Ahora que pasó el Estado de Alarma, podemos mirar fríamente el plato de judías que nos cocieron en esos días los poderes fácticos, empleando una emoción tan antigua como eficaz: la envidia.
Ya sabéis que la riqueza y la pobreza, se miden en el contraste. Para que haya unos cuantos ricos, han de haber muchos, muchísimos pobres. Allí donde todos tienen un euro en el bolsillo, no hay ni ricos ni pobres. Pero, si tres tienen mil y mil tienen uno, ya hay ricos y pobres.
Por eso en el comunismo circular que implantaré próximamente, no habrá esas diferencias salariales, ya que ese contraste crea la envidia y la indignación, que dicen los grupos alternativos puede producir alopecia y cáncer (1). Donde todos son iguales, donde todos tienen lo mismo, la comparación y la diferencia no puede establecerse sobre el dinero, y por eso uno se compara en otras cosas importantes, como el tamaño de la dentadura, que será el signo de distinción comunista por antonomasia en pocos siglos.
Entonces, ¿por qué los veinte millones de trabajadores españoles que cobran de poco a poquísimo (2), se indignan contra los controladores aéreos, y no se indignan contra esos ricos riquísimos que enseñan sus casas en la tele, o que salen de paseo y se compran un Miró por 300.000 euros?
Bueno, es una cuestión de poder y de lo que genera el poder: el miedo (3). Los trabajadores están abducidos, hipnotizados. La pérdida de defensas ideológicas y de organizaciones efectivas es tan fuerte, que están como el ratón ante el gato. ¿Se indigna un ratón frente a un gato? No. ¿Comenta el ratón en los vestuarios que habría que coger al gato, cortarle los testículos y metérselos por el ano? No, aunque sería lo lógico. ¿Qué hace el ratón flaco si ve pasar a un ratón gordo y tambaleante camino de la torre de control? Pues indignarse mucho (envidia), y decir que es un ratón privilegiado, que habría que enviarlo a presidio, ponerle una cadena en el tobillo y hacerle trabajar duro en algo maloliente. Cuando lo natural sería, o bien procurar la gordura para todos, o bien reclamar espartanamente, una delgadez colectiva.
En definitiva: cuando alguien que cobra mil, o mil seiscientos euros, se indigna por el elevado salario de un controlador, de un médico o de un bombero, olvida que ahora mismo hay seis millones de personas (4) viviendo (misteriosamente) con ingresos mensuales inferiores al Salario Mínimo Interprofesional, que no se indignan por nada, ya que ni pueden comprar periódicos, ni viajar en avión, y ni tienen fuerza para indignarse. Porque si no, el titular de "El Eco del Desnutrido" sería: hay que acabar con esos malditos mileuristas.
Por la destrucción de la pobreza, salarios de cien mil euros para subsaharianos y rumanos. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.
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NOTAS
(1) ¿Tendríamos que desconfiar, o sea, de calvos y cancerosos? Sería un asunto a meditar por parte de quienes creen que ser envidioso, enferma.
(2) La estructura de los salarios españoles puede estudiarse en las tablas del Instituto Nacional de Estadística, a través de los datos de la Agencia Tributaria. Quien quiera, ya sabe.
(3) Vete a saber qué enfermedades somáticas estará produciendo el acojone y el servilismo entre la masa proletaria.
(4) ver por ejemplo http://www.cincodias.com/articulo/economia/56-millones-trabajadores-cobran-debajo-salario-minimo/20101206cdscdieco_1/
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