Por José Antonio Gutiérrez D.
El
brutal asesinato, tortura y violación de Rosa Elvira Cely, en pleno
Parque Nacional de Bogotá, ha causado una justa ola de indignación en
todo el país. Al grito de “¡Ni una Rosa más!” miles de bogotanos se
reunieron el 3 de Junio en el lugar del macabro crimen a rendir sentido
tributo a esta víctima y a protestar vehemente contra la violencia
contra la mujer.
En
este espacio no quiero extenderme demasiado sobre este crimen en
particular, que lamentablemente, es uno más entre miles de abusos y
feminicidios que ocurren cotidianamente en Colombia. Ni quiero tampoco
referirme a las múltiples negligencias que contribuyeron, en algún
grado, al desenlace fatal de esta historia (una respuesta inadecuada de
la policía a los llamados de auxilio, negligencia en su atención
médica, que no se atendieran sus heridas de puñal que fueron las que
finalmente le ocasionaron la muerte, etc.). Sobre lo que quiero llamar
la atención es sobre la hipocresía de los medios y las élites
colombianas que hoy se horrorizan ante el cadáver de Rosa Elvira Cely,
pero que sistemáticamente han hecho la vista gorda ante los crímenes
del paramilitarismo, que son calco y copia del empalamiento de Rosa
Elvira Cely.
La
práctica del empalamiento, es decir, la penetración forzosa por el ano
o la vagina de la víctima con un palo que le perfora los órganos
internos, a veces saliendo por la boca, no es un acto sádico novedoso.
Es una práctica que, de hecho, se ha aplicado en Colombia desde los
inicios de la violencia conservadora a mediados de los ‘40, en
innumerables veredas y zonas rurales, donde las cuadrillas de
chulavitas, pájaros o paramilitares (como se les ha llamado en
diferentes épocas y regiones a los ejércitos privados al servicio de
terratenientes y caciques políticos del establecimiento) se han
desplazado aterrorizando a la población, utilizando a la violencia
sexual como una forma de amedrentamiento y control. El empalamiento, así
como otras formas de agresión sádica hacia la mujer (cercenar los
senos, extraer el feto del vientre de las embarazadas, por ejemplo),
demuestran la notable continuidad entre la violencia “chulavita” de los
‘40 y la violencia “paraca” de los ‘90 hasta ahora. La agresión hacia
la mujer, y hacia las niñas, es vista en la lógica paramilitar como una
manera de humillar y proyectar el control total,
patriarcal-machista-violento, sobre comunidades que consideran hostiles a
su proyecto de “Estado comunitario” o aliadas de la “subversión”. En
palabras de la investigadora Donny Meertens, la violencia sexual “no es
tolerada como un acto de perversión individual, sino que ha sido
permitida como una práctica sistemática de guerra, aplicable solamente a
comunidades específicas” [1].
Volviendo
al empalamiento, abundan los casos de mujeres que, por haber sido
señaladas de ser amantes de un guerrillero, se les violó, asesinó y, en
muchos casos, empaló. El empalamiento, por citar un ejemplo, fue
utilizado en la masacre del Salado, en los Montes de María, en el 2000:
al menos una víctima, Neivis Arrieta, de 18 años, fue empalada al ser
acusada de amante de un guerrillero de las FARC-EP [2]. Según Olga
Amparo Sánchez, de la Casa de la Mujer, en Tumaco hoy en día se está
utilizando el empalamiento como una práctica sistemática por parte de
paramilitares y lo mismo ocurre en muchas otras regiones del país [3].
También los paramilitares han torturado con el empalamiento a
homosexuales en sus áreas de control y en sus campañas de “limpieza
social” [4].
Los
medios colombianos, que hoy se rasgan los vestidos con el horror del
empalamiento de Cely, jamás se escandalizaron demasiado cuando estas
prácticas eran llevadas a efecto por los paramilitares en “zonas rojas”,
frecuentemente de la mano de la fuerza pública. Los medios, que
estaban al tanto de todo cuanto ha ocurrido en las zonas rurales de
Colombia desde los inicios de la ofensiva paramilitar de los ‘80, jamás
informaron con lujo de detalle, como sí hicieron con el caso de Cely,
de las atrocidades cometidas por el binomio paramilitarismo-ejército
[5]. Curiosamente, nos hemos tenido que enterar del real calibre de
esta barbarie a través de los informes de organizaciones de Derechos
Humanos o mediante páginas especializadas en el conflicto, como Verdad
Abierta, o a través del trabajo de periodistas extranjeros, como el
ahora célebre Roméo Langlois. Los periodistas colombianos, salvo muy
honrosas excepciones -Hollman Morris a la cabeza de ellos-, han optado
por no investigar sobre estos temas, sea por mediocridad, pereza, por
miedo, autocensura, lambonería o complicidad.
Y
digo complicidad, porque los grupos económicos que manejan los medios
en Colombia tienen plena identidad de intereses con los sectores
económicos colombianos que han financiado, armado y estimulado al
paramilitarismo (extractivos, mafiosos, ganaderos, terratenientes,
multinacionales, etc.). Todos al final son la misma rosca. Los medios
masivos colombianos, a lo más, lamentaron los “excesos” del
paramilitarismo, siempre excusándolo al decir que era una respuesta
“exagerada” a la “amenaza guerrillera” –poniendo, de esta manera, la
historia colombiana de cabeza y distorsionando los eventos [6]. En casos
de excepcional honestidad, hasta han llegado a aplaudir abiertamente
al paramilitarismo [7]. Los crímenes paramilitares han sido
silenciados, trivializados, mistificados, ocultados, ignorados,
excusados, cuando no aplaudidos, en los medios, los que han ayudado, de
esta manera, a hacer más espesa la “noche y la niebla” al amparo de la
cual actúa el paramilitarismo [8].
De
Javier Velasco, el único detenido hasta el momento en relación al
asesinato, se ha dicho apenas que era un “delincuente común” [9]. Pero
la práctica del empalamiento no es una forma cualquiera de sadismo, sino
que está estrictamente asociada a la figura del paramilitarismo en
Colombia. Es una tortura normada, pautada, ritualizada y aprendida. No
me cabe ninguna duda que el asesino de Rosa Elvira Cely alguna relación
ha tenido con el paramilitarismo y con las bandas de “limpieza social”,
los ejércitos privados que la derecha tiene a su disposición para
destruir tejido social, imponer su control absoluto, imponer su visión
retrógrada y conservadora del mundo [10] y para hacer el trabajo sucio
que no siempre puede hacer el ejército abiertamente. Y no me cabe
ninguna duda que este muy posible vínculo no será investigado, ni
estudiado, porque jamás los medios colombianos ni los grupos de interés
detrás de ellos, les ha interesado generar verdadero rechazo al
paramilitarismo en la opinión pública [11]. Les basta con tomar un tibio
distanciamiento público, condenar sus “excesos”, la muerte de
“inocentes” (daños colaterales), mientras reproducen el discurso del
“mal necesario”.
La
bestialidad de este crimen merece la justa indignación de toda persona
que tenga un poco de corazón: Todos somos Rosa Elvira Cely, todos
debemos repudiar enérgicamente este crimen. Pero los medios -y las
élites que los controlan- ponen el grito en el cielo no ante el crimen
en sí, sino ante el hecho de que el empalamiento se da por fuera del
espacio en el cual es “natural” que se diera: el marco del conflicto
armado. Ponen el grito de espanto porque la víctima no era ni un
“marica” víctima de la limpieza social, ni una “zorra malparida” que se
acostaba con un guerrillero. Porque el empalamiento ocurrió en el
Parque Nacional y no en una “zona roja”, en un municipio apartado en
medio de la nada o en un barrio paupérrimo. Porque esta bestialidad se
realizó, en palabras de Meertens, fuera de la “comunidad específica” a
la que normalmente se victimiza de esta manera ante el silencio
cómplice de los medios y la mirada indiferente o de aprobación incluso,
de las élites que se siguen enriqueciendo con la guerra y su lógica de
apropiación de riquezas mediante el despojo violento, el control de
comunidades y territorios. Por eso se horrorizaron tanto, pero esas
mismas élites son las que siguen creando los “Javier Velascos” que
empalan, violan, descuartizan, las que siguen apoyando y formando sus
ejércitos mercenarios, las que siguen haciendo de la muerte una de las
industrias más prósperas en la lacerada tierra colombiana. Esto no lo
olvidemos ni por un minuto.
7 de Junio, 2012
NOTAS:
[1] “Victims and Survivors of War in Colombia –Three Views of Gender
Relations” en “Violence in Colombia 1990-2000”, Ed. Charles Bergquist,
Ricardo Peñaranda, Gonzalo Sánchez, SR Books, 2001, p.154. La autora se
refiere al contexto de la “Violencia” de las décadas de 1940-1950, pero
consideramos que esta conclusión es igualmente válida para la campaña
paramilitar de la década de los ’80 hasta el presente.
[2] http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-6083807
[3] http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/06/120603_colombia_violacion_rosa_cely_violencia_mujer_protesta_aw.shtml
[4] http://www.semana.com/especiales/oficio-matar/108229-3.aspx
[5] El binomio paramilitarismo-ejército es, según informes de Medicina
Legal, responsable del 78% de los crímenes sexuales cometidos en el
marco del conflicto armado –de los cuales, el 63% sería responsabilidad
directa del ejército. Este elevado número nos habla de una práctica
sistemática y recurrente. Ver las memorias del foro “¿Para qué una
política criminal sobre violencia sexual en Colombia?” (Noviembre 2011),
p.6 http://www.sismamujer.org/sites/default/files/publicaciones/Memorias%20en%20pdf%20del%20foro%20%C2%BFpara%20qu%C3%A9%20una%20pol%C3%ADtica%20criminal%20sobre%20violencia%20sexual%20en%20Colombia.pdf
Aún
así, es importante tener en cuenta que estas cifras oficiales son, con
toda certeza, una subvaloración de la estadística real, sea por la
tendencia a disminuir los abusos de la fuerza pública y exagerar los de
la insurgencia (algo común en la mayoría de las estadísticas
oficiales), sea por el bajo nivel de la denuncia: según un informe de
la Defensoría del Pueblo del 2008, el 81,7% de las personas desplazadas
que sufrieron abuso sexual no presentaron ninguna denuncia. Estas
cifras son consistentes con un estudio independiente, realizado el 2012
por Oxfam y la Casa de la Mujer en una muestra representativa de
mujeres, en la cual el 82% de las que reconoció haber sido víctima de
violencia sexual no presentó ninguna forma de denuncia (Ibid). Según
otro informe, sobre la violencia sexual en el departamento del
Magdalena y en los Montes de María, se llega a la conclusión que “Los
militares son de lejos los principales responsables de ese delito, que
cometían "en contextos estratégicos" de su conquista territorial y
también de manera "oportunista" para conseguir "satisfacción sexual",
pues el "desprecio hacia las mujeres" inculcado en sus filas (…) marcó
esa conducta.” http://www.elespectador.com/noticias/judicial/articulo-311782-paramilitares-usaron-violencia-sexual-arma-de-conquista-colombia
[6] En realidad, las guerrillas se forman hacia fines de los ‘40 como
respuesta (como grupos de autodefensa) por los desmanes y atropellos de
las escuadras conservadoras (antecesores de los modernos
paramilitares) en el campo colombiano.
[7] Ver la editorial de El Tiempo del 30 de Julio de 1987.
[8] Como prueba de ello, esta semana hubo una masacre paramilitar de 5
personas en el municipio de Remedios (Antioquia), la cual apenas fue
“cubierta” con una escuálida nota de 120 míseras palabras (3 de Junio).
Esto no fue una masacre, sino que un “ataque”, perpetrado no por
“terroristas” sino que por “desconocidos”. El medio informa de que en la
zona operan paramilitares y guerrilleros, dejando un manto de duda
sobre la autoría de la masacre, aún cuando todo el mundo sabe que fue un
ataque de los paramilitares: la masacre, de hecho, se realizó en un
local comunitario, centros sociales que frecuentemente son blancos de la
actividad paramilitar que se especializa en atacar toda forma de
organización popular. El Espectador no se atreve a denunciar al
paramilitarismo, sino que las aciones paramilitares siempre son
perpetradas por “desconocidos” –esto no es sino una manera de tejer el
manto de “noche y niebla” con la que operan estos ejércitos mercenarios
de la derecha política. Contrasta esta nota marcadamente con la
cobertura que reciben las acciones insurgentes en este mismo medio.
http://www.elespectador.com/noticias/judicial/articulo-350657-cinco-muertos-y-tres-heridos-ataque-remedios-antioquia
[9] http://www.semana.com/nacion/muerte-rosa-elvira-cely-crimen-abominable/178184-3.aspx
[10] Sicarios y descuartizadores suelen cargar rosarios y llevar siempre una oración a flor de labios
[11] Prueba de ello es la distancia y ambigüedad con la que han
asumido los llamados a jornadas nacionales de protesta contra el
paramilitarismo (como la del 6 de Marzo del 2008), que contrasta con el
entusiasmo que demuestran cada vez que hay algún pronunciamiento
contra la insurgencia.
Recibido por correo electrónico
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