Por Acratosaurio Rex
Es difícil de explicar. El 26 de abril se suicidó Patricia Heras. Quienes la habían condenado, dijeron que había arrojado una valla contra unos policías, y por ello la condenaron a tres años de cárcel. Seis meses llevaba entre rejas, no lo pudo soportar, y decidió no volver a prisión a dormir, de la peor y más rápida manera: mediante la muerte. Respecto a su familia, nada puedo decir. No hay palabras de consuelo ante una tragedia como esa.
Pero sí que hay unas personas cuyos sentimientos me resultan extraños: los de los que la condenaron. Jueces, fiscales, políticos y policías, que se conjuraron para llevar a prisión a una chavala… ¿Qué sienten?
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Es difícil de explicar. El 26 de abril se suicidó Patricia Heras. Quienes la habían condenado, dijeron que había arrojado una valla contra unos policías, y por ello la condenaron a tres años de cárcel. Seis meses llevaba entre rejas, no lo pudo soportar, y decidió no volver a prisión a dormir, de la peor y más rápida manera: mediante la muerte. Respecto a su familia, nada puedo decir. No hay palabras de consuelo ante una tragedia como esa.
Pero sí que hay unas personas cuyos sentimientos me resultan extraños: los de los que la condenaron. Jueces, fiscales, políticos y policías, que se conjuraron para llevar a prisión a una chavala… ¿Qué sienten?
En general, no sienten remordimiento. No se consideran responsables. Ellos llevaron a cabo una venganza, así que disfrutan de una agridulce satisfacción. ¿Por qué? Porque en el curso del desalojo de la fiesta, un policía quedó (desgraciadamente) herido con gravísimas secuelas, primero dijeron que por una maceta, luego que por una piedra. Patricia Heras no tuvo nada que ver con ese asunto, pero a sus acusadores les dio igual.
Sabido es que la policía y el aparato judicial, cuando se hiere a uno de los suyos, no buscan la verdad de cara a impartir Justicia, sino que si la cosa está cruda (no hay pruebas), procuran definir un culpable de cara a redimir unos hechos. Que el culpable sea o no culpable, es lo de menos en esos casos. Lo que quieren por encima de la campana gorda, es condenar a alguien de manera ejemplar. Así que detuvieron a siete jóvenes, y les llevaron a prisión con todas las garantías democráticas y apelaciones habidas y por haber.
Cierto que habrá algunos policías que, leyendo la trágica noticia, habrán sentido la muerte de la joven. Pero, de inmediato, recuerdan al también joven municipal que quedó tetrapléjico de un golpe, y la tristeza se les disipa por las nubes. Lo que podría ser considerado un terrible accidente de trabajo, o un censurable delito de lesiones, para ellos es una atentado terrorista peor que el de las Torres Gemelas. Los cinco años de prisión del principal imputado (ya les hubiera gustado fabricar una condena más atroz por terrorismo y banda armada, pero hubiera sido excesivamente delirante), son pocos.
Otros policías, más duros tal vez, se alegran. Piensan que se lo merecía, que se ha suicidado por cobardía, por no soportar la condena, y que, al fin y al cabo, no se trataba más que de una perroflauta. Con darse una vuelta por los foros policiales, se ve el percal. Respecto a jueces y políticos, ni siquiera se molestan en charlar de este asunto. Con mandar a los antidisturbios, van apañados… Yo me pregunto… Muchachos, ¿qué tomaron, qué les dieron para ser así?
Quienes debían de haber garantizado la vida de Patricia Heras (al apropiarse de su libertad), dejaron que muriera. Responsables ellos, por tanto, del fin de ilusiones, esperanzas, deseos... Responsables de esa vida perdida. De esa condena a muerte.
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