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LA MEDICALIZACIÓN DE LA VIDA

martes, 3 de enero de 2012
“La medicina ha avanzado tanto que ya nadie está sano”. Aldous Huxley.

La industria farmacéutica es, según la ONU,  una de las que más beneficios obtiene, tan sólo por detrás del comercio de armas y del narcotráfico.

Según el British Medical Journal, resulta fácil inventarse nuevas enfermedades y tratamientos. Muchos procesos normales de la vida pueden medicalizarse. El aumento de los diagnósticos en los países industrializados ha adoptado unas proporciones grotescas. Los médicos dicen haber hallado alrededor de treinta mil epidemias, síndromes, trastornos y enfermedades en el Homo Sapiens. Para cada enfermedad hay una pastilla. Cada vez con mayor frecuencia, para cada nueva pastilla hay una nueva enfermedad. Esto se conoce como disease mongering (tráfico de enfermedades). Los traficantes de enfermedades obtienen su dinero gracias a las personas sanas a las que convencen de que están enfermas.
Una vez una enfermedad inventada se ha introducido en la conciencia de la gente, los pacientes y la seguridad social pagan los medicamentos y las terapias correspondientes. Hasta el momento, todas las reformas de la sanidad han obviado la oportunidad de acabar con la medicalización: no existen obstáculos para la explotación legal de la seguridad social y de los crédulos que lo pagamos de nuestro bolsillo.
BigPharma es la asociación que aglutina a las grandes multinacionales del sector farmacéutico, estas empresas generan unos beneficios económicos superiores a cualquier otro sector de la economía, es decir, el comercio de algo tan fundamental para la vida como las medicinas es uno de los negocios más lucrativos que existen y supera la línea de la inmoralidad con creces. Este negocio se fundamenta en dos grandes pilares: las patentes y la regulación del comercio.
En el caso de España existen dos tipos de patentes médicas: por un lado están las patentes de procedimiento que se otorgan a los medicamentos anteriores al año 1992 y que duran diez años; por otro lado están las patentes de producto que tienen una duración de veinte años. Esto significa que durante veinte años nadie puede fabricar ni comercializar sin permiso expreso de la empresa propietaria ninguno de los medicamentos patentados.
La industria farmacéutica se defiende diciendo que si no existieran las patentes no habría innovación ni investigación en fármacos puesto que sin la exclusividad del comercio no se pueden pagar los altos costes de la investigación. Esto está muy bien, sin embargo, el sistema de patentes hace muchos años que funciona y la tasa de innovación disminuye año tras año. Lo único que aumenta es el número de medicamentos réplica (medicamentos básicamente iguales a los ya existentes) que no aportan ningún beneficio terapéutico pero que contribuyen a la cuenta de beneficios de estas empresas.
También hay que destacar que la industria se defiende diciendo que sin investigación los países más pobres jamás podrán superar su continuo estado de emergencia sanitaria. No obstante, apenas el 1% de los medicamentos que aparecen tienen relación con las enfermedades que devastan a esos países ya que todo el capital científico de las empresas se destina a la creación de fármacos encaminados a la venta en los países más desarrollados donde los beneficios son inmensamente mayores.
Es evidente que el uso de las patentes sólo sirve para una cosa: dejar morir a 30.000 personas diariamente por no tener acceso a medicamentos esenciales y a que haya más de 2.000 millones de personas no tengan acceso a la asistencia sanitaria básica.
Un ejemplo de cómo actúan estas compañías: en nuestro país Farmaindustria (así se llama la patronal del sector) propuso hace unos años al gobierno español invertir 300 millones de euros en investigación de enfermedades raras durante cinco años, a cambio de tan generoso gesto pidieron que se endureciera la protección sobre las patentes de fármacos (al parecer veinte años de monopolio les parece poco tiempo para forrarse).

Como vemos las farmacéuticas prefieren dedicar su esfuerzo a producir medicamentos para las sociedades opulentas, a pesar de que pudiera parecer que con la universalidad de la asistencia sanitaria (en estas sociedades) debería ser justo lo contrario puesto que gozamos de una elevada calidad de vida según la OMS. ¿Qué es lo que nos venden?

Las grandes empresas dedican un tercio de sus ingresos y de su personal a lanzar medicamentos al mercado, a sabiendas de que cuentan con la complicidad de la administración y de un amplio porcentaje del sector médico dispuesto a vender sus conocimientos para servir a sus intereses. Pero no se contentan con eso, sino que su estrategia fundamental es el trato directo con el paciente/consumidor despertando su necesidad de un tratamiento médico. No es casualidad el auge de la automedicación y de las revisiones constantes fomentadas desde todos los ámbitos de la sociedad (centros educativos, de trabajo, médicos y medios de comunicación). En este sentido, la industria llega a crear asociaciones de personas afectadas para dar a conocer las enfermedades a toda la población.

Las cinco variantes del comercio de enfermedades con personas sanas:
-         La venta de procesos normales de la vida como problemas médicos.
El colesterol es un componente vital del cuerpo humano, y el cerebro, por ejemplo, precisa grandes cantidades de colesterol: el órgano pensante se compone entre un 10 y hasta un 20% de colesterol. La mayoría de las células del cuerpo pueden fabricarlo cuando no está presente en la alimentación. Afortunadamente, pues sin esta molécula las células irían a pique. Sin embargo, nos sentimos aterrorizados ante la idea de un colesterol elevado, ¿por qué?
El colesterol no fue malo hasta que se lanzó una campaña mundial detrás de la cual estaban la farmacéutica Pzifer, Roche Diagnostics, la fabricante de margarina Becel y asociaciaciones de cardiólogos privados. Entre todos ellos, inventaron estudios, fijaron los niveles a partir de los cuales era malo tener colesterol e idearon las supuestas soluciones. No existen estudios científicos que demuestren que tener más de 200 de colesterol sea peligroso, sin embargo, millones de personas se medican diariamente por esta razón.
-         La venta de riesgos como enfermedad.
El claro ejemplo es la osteoporosis, que ha pasado, en pocos años, de ser una posible complicación normal que sucede con la edad, a una dolencia que afecta a todas las mujeres y, cada día que pasa, a más hombres. Este cambio inducido por la industria y secundado por los médicos ha posibilitado la venta de millones de tratamientos.
-         La venta de síntomas poco frecuentes como epidemias de extraordinaria propagación.
Un ejemplo usual es la disfunción eréctil. Desde la aparición de la Viagra, Pfizer (su fabricante) ha inundado los medios con estudios que aseguran que su prevalencia es del 50% (unos de cada dos hombres la padece). Baste decir que el índice más alto encontrado en un estudio científico serio en España es del 12%.
Pero, los hay de proporciones gigantescas como las diferentes variantes de gripe (aviar, porcina,...) que periódicamente amenazan con acabar con la humanidad.
-         La venta de síntomas leves como indicios de enfermedades más graves.
Aquí podríamos hablar del síndrome del colon irritable, grave enfermedad fruto de tres años de una agresiva campaña de marketing de la compañía GlaxoSmithKline. Esta campaña consiguió que este síndrome pasara de trastorno psicosomático a enfermedad real precursora de otras mucho peores (menos mal que ya tenían el medicamento preparado para vender que si no...).
-         La venta de problemas personales y sociales como problemas médicos.
Es increíble cómo se puede presentar el estado de ánimo de cualquier persona como enfermedad psiquiátrica. Un ejemplo: la empresa Roche lanzó una campaña en Alemania por la que de la noche a la mañana millones de personas que, hasta ese momento eran tímidos, pasaron a sufrir un grave trastorno conocido como fobia social que, afortunadamente se logra estabilizar (que no curar) con un antidepresivo oportunamente comercializado por Roche.
Este apartado es especialmente importante porque no sólo lucra a las farmacéuticas sino que ha encontrado la total complicidad de los aparatos sanitarios estatales hasta tal punto que hoy en día cualquier médico de familia te receta un antidepresivo (basta decir que no puedes levantarte por las mañanas) o un tranquilizante (para poder descansar por la noche) si se lo pides. Hace años esto quedaba estrictamente enmarcado en el ámbito de la salud mental pero gracias a la acción del Estado se ha convertido en una de las mejoras formas de control social (encima lucrativa a más no poder).

Toda esta situación se ha favorecido con la regulación del comercio de medicinas. Aquí aparece en escena la OMC (Organización Mundial del Comercio) que no es otra cosa que un lugar donde los países más ricos imponen su ley al resto del mundo. Este club de comerciantes que es la OMC se refiere a las medicinas como mercancía cuya finalidad es servir a la rentabilidad de las empresas farmacéuticas. La OMC ha proclamado con los hechos que el derecho al comercio y al lucro prevalece sobre el derecho de los seres humanos. Esto ha provocado que, por ejemplo, Pfizer (primera compañía mundial) tiene un presupuesto anual superior al PIB de un país como Suecia.
Las leyes del mercado no son las únicas que impulsan la propagación de la medicina. Su rápido avance también se debe a que desde hace décadas la medicina no ha conseguido ningún éxito. Curiosamente, coincide bastante en el tiempo el momento en que dejan de producirse avances médicos con el momento en que se regula el comercio y se declara a los medicamentos como una mercancía cualquiera. A partir de ese momento, el objetivo de la investigación médica cambia y deja de buscar soluciones a las enfermedades para empezar a buscar medicamentos que cronifiquen los problemas pero que no los solucionen. Para hacernos una idea del negocio de la medicalización baste decir que mientras la Organización Mundial de la Salud reconoce que hay apenas unos 400 medicamentos útiles para la salud humana, alrededor del mundo se comercializan más de 50.000.


En los países ricos los medicamentos suponen alrededor del 30% de todo el gasto en salud. En España el gasto sanitario público ronda los 65.000 millones de euros, es decir, que alrededor de 20.000 millones se destina a medicamentos y terapias.
Este enorme coste se suele justificar, como hemos visto, con el argumento de que las compañías farmacéuticas invierten sus beneficios en la investigación y desarrollo de nuevos productos que alargan la vida, mejoran la calidad de vida y evitan tener que recurrir a tratamientos más costosos. Pero la realidad es que la industria farmacéutica invierte el doble en promoción que en I+D, que ésta no es ni debería ser tan cara como se dice, y que la mayoría de los nuevos fármacos no son en realidad tan nuevos, sino versiones modificadas de otros ya disponibles y menos costosos. Se dice que un medicamento es eficaz cuando en realidad sólo es superior a un placebo en algún aspecto (y no necesariamente en todos). Para aprobar un nuevo fármaco, la legislación de la UE sólo exige que se demuestre que es superior a placebo como si viviéramos en un vacío terapéutico. Antes de su aprobación, los nuevos fármacos no son comparados con los anteriormente disponibles. Una vez más, vemos como toda la legislación está encaminada a favorecer el negocio de las grandes empresas. Hasta en el caso de la salud de los seres humanos, lo primero es el beneficio económico.

En la UE, la Agencia Europea para la regulación de los medicamentos es la encargada de decidir que medicamentos pueden ser vendidos debido a su efecto beneficioso sobre la salud. Sin embargo, la Agencia Europea recibe el 80% de su presupuesto directamente de la industria farmacéutica con lo que nos podemos imaginar su objetividad a la hora de regular este tema.

Los dirigentes de las compañías farmacéuticas rinden cuentas ante los accionistas y este hecho explica su comportamiento, pero los dirigentes del Estado y de los sistemas de salud deberían rendir cuentas ante el pueblo. Cuentas sobre su responsabilidad por la patología de origen iatrogénico. Cuentas sobre su responsabilidad por el expolio económico y cultural del sistema de salud por la industria tecnológica. Cuentas sobre la transparencia en la toma de decisiones.

Finalmente, en esta sociedad jerarquizada en la que vivimos la medicina, en formas diferentes según la cultura, ha sido y es una forma de poder (dominación sobre los demás) basada en la magia. Sólo que en la actualidad la magia se reviste de argumentos aparentemente científicos. La atención a la salud está cada día más impregnada de valores de mercado, y las funciones de cuidar, curar y rehabilitar han perdido la centralidad. Es el ejercicio de este poder lo que una vez más une a los grandes capitalistas con los Estados. Beneficios económicos para el Capital y control social para el Estado. Esta es la combinación perfecta para que nada cambie.

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