Chulo, macarra, despiadado, convencido de tener la sartén por el mango, un político español es un tiparraco que confunde al pueblo con su personal apetito. El líder de la derecha, ante tanta manifestación y tanta leche, ha declarado (después de lo llovido) que “lo fácil es criticar a los políticos”. La izquierda gobernante, mucho más pragmática por eso de tener el poder, ha declarado que “hay que escuchar las voces de los indignados”.
Y así lo ha hecho el presidente Zapatero, mandado a manifestaciones y asambleas, a sus policías camuflados para montar la bronca y provocar detenciones… Síii, no se puede negar, ha salido en todas partes gracias a esos aparatitos de grabación que lleva todo el mundo. Los jundos, vestidos de alternativos, arrastrando a manifestantes hasta los calabozos para majarlos a palos… Qué oficio más vil.
Por supuesto, el portavoz de los rojos, el diario Público, ha lanzado la advertencia: los violentos pueden adueñarse del pacífico movimiento. Y, de hecho, parecen conseguirlo. Unos tipos enormes, vestidos de azul, enmascarados, con todo tipo de armamento de guerra, han hecho varias cargas dejando en puro gritito las espaldas de los tirillas. Por supuesto, esto no es Egipto, sino una democracia.
Los mismos políticos demócratas que hace unos meses, en enero, cuando se levantaron las masas (sin avisar) en El día de la Ira contra su Gobierno (corrupto, caciquil, inútil), alababan el espíritu de lucha democrático del pueblo, en la actualidad se muestran molestos por estas protestas que les lanzan a la cara: sois feos con ganas, cabronazos. Sois corruptos, sois vagos, nos tenéis miedo.
Así están las cosas: las revoluciones populares, están bien si se suceden en el patio trasero del Imperio, en Libia, en Túnez o en Siria. Pero si se cuestionan las sustanciosas fortunas de grandes capitalistas, banqueros, políticos, economistas y demás fauna democrática, la cosa cambia y toman medidas. De momento, con regar las plazas, identificar a los revoltosos, detener y apalizar a algún desgraciado, se conforman.
Pero, con total seguridad, si la cosa va a más, y se tambalea el sistema político que ha permitido la transferencia de rentas de los pobres a los ricos, la reducción de pensiones, la bajada de sueldos, el empobrecimiento masivo de la población, el enriquecimiento de cuatro tunantes, el desempleo, las subvenciones al despido, la bajada de cotizaciones a los empresarios, la eliminación de ayudas y subsidios… Todo ello para “tranquilizar a los mercados”, con total seguridad, si la cosa se sigue liando, en algún momento, algún imbécil con placa, uniforme azul y pistola, va a provocar una tramontana que cuando pase, no va a dejar piedra sobre piedra de todo este tinglado.
Por un Día de la Ira que barra el sistema político de un manotazo: lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.
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