Por Álvaro Montero Mejía
Los
costarricenses, usamos con frecuencia una expresión llena de simpatía;
decimos con frecuencia: “el NO ya lo tenemos seguro; ahora debemos ir
por el SI”. ¿Cómo pueden tantas personas sentirse desanimadas y asegurar
que la unidad de fuerzas patrióticas no es posible si aún no hemos
realizado un empeño sostenido y terco en la búsqueda de esa unidad? La
unidad es una tarea y un deber. Estas reflexiones están dirigidas hacia
ese objetivo y a demostrar, vaya ilusión, que esa unidad es
perfectamente posible. La unidad no puede ser un hecho casual. Deben
existir presupuestos básicos que la promuevan y la provoquen. Tampoco
aparece de un día para otro. Debe generarse en un ambiente propicio y
avanzar poco a poco. La unidad tiene enemigos, algunos desembozados y
otros ocultos, agazapados.
En
ese esfuerzo y en la Unidad misma, se forman alianzas que podemos
llamar estratégicas, es decir, entre luchadores y personas dispuestas a
llevar los acuerdos hasta sus últimas consecuencias. También hay aliados
coyunturales, con intereses de corto plazo y que también son
importantes, incluso decisivos. De allí la importancia de los acuerdos
en torno a un programa, de la discusión y el diálogo prolongado y
honrado, sin trampas, sin triquiñuelas, diciendo siempre la verdad. Una
tarea difícil en la política ¿Verdad?
Conozco
personalmente, en virtud de experiencias pasadas, lo complejo y
tortuoso que puede resultar un esfuerzo unitario seriamente concebido. A
los socialistas nos tocó, junto a un grupo de compañeros y compañeras
trabajar, al finalizar los años 70, por la unidad de las fuerzas de
izquierda en Costa Rica que entonces eran tres: el Partido Socialista
Costarricense, el Partido Vanguardia Popular encabezado por Don Manuel
Mora Valverde y el Movimiento Revolucionario del Pueblo que dirigía
Sergio Eric Ardón Ramírez. A pesar de las afinidades, el esfuerzo no
pudo ser más complicado. Pero la situación económica, social y política
de aquellos años no era, ni de lejos, tan dramática y compleja como la
de hoy. Además, la Guerra Fría impedía de antemano, en Costa Rica, que
un trabajo como el nuestro se convirtiera en una alternativa de
gobierno. Cuando fue posible, como en Chile, sobrevino el zarpazo
imperial.
Ahora
estamos obligados a plantearnos nuevos imperativos que pueden resumirse
en una frase: defender la Patria, lo que equivale a defender y
recuperar los valores espirituales y materiales de nuestro pequeño país.
Esta tarea constituye la base para la formulación de un Proyecto de
País y un Programa Mínimo, que sintetice la propuesta de la unidad que
plantemos. Sobre esto volveremos.
Ese
esfuerzo, para madurar, avanzar y obtener resultados prácticos,
requiere un instrumento y en la vida política el único instrumento apto
para ascender al gobierno, es un Partido o una Coalición de Partidos.
Suponemos que un Partido es una organización ciudadana cuyo objetivo
fundamental no puede ser otro que la conquista del gobierno. Esto
plantea un pregunta crucial ¿Puede el pueblo costarricense arrebatarle a
las cofradías y las fuerzas corporativas el control del Gobierno y del
Estado, por otra vía que no sea la de un partido o coalición de partidos
y en virtud del triunfo en un determinado proceso electoral? Si alguien
encuentra otro método más eficiente y justo, debe plantearlo con
claridad y sin ocultarse en el consabido repudio por la política en
general.
Muchas
personas denigran la política como una actividad de ladrones y
delincuentes. Pero la auténtica política puede ser concebida como un
medio de formación humana y social, sin la cual ningún pueblo puede
plantearse la construcción de valores como la libertad, la justicia y la
comprensión racional de todo lo que ocurre en una nación, sean hechos
públicos o privados. Un partido político o una coalición, antes que una
maquinaria electoral que pide el voto de los ciudadanos, debe ser una
auténtica escuela de formación cívica, de instrucción política, de
formación ideológica, que demuestre con hechos y no solo con palabras,
su firme respaldo a los más urgentes anhelos de nuestro pueblo y su
capacidad para actuar en consonancia con las exigencias colectivas.
Solo
hay un método para que la política no dependa de la buena o mala
voluntad de los dirigentes. Ese método es la participación ciudadana, es
decir, el involucramiento total y permanente de todos y todas, en las
decisiones estatales que nos afectan. El compromiso humano y social de
la política, no debe partir de las consabidas promesas, sino de la
demostración práctica, junto a la ciudadanía organizada, vigilante y
unida, de su capacidad para cumplir los programas y las reformas
propuestas.
La
participación, aun cuando ahora constituye una mandato Constitucional,
al igual que muchos nobles enunciados constitucionales solo será posible
si el pueblo la conquista y la convierte en una victoria. Es por eso
que todo el empeño de esta reflexión, está orientado a demostrar que
sin recurrir a la más amplia unidad de fuerzas sociales, la que debe
estar por encima de denominaciones coyunturales, será imposible ascender
al poder del gobierno y el Estado, convertir la participación en una
norma de vida y poner en práctica un Programa Mínimo. Unidad no es suma
aritmética, sino conjunción práctica de principios y propuestas
sociales, como aporte colectivo de todas las fuerzas aliadas,
traducidas en un Programa. No es una idea nueva.
En
una reunión en el año 77, a la que invitamos para explicarles nuestros
planes a eminentes personalidades entre las que estaban Carlos Monge
Alfaro, Carmen Naranjo y Alfonso Trejos Willis, me atreví a decir que
“Pueblo Unido no era una organización de la izquierda” sino que estando
allí la izquierda, nuestro deseo era que se convirtiera en el lugar de
encuentro de los hombres y mujeres honrados, de distintas ideologías
pero dispuestas a defender a Costa Rica, derrotar la politiquería y
ejecutar un programa común. Aún recuerdo las recriminaciones recibidas
en nuestras propias filas por semejante atrevimiento ¡Decir que Pueblo
Unido no era de izquierda. Había que estar loco! Logramos la unidad de
la izquierda pero el sectarismo y el dogmatismo la hicieron fracasar
como fuerza humanista y de avance social.
Consideramos
que esa vieja concepción de la unidad sigue siendo en lo fundamental,
justa. En nuestros días, no sería igual en sus componentes, ni en sus
objetivos inmediatos. La historia es dinámica. Hoy la Unidad deberá ser
aquella que sume todas las fuerzas y clases sociales, la que provoque
la potencia social y electoral necesaria para sacar del poder al enemigo
principal, a los corruptos y entreguistas que denigran la vida política
y económica, esos mismos que José Luis Vega Carballo describe
magistralmente cuando habla del poder en las sombras. Si deseamos
merecer el nombre de “pueblo”, es decir, de comunidad humana que ha
forjado a través de su historia valores y costumbres, estilos de vida y
tradiciones que nos distinguen y particularizan, debemos aferrarnos a
esa identidad y ponerla al día.
Este
país está constituido por personas que piensan de maneras distintas y
cumplen funciones sociales en muchos casos discrepantes y enfrentadas.
Se trata entonces de convivir, porque esta es la Patria común. Y solo un
Programa Mínimo, derivado de un Proyecto de País, proclamado por una
sólida unidad de fuerzas patrióticas, puede delinear la manera más justa
y equitativa de lograrlo.
Nuestra reflexión no concluye aquí.
Curridabat, 15 de junio 2012.
(Para encontrar el Buen Camino, III)
Imagen agregada RCBáez
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