El próximo lunes 11 de junio, cuando el comandante Chávez se dirija al Consejo Nacional Electoral a inscribir su candidatura, voy a marchar con él.
Las razones son muchas, pero en esta ocasión sólo enumeraré cuatro de ellas.
1.- Porque contra la variopinta raza de los politiqueros de oficio, demagogos, discurseros y embaucadores, Chávez encarna al pueblo que progresivamente, y sorteando innumerables obstáculos, va asumiendo las riendas de su destino, empoderándose por todos lados, copando espacios, multiplicándolos, reinventándolos en algunos casos. Nunca en la historia venezolana tantos hombres y mujeres de las clases populares se incorporaron de manera tan activa y entusiasta al ejercicio de la política, sin mediaciones y sin pedir permiso, abriéndose paso, diciendo presente, sumándose a la titánica tarea de refundar una República desdibujada, hambreada, pisoteada, expoliada. Pero Chávez no sólo ha significado la politización de las mayorías populares: además, predomina el firme convencimiento de que la política tendrá que ser, necesariamente, otra política, porque sobre las ruinas de la vieja cultura de la macolla, de la trampa, del espíritu de secta, de las soberbia de los jefecillos, habremos de sentar las bases de una nueva cultura política, genuinamente democrática, con respeto a las diferencias. Tal es, dicho sea de paso, la razón por la que tantos votaremos por Chávez: porque dejamos de ser simplemente un voto, para convertirnos en un inmenso y rebelde sujeto colectivo que participa, interpela, demanda, defiende, construye, organiza, moviliza, revoluciona.
2.- Porque contra la entrega de nuestros recursos, contra el vergonzoso servilismo de la oligarquía, Chávez encarna una economía con orientación nacional y en provecho de las mayorías populares. Pueden discutirse los ritmos y los acentos, puede debatirse sobre lo acertado, conveniente y oportuno de políticas puntuales, pero lo que resulta indiscutible es la orientación general de la política económica, que apunta a recuperar el control de áreas estratégicas, tanto como el papel rector del Estado. Nuestra economía, concebida desde sus orígenes para desempeñar un papel subordinado a los intereses de las potencias occidentales, siempre rindió dividendos a unos pocos y significó la pobreza de la inmensa mayoría. Y lo anterior es cierto incluso para los tiempos de "bonanza" adeco-copeyana, cuando hizo aparición una clase media tributaria de esa clase política, a la que le dio la espalda cuando los orígenes del "fenómeno" Chávez, y a la que volvió a aliarse, horrorizada, cuando tuvo frente a frente al pueblo chavista. El programa económico de la candidatura antichavista, insólitamente neoliberal, cuando cada vez es más evidente que, a escala global, el neoliberalismo está extremando las condiciones que ponen en riesgo la supervivencia de la especie humana, es quizá el indicador más elocuente de lo que, durante la revolución bolivariana, hemos venido dejando atrás, poco a poco: a esa otra raza de tecnócratas, "expertos", privatizadores y usureros que ya quisieran entregar de nuevo a nuestro país a los intereses foráneos, con tal de que les garanticen una pequeña tajada.
3.- Porque contra el "nacionalismo" recién descubierto de una clase política que jamás dejó de ser cipaya, y contra la consecuencia de los cipayos, que jamás dejaron de defender los intereses del capital foráneo y de su propio bolsillo, Chávez encarna la posibilidad de construir la gran Nación latinoamericana por la que ya pelearon Bolívar, San Martín, Artigas, Morazán, al mando del pueblo zambo, pardo, indio, negro. Detrás del discurseo infame de los "nacionalistas" que acusan al gobierno nacional de "regalar" nuestros recursos a otros gobiernos de la América nuestra, lo que se esconde es la autodenigración que ha caracterizado siempre a la clase política vernácula, a la intelectualidad, a la "gente decente", tanto como a la oligarquía. Como planteara Jorge Abelardo Ramos, refiriéndose a los orígenes de esta toma de postura: "La denigración europea se fundaba en la necesidad de ignorar y desacreditar aquello que esquilmaba. La autodenigración de la intelligentzia latinoamericana reposaba, por su parte, en el hecho de que estaba obligada a vivir de la clase directamente dominante, la oligarquía, que no era una clase nacional sino por su residencia e intereses". La Nación es una idea anacrónica (y este planteo ha estado muy en boga recientemente en los círculos intelectuales más "progresistas") sólo cuando se trata de países sometidos, colonizados o en procesos de liberación. Entonces se trata, para las naciones "civilizadas", de "fosforescencia folklórica", de la "pintoresca filiación religiosa", como diría el mismo Ramos, que caracteriza a los pueblos "tercermundistas" y a sus líderes. En nombre de un "nacionalismo" abstracto, sin sustancia, la clase política antichavista se ubica contra los intereses nacionales, que no son sólo los de Venezuela, sino de esa "América toda" que "existe en Nación", de nuestro himno. Por supuesto, esa clase es portavoz de otros intereses: de aquellas potencias occidentales, de histórica vocación imperial, que saben que una América desunida es más fácil de dominar.
4.- Porque en abierto contraste con la vocación decididamente anti-nacional y anti-popular de quienes siempre gobernaron en esta tierra, y a despecho de los esquemas de cierto marxismo exhausto, enmohecido y sobrepasado por las circunstancias, con su añoranza por el proletariado fabril de la Inglaterra del siglo XVIII y los asaltos al Palacio de Invierno, tanto Chávez como el chavismo encarnan la expresión más acabada de pueblo que lucha por su emancipación en todos los órdenes, material y espiritual, aún con sus miserias y limitaciones. Un prejuicio de siglos, el odio de clases inoculado y consentido (alguien decía que "la adopción del odio ajeno es la forma más extrema de servilismo"), el miedo infundado por los medios de propaganda de la oligarquía, que no han cesado ni en segundo en su empeño por pasar la página de la historia que la mayoría del pueblo se empeña en escribir, entre otras, son las razones que impiden reconocer la justeza de las causas por las que hoy lucha el pueblo venezolano. Ellas mismas impiden ver la infinita alegría con la que el pueblo chavista se ha sumado a tal empresa colectiva. Se sobredimensionan los errores, que son muchos, porque lo que les interesa es ocultar los aciertos; se sobreexpone a las figuras que proceden de acuerdo a las formas de la vieja política, porque no les interesa que haya otra política, y mucho menos mostrar dónde ésta se despliega; muestran el árbol torcido, porque no les interesa mostrar esta portentosa selva tropical, sus misterios y tesoros.
Por estas razones, voy a marchar con Chávez. No a pesar de lo que nos falta, sino precisamente porque nos falta mucho trecho por recorrer. Porque incluso si tuviéramos que comenzar de nuevo, que sea en revolución, y no bajo la égida de quienes jamás creyeron en nosotros, porque siempre estuvieron contra nosotros.
Publicado en Saber y poder
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