a aspectos determinantes de la realidad nacional e internacional. De modo que si cada uno se aferra a los planteamientos y convicciones que constituyen su reserva de principios, difícilmente avanzaremos. Pero al mismo tiempo, no tenemos derecho a pedirle a nadie que renuncie a sus convicciones. Pero sí podemos proponernos debatir, hasta encontrar los objetivos o tareas que hagan posible empeñar el esfuerzo común de definir y derrotar al enemigo principal.

No hablamos por hablar. Si en nuestro pequeño país, las distintas corrientes del pensamiento social costarricense han sido directamente responsables de las grandes reformas y transformaciones logradas a lo largo de su historia y muy particularmente en la segunda mitad del siglo XX ¿Por qué entonces insistir en lo que nos separa y no en lo que nos une? ¿Qué fuerzas o qué intereses se habrán propuesto evitar que esas mismas corrientes transformadoras realicen un esfuerzo real de convergencia para recuperar lo que se ha perdido o más bien, lo que intentan arrebatarnos la corriente neoliberal y los grandes intereses corporativos? ¿Vamos a permitir que sigan haciendo de las suyas, pervertir la política, cerrar periódicos o espacios de libre opinión, convertir los valores en mercancías y cambiar votos por dinero? ¿Terminarán por convencernos que nada podemos hacer, que la Patria dejó de ser nuestra y que debemos aceptar sin chistar, que hagan con ella lo que les venga en gana?

En ocasiones recientes el pueblo costarricense dio muestras de su enorme capacidad para sumar su empeño moral y cívico en torno a las tareas que eran concebidas como apremiantes y urgentes. Debemos recordarlo tercamente. La conciencia nacional contra el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, constituyó una abrumadora mayoría que no se manifestó en las urnas del referéndum, por la campaña de terror y presión psicológica a que fueron sometidos millares de obreros y trabajadoras en las zonas industriales y en las comunidades del país. Pero una buena dosis de esa conciencia no se ha disipado.

El problema con la conciencia cívica es que si no se conserva a través de métodos organizativos y didácticos que la conviertan en una fuerza de cambios reales, igual que la energía material, se transforma; sólo que en frustración y desánimo. Tampoco se trata de insistir en una división artificial o mecánica entre los que estuvieron a favor o en contra del TLC. En el esfuerzo común que nos urge, cabemos todos. La crisis reciente, de la que aún no salimos, se encargará de demostrar la dimensión del error a que fue inducida la significativa porción del pueblo costarricense que votó por el sí.

Aunque preferiríamos un proceso que unifique personas y no grupos y organizaciones, en los esfuerzos unitarios resulta inevitable la presencia de sindicatos, comités patrióticos, cámaras empresariales o partidos políticos, que aspiran a aportar el peso específico de su representación social. De igual modo, las fuerzas sociales y políticas susceptibles de aliarse, están compuestas por seres humanos, es decir por personas cuyas tradiciones políticas, hábitos, percepciones intelectuales, simpatías o antipatías, amistades o resentimientos,  dificultan o favorecen estos procesos. También tenemos valoraciones, prejuicios y reconocimientos, con respecto a las personas con quienes debemos trabajar para encontrar el camino de la unidad.

Como no se trata de incursionar en la psicología, comprendemos que la unidad de fuerzas  alrededor del qué hacer, es un ejercicio en dos dimensiones: la primera es un ejercicio de tolerancia, honradez y buena voluntad. La segunda, es debatir hasta encontrar las tareas que se conviertan en un programa con propósitos comunes. Como ya no hay tiempo, debemos comenzar ahora mismo.

Primero las preguntas; luego las respuestas. Continuaremos en el intento.

(Para encontrar el buen camino, II)

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