Por Percy Francisco Alvarado Godoy
Le
vi, flanqueado por Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, sin suponer
siquiera yo cuánto dolor podría sentir en su corazón de soldado herido
inesperadamente en la batalla. De inmediato, experimenté, lo confieso,
un nudo en la garganta, y una profunda tristeza me invadió. Hugo Chávez,
devenido en paradigma de los pobres de toda nuestra América, anunciaba
la continuación de su tenaz batalla contra el cáncer. Si la desazón me
agobió, él mismo me impregnó de optimismo y me hizo corroborar que este
hombre humano, bendecido mil veces por la admiración de nosotros, es un
ser especial. De ese tipo de hombre que tanto necesitamos en nuestras
trincheras y en nuestros combates por el futuro.
Supe,
entonces, que poco le importaba a él su suerte personal, el destino que
inesperadamente pueda depararle la vida. Había algo más importante para
él que sobrevivir a la dolencia cruel, y no le vi temor ni vacilación,
ni tan siquiera una queja al hablar de ella y de los riesgos que pueda
enfrentar. Por encima de él, estaba en su pensamiento el destino de su
amada Venezuela, de su pueblo digno que tantas lecciones nos ha dado.
Si
pudiera compararle con alguien, inevitablemente, lo haría con nuestro
Fidel. Y es que América ha parido hombres de esta envergadura cuando más
necesita que aparezcan. Eso los hace, ciertamente, imprescindibles.
Chávez
es imprescindible aunque, entiéndase, no me refiero en el sentido
estricto y semántico de la palabra, ya que Chávez no es exclusivamente
ese ser humano, batallador y tenaz, que tanto nos ha inculcado y tanto
ejemplo ha diseminado por doquier. Chávez es, como Fidel, parte de
nosotros mismos, de nuestra forma de ver la vida, de la manera en la que
debemos comportarnos ante las adversidades. Chávez es el reto que
llevamos dentro de nosotros para ser mejores cada día y más útiles para
la Patria que amamos por encima de nuestras propias ambiciones y anhelos
personales.
Estoy
seguro que, como Bolívar, Chávez batallará, corajudamente, lleno de fe,
por vencer este nuevo reto. Tiene para ello un incentivo nada
despreciable: el eterno amor a su pueblo. Y cada uno de nosotros, piense
o no en un Dios, orará respetuosamente porque salga vencedor.
Recuerdo
que hace uno cercano tiempo tuve la oportunidad de hablarle a varios
hermanos venezolanos en mi condición de viejo luchador latinoamericano.
En esencia, les dije, les reclamé cara a cara, admirado por su bella
gente y mi amor eterno a Venezuela, que era necesario que cada uno
recapacitara sobre cuánto era necesario cambiar cada uno para serle más
útil a la Patria, para ser aún más digno compañero de trinchera de
Chávez. Entonces no sabía que la premonición de mis palabras, su
urgencia, cobrarían más importancia e inmediatez.
Aprendamos
de Chávez, como hemos aprendido de Fidel. Hoy, mientras él libra
estoicamente su batalla humana, nosotros debemos librar la nuestra con
entera dignidad. No hacerlo, sería traicionarle y traicionar, de paso,
el bello sueño de una Venezuela mejor y más digna. Ser fiel a Chávez,
como él lo dijo es, primero que todo, ser patriotas.
Estar
más unidos y firmes para las nuevas batallas constitucionales que se
avecinan, no importa cuál sea el contexto político en que debamos de
librarlas, es la mejor forma de honrar a ese ser devenido en gigantesca
masa de pueblo. Dejar a un lado todo aquello que nos envenena la pureza
del alma, los anhelos personales, el malsano afán de protagonismo, la
duda hueca y sin motivo, el resquemor que daña nuestras convicciones,
nuestras indebidas actuaciones que siembran recelos en las masas, es la
única fórmula para honrar a nuestros mártires, a Chávez y a la libre
Venezuela con la que soñamos.
Nosotros,
los latinoamericanos que orgullosamente nos sentimos, sin pedirle
permiso a nadie, también entrañablemente venezolanos, reclamamos a ese
maravilloso pueblo, a los cuadros del PSUV, a los partidos y fuerzas de
izquierda con heroica tradición de lucha, a los miembros de las
izquierdas que avanzan por equivocados derroteros, al contrincante
político no viciado por el entreguismo al sucio amo extranjero, a estar
más unidos que nunca en este momento singular para Venezuela. La Patria
debe estar por encima de todos como madre agradecida.
Nicolás
Maduro y la generación de cuadros emergentes dentro de la Revolución
Bolivariana tienen clara la enorme responsabilidad que asumen para
continuar la obra de Chávez. Ellos merecen nuestra confianza y apoyo.
Ellos deben forjar la unidad y la organización necesaria para que la
Patria camine, airosa y pletórica de dignidad, hacia el mañana. Ellos
sabrán ser inclusivos, siempre que no se ponga en peligro en destino de
la Venezuela que anhelamos. Ellos deben saber enfrentar los retos
políticos que se avecinan.
No
sé realmente, y nadie lo puede predecir, si Chávez saldrá airoso de
este enorme reto por la vida. Yo, particularmente, confío en su
condición de batallador. De lo que si estoy enteramente seguro, es que
Chávez está vivo y estará vivo siempre en su pueblo. Su obra
emancipadora e inclusiva, nunca podrá ser borrada de la historia de
Venezuela, pues él, como Bolívar y Miranda, marcaron hitos de gloria en
la misma. Chavéz vivirá eternamente en nosotros.
Ratifico,
pues, su decisión y admiro su inimitable patriotismo. Seguiré dispuesto
siempre para servirle a mi amada Venezuela, como a mi Cuba amada, como a
mi América toda. Hoy no hay espacio para el desánimo y el dolor. La
espada de Bolívar nos reclama optimismo y fe en la victoria. El 16-D
debe vernos como vencedores.
JORDI PUJOL, 50 AÑOS DE CDC, MÁS EL EMÉRITO.
Hace 1 día
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