Hablábamos hace poco de cómo el discurso y la idea
de la regeneración
democrática se está
abriendo paso en la “política oficial” como vía de solución ante una situación
cada vez más insostenible, debido al progresivo aumento de la protesta social y
a la absoluta falta de escrúpulos con que los políticos actúan. Del mismo modo,
nos encontramos con la misma tesitura en el lado de aquellos que se sitúan en
una posición crítica con el sistema (esta afirmación es algo muy discutible y
hasta poco creíble en muchos casos, pero esto debería ser objeto de otra
reflexión).
En
este caso, nos referimos al discurso de la necesidad de unirnos frente a las
actuales agresiones que sufrimos la inmensa mayoría de las personas. Sin duda,
este discurso se basa en la idea de la correlación de fuerzas (ya que parte de
la base de que protestas suficientemente numerosas pueden hacer cambiar el curso
de los acontecimientos y de las decisiones políticas) y asienta su potencial en
la percepción, más que palpable, de que hay muchísima gente que cree firmemente
en la necesidad de cambiar, aunque de una manera muy difusa y con poca
concreción en las ideas. Lo cierto es que cada día hay más gente que lo pasa
realmente mal (esto visto siempre desde nuestra óptica occidental por supuesto,
porque esta realidad ha estado y está muy presente a lo largo y ancho del
planeta) para cubrir sus necesidades más básicas y es, precisamente, en esa
necesidad donde se apoya el discurso unitario para cobrar
fuerza.
Sin embargo, al igual que sucede con lo de la
regeneración democrática, este discurso plantea serias dudas, por no decir que
no es más que la última invención de aquellos sectores que se autoconsideran
líderes de la protesta y sienten su liderazgo cuestionado y amenazado ante la
toma de conciencia de muchas personas que, hasta la fecha, aceptaban
plácidamente el orden establecido (incluido este liderazgo) sin ningún
cuestionamiento.
En
primer lugar, se apela al discurso unitario desde la perspectiva de la protesta
puntual, siempre encaminada a decir no a algo, siempre naciendo de la pérdida
concreta de alguna cuestión preferiblemente material que limita esa unión en el
tiempo ya que o se consigue la demanda o se abandona por desgaste. Jamás se
dirige el discurso unitario hacia la construcción de alternativas, hacia la
lucha por otros modelos sociales, por otros modelos relacionales entre personas
(de ser así, rápidamente se vería la falta de contenido de la propuesta puesto
que, como decimos, nace de la necesidad de unos de saberse líderes y de la
necesidad material de los otros, no de la conciencia social y política lo cual
impide dotar de contenido a estas uniones). Esto se debe a que este discurso no
se basa en dinámicas de construcción horizontal donde todo el mundo participa y
decide sino que viene determinado por imposiciones verticales. Son las cabezas
visibles, las cúpulas dirigentes las que aprovechan el malestar general para
lanzar este mensaje con el fin último de proteger su posición. A partir de ahí,
utilizan toda la maquinaria a su alcance (que no es poca gracias como siempre al
impulso dado desde el Estado) tanto a nivel humano, utilizando a todos los
peones de los que disponen que acatan con fe ciega el planteamiento sin
necesidad de cuestionarlo, así como los canales de comunicación a los que tienen
acceso. Hábilmente se utiliza esta forma de hacer para dejar claro que todo el
que cuestione este discurso se convierte en boicoteador y en colaborador
necesario del sistema (la vieja táctica de acusar al otro de lo que realmente es
uno). Se basa en apelar a la difícil situación general por la que atraviesa la
sociedad para conseguir beneficios específicos que normalmente no conducen más
que a una mejoría pasajera en el mejor de los casos que nunca se convierte en
solución de nada sino más bien en un parche que hace más dura la caída siguiente
(curiosamente es la misma manera de funcionar de los partidos políticos, ¿será
una coincidencia?).
Dejemos clara una cuestión. El llamamiento a la
unidad nace desde posiciones sin ánimo transformador, nace de organizaciones que
no cuestionan el modelo vigente (a lo sumo les gustaría cambiar el modelo de
capitalismo privado por uno de capitalismo estatal) tan sólo con la intención de
liderar una protesta tan desgastadora y desgastada como estéril, de señalar y
estigmatizar todo movimiento autónomo que, acertadamente o no, decide iniciar un
camino de construcción de alternativas al margen de los conductos oficiales de
protesta. Nace con el consentimiento y la protección del poder, ya que para sus
intereses no hay nada más positivo que una protesta controlada y dirigida por
aquellos a los que ha designado como líderes
sociales.
La
unión que se busca y se proclama como solución se basa en el seguidismo, en el
no cuestionamiento, en la aceptación del liderazgo y su discurso, en la masa
difusa. Es la triste solución de hacer que todo el mundo se movilice para hacer
una operación de maquillaje sistémico y que nada cambie. De paso se consigue
otro objetivo no menos deseado, que la protesta se diluya. En definitiva, esa
unión es totalmente contraria al proceso del pensamiento
crítico absolutamente
imprescindible para iniciar una verdadera respuesta transformadora. Este tipo de
discurso unitario carente de alma facilita el agotamiento de toda aquella gente
que, de buena fe, decide seguirlo porque ve una manera de colaborar en el cambio
y, a la vez, ejerce una influencia negativa sobre todos aquellos que todavía no
han dado el paso de lanzarse a la protesta, porque ven que el camino emprendido
bajo la bandera de la unión no conduce a ninguna parte ya que no lucha por
ningún cambio global que realmente pueda hacer que sus vidas den un giro radical
para mejor.
A
pesar de todo lo dicho, la unión es absolutamente imprescindible pero sólo como
resultado de un proceso horizontal de construcción, como el resultado natural de
la creación previa de un tejido social que nos una como seres humanos y no como
autómatas. Esta es la unión que teme el poder, la que nace de la conciencia de
que no hay marcha atrás y que este sistema de dominación capitalista debe acabar
y con él todos los mecanismos y los espacios de
poder.
La
diferencia entre la unión como resultado de un proceso (por la que apostamos
desde estas líneas) y la unión como imposición (la que se nos propone desde las
diferentes organizaciones señaladas por el sistema como líderes naturales de la
protesta social), es la diferencia entre la unión para construir alternativas
donde palabras como dominación, competencia, explotación, poder, acumulación,
crecimiento,… carezcan de sentido y la unión para exigir que el capitalismo
afloje la soga con la que nos ahoga y sea un poquito benevolente con el
pueblo.
Fuente: Quebrantando el Silencio
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