Por Gustavo Espinoza M. (*)
Los resultados electorales del 5 de junio, y la gira del Presidente Electo Ollanta Humala por algunos países de la región, han dado lugar a un verdadero vendaval de opiniones en torno a las posibilidades y perspectivas del proceso peruano. Numerosos analistas se han esforzado por desentrañar lo que, para muchos, era un misterio: cómo se mantenía tan quieto el pueblo peruano en el corazón de un continente en ebullición y cómo, de pronto, ha despertado de su letargo ungiendo una propuesta de cambio que luce sorpresiva para muchos y para otros, sombría.
Es sugerente el interés que ha despertado nuestro país en las últimas semanas. El, dice mucho del avance de las ideas políticas en la región y se explica porque la experiencia de nuestro pueblo es también un laboratorio del que pueden extraerse numerosas lecciones. Podría decirse, pirateando al bueno de Proust, que el Perú se ha lanzado en busca del tiempo perdido.
Como ocurrió antes, en los años de Velasco Alvarado, existen hoy quienes -con legítimas aunque algunas veces infundadas preocupaciones- nos advierten que seamos cautos, no nos hagamos ilusiones y estemos atentos a las limitaciones de un caudillo finalmente militar y a un proceso con una discutible naturaleza de clase. En el contexto, no faltan enjundiosos estudios que buscan incluso contrastar el proceso peruano con el que hoy se vive en otros países de la región. Unos, nos exhortan a no dejar que el Perú se radicalice “a la venezolana” y otros, a impedir que se “neutralice” a la brasileña. No faltan, en este marco, quienes recomiendan no actuar como “el reformismo militar” de los años 70, ni considerar a países vecinos como potenciales aliados hoy, o en el futuro.
Es difícil sustraerse a este debate, pero sí necesario exponer ideas que quizá puedan ayudar a comprender un proceso que aún no ha tomado forma, que está en gestación y que abrirá un camino después que asuma sus funciones en julio próximo. Lo primero que debemos subrayar, es una verdad de Perogrullo. Ganar elecciones, no es Tomar el Poder. Es simplemente, llegar al gobierno.
El Poder en el Perú no lo tiene el Presidente de la República, ni el Congreso Nacional, no los Partidos Políticos y ni la estructura judicial. El Poder lo detenta aún una oligarquía envilecida que logró recuperar el control del Estado luego del susto velasquista de los años 70, y que vive al amparo del Imperio, el dueño global de la región. La tarea principal de un movimiento que busque desplazar del Poder a esa fuerza y rescatar la independencia y la dignidad nacional es, por eso, proteger sus propios recursos y afirmar su soberanía. Y ambas, son concepciones que subyacen, en la voluntad del nuevo mandatario, a desgaire de algunas ambigüedades. Y se reconocen en las propuestas formuladas por Humala en sus programas de acción. Ellas, implican acciones desde el gobierno, pero también una ardua lucha política en todas las esferas de la sociedad. Por eso, más allá de las palabras, la realidad habrá de verse en los hechos, en la dinámica del proceso que se inicia y cuyo motor esencial será por cierto, la lucha de clases.
En nuestro país, hay gentes que insisten aún en asegurar que “las clases no existen” y que la lucha entre ellas es “una ficción” o, en el mejor de los casos, “una antigualla”. Basta mirar el escenario actual para darse cuenta que la lucha de clases aquí es una realidad actuante y vigente. Y que juega un papel decisivo en el marco de la crisis actual. Conflictos como el de Bagua -que opone a las grandes empresas petroleras y mineras con las poblaciones originarias-; o el de los Aymaras en la región altiplánica, que muestra el valor y la conciencia de un pueblo secularmente marginado que se alza en defensa de la tierra y sus productos; o en la ofensiva patronal contra los trabajadores de la empresa TOPY TOP negando el derecho a la sindicalización, o el de la Universidad de Huancavelica en el que los estudiantes desnudan la perfidia del gobierno aprista que busca destruir -por intereses partidistas y sectarios- su ente matriz, constituyen una expresión muy clara de las confrontaciones de clase que hoy afloran en el Perú.
Pero ellas se expresan también en la maligna y pérfida campaña que los medios de comunicación hacen hoy contra Susana Villarán, la esforzada alcaldesa de Lima; los ataques contra Walter Aduviri, el líder de los aymaras al que quiso capturar el gobierno de García para ahogar la resistencia de su pueblo; en las protestas de los residentes de La Planicie contra una decisión judicial que objeta sistemas de seguridad impuestos por núcleos privilegiados; o en las columnas de la prensa derechista, que busca contraponer a sectores afines a Humala explotando -y agravando- diferencias unas veces reales y otras infundadas.
Y, además, se muestra agigantando “la amenaza que se cierne contra el país”, para intimidar a la población y justificar después lo que bien podría ser la esencia de sus maniobras desestabilizadoras y golpistas. Así, hay quienes anuncian “el drama nacional” asegurando que “la izquierda marxista” ya está en el gobierno central, el municipio de Lima, los gobiernos regionales, la Presidencia del Poder Judicial, la Dirección del Consejo Nacional de la Magistratura y amaga incluso el Tribunal Constitucional. Ante ese avance de “la amenaza roja” -“el apogeo zurdo” le llama también- habrá que tomar “medidas extremas”.
Ellos saben bien que más Poder que todos estos exponentes de la formalidad burguesa, tiene Dionisio Romero, el Gran Capitán del sistema financiero, socio de inversionistas chilenos y testaferro de los monopolios. A su lado están los grandes grupos económicos que rodearon a García en 1985, que lo derrotaron cuando dos años después quiso poner la mano en el sistema bancario y que multiplicaron sus utilidades a la sombra de los consorcios mineros como Yanacocha y otros. El telón de fondo, y el que les permite fortalecer su presencia, es el juego de la administración norteamericana que más allá de sus mandatarios de turno, no cambia su esencia en el manejo de la región.
La lucha de clases, la dinámica del proceso, la fuerza del pueblo, la justicia de nuestra causa y la naturaleza continental de la lucha constituyen elementos esenciales en la confrontación que se inicia. Por eso, el periplo aún incompleto del mandatario electo por diversos países de América del sur tiene capital importancia: afirma la visión internacional de la contienda planteada.
Cabe preguntarse entonces ¿cómo ha de encarar los retos del futuro el gobierno de Humala? Es difícil preverlo, Pero es indispensable tener conciencia de que no será posible hacerlo si no se consolida la unidad del pueblo, no se afirma la organización ciudadana y no se siembra por todas partes, como decía Mariátegui “conciencia y sentimiento de clase”. Nada de eso depende de Humala, sino de nosotros mismos. Si se alienta la especulación política, en lugar del trabajo concreto; y si se da rienda suelta a las deformaciones que, en el pasado, dieron al traste con procesos avanzados, como el movimiento velasquista y la Izquierda Unida, se ayuda más bien al trabajo del enemigo. La fragilidad del Partido Nacionalista y la debilidad inexcusable de la Izquierda oficial constituyen, en este marco, deméritos significativos pero, al mismo tiempo, son un aliciente: obligan a un mayor trabajo y esfuerzo colectivos.
¿Hay síntomas de peligro? Por cierto que sí. Ya han tenido lugar diversas y espontáneas “reuniones” en las que se “han propuesto” nuevos ministros y otros funcionarios. Ha habido quienes han buscado “hacer mérito” ante los nuevos actores de la política peruana, para que los tomen en cuenta. Y hay muchos, también, que han subrayado su aporte electoral para reivindicarse como los artífices de la derrota de la Mafia en los comicios pasados. Por otro lado, se han mostrado ya las dentelladas de la reacción, prestas a morder la fuerza del pueblo enfrentando a unos contra otros. Se dijo, por ejemplo, que el SUTEP “sería incluido en la trasferencia del sector educación” para luego asegurar que esa propuesta, “fue rechazada”. También se dijo que la CGTP “exigirá a Humala participar en el gobierno”, y se dirá después que la “izquierda marxista demandará cuotas de Poder”.
Para enfrentar esta ofensiva hay que hacer un efectivo trabajo de educación política y reforzar lo que se dice, con la práctica. Las organizaciones sindicales son estructuras representativas para fines específicos. No aspiran -ni podrían hacerlo- a ejercer funciones públicas. Y el lugar de los dirigentes de la Izquierda -los verdaderos- no estará “arriba”, con los que gobiernen; sino “abajo”, con los que trabajen y luchen.
Y una precisión adicional. Hay gente que se pregunta si Ollanta hará, o no hará, lo que promete, o lo que el pueblo quiere. Es bueno subrayar que la salvación del Perú no depende de Ollanta, ni de ninguna persona, por más alta que sea la función que desempeñe. Está en nosotros mismos, los ciudadanos de pie y los combatientes de abajo. Lo único que podemos pedirle a Humala es que cuando tenga problemas -y los ha de tener, sin duda- recurra al pueblo y confíe en él. El pueblo en lucha marcará el derrotero de los acontecimientos e incluso el ritmo de los cambios. En la tarea, cada quien debe cumplir con honor su papel. Por ahora, lo único que cabe es recordar la ingeniosa recomendación del caricaturista Carlín que ante el vehículo que conduce Humala por una sugerente vía, le muestra un cartel que dice: “Prohibido voltear a la derecha”.
(*) Del Colectivo de de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe
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