Durante las últimas décadas la inmediatez (el aquí y el ahora) se ha ido adueñando de nuestras vidas sin que apenas nos hayamos dado cuenta. Por supuesto, esto no ha ocurrido de forma casual si no que forma parte de una concepción mucho más amplia diseñada para convertir a las personas en meros autómatas que se dedican a pasar por la vida sin más aspiración que la de sufrir lo menos posible. El afrontar la vida bajo este punto de vista hace que nos desconectemos de nuestro pasado y de nuestras raíces, la cual cosa posibilita que seamos seres sin una conciencia clara de lo que ha sucedido en momentos pasados de la historia y, por tanto, incapaces de aprender de los errores y aciertos anteriores. Esto es algo que nos perjudica gravemente al común de los mortales y beneficia sobremanera a los pocos que están en la cima del poder actual.Por otro lado, esta inmediatez que nos domina provoca que no tengamos en cuenta las consecuencias de nuestras acciones y nuestras decisiones. El vivir como si no hubiera mañana nos ha conducido a un mundo en el que sistemáticamente hemos destruido la naturaleza hasta unos límites en los que tal vez no haya vuelta atrás. También nos ha hecho ignorar la matanza premeditada de cientos de millones de personas a base de expoliar todos sus recursos en beneficio de nuestra vida de usar y tirar.Esta “filosofía de vida” se ha impuesto de manera global (sobre todo en el llamado primer mundo, aunque también en las clases dirigentes de otros territorios) apoyándose en todos los recursos que el sistema dominante tiene a su alcance.
Desde la expansión de las tarjetas de crédito que posibilitan el consumo desaforado (que al fin y al cabo es el gran beneficiado de esta manera de entender la vida) sin necesidad de preocuparnos por si realmente podemos pagar o no ese producto o si lo necesitamos realmente, y la concesión de créditos y financiación de la compra de cualquier bien de consumo (hasta hace no muchos años era impensable comprar un pequeño electrodoméstico a plazos con una financiación facilitada por la propia tienda que te lo vende) hasta los “productos culturales” de la actualidad en los que escasean de manera sistemática los contenidos críticos, las reflexiones profundas y los posicionamientos ideológicos frente al sistema dominante.
Toda esta situación lleva consigo un desvirtuamiento de los valores y actitudes del ser humano. Concepciones tan importantes como la amistad, el amor en todas sus acepciones, la colectividad, la ayuda mutua,... han pasado a ser tan banales que han perdido su valor original (hasta el punto de que las relaciones del tipo que sean se buscan por Internet porque el presentismo en el que vivimos nos impide dedicar tiempo a todas estas cuestiones). De esta manera, se ha desarticulado el entramado moral que permitiría a las personas organizarse eficazmente contra la tiranía político-económica que nos tiene atrapados a su merced. Al mismo tiempo, se ha conseguido crear un modelo de ciudadano con un nivel de resistencia a la frustración muy pobre lo cual le impide esforzarse en conseguir nada que no le sea dado por el modelo predominante, así las personas ya no se preocupan por nada que no sea por el “yo, aquí y ahora” y ese tipo de mentalidad es la que el sistema requiere para poder funcionar porque esta mentalidad produce autómatas cuyo único objetivo es satisfacer sus necesidades, creadas de manera artificial por el propio poder dominante, a cualquier precio sin importar nada más. Incluso el sistema es tan maravilloso que si por casualidad alguien consigue escapar a la maraña de la inmediatez y tiene inquietudes sociales, le proporciona un fabuloso catálogo de organizaciones humanitarias a las que asociarse y poder así mantener su pequeña conciencia tranquila.
Fuente: Quebrantandoelsilencio
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