Las corporaciones transnacionales de la alimentación constituyen, desde finales del siglo pasado, la etapa superior del latifundio. Corporaciones como Cargill, Monsanto, Nestlé, Carrefour, Syngenta, Tate and Lyle, United Brand, Del Monte, Archer Daniels Midland y unas pocas más, no sólo poseen o dominan extensiones cada vez mayores de tierra productiva sino que controlan todos los eslabones de la cadena alimentaria: mercados de semillas, fertilizantes, herbicidas, insecticidas y otros insumos, sistemas de acopio, transporte, comercio mayorista y supermercados. En muchos casos controlan también el agua, los combustibles y la maquinaria agrícola. Controlan , además, la genética animal, la producción bovina, porcina, de aves de corral, de huevos, de leche, de piensos, la industria de la carne, frigoríficos y el mercado mundial de sanidad animal. Cualquiera de ellas recibe ingresos anuales por un monto superior al presupuesto nacional de numerosos países.
Actualmente, más de un billón de personas en el mundo padecen de hambre y de enfermedades relacionadas con la desnutrición. La más conspicua felonía de las corporaciones transnacionales es, por tanto, la utilización de enormes extensiones de tierra fértil con el objetivo de obtener materia prima para la fabricación de los mal llamados biocombustibles. Mediante cultivos transgénicos (1) destruyen variedades seleccionadas por el ser humano a través de miles de años y que constituyen patrimonio sagrado y vital de toda la humanidad, sustituyéndolas por otras creadas artificialmente en el laboratorio. Mientras los cultivos de maíz, soya, caña de azúcar, palma africana y otras plantas se utilizan para la producción de etanol o biodiesel y se contamina con agrotóxicos el suelo, las aguas y la atmósfera, millones de agricultores migran a las ciudades y aumentan el hacinamiento y la miseria en los barrios marginales.
En este planeta que cuenta ya con siete billones de habitantes, la agricultura globalizada y controlada por las transnacionales es capaz de provocar hambrunas como jamás se han producido en toda la historia humana. De continuar la tendencia actual, una parte considerable de la humanidad se verá privada de alimentos. Marchamos ciegamente hacia una globalización del hambre y nadie podrá escapar a las trágicas consecuencias.
La existencia y el accionar de las transnacionales confieren una nueva dimensión a las luchas por la reforma agraria. Al antiguo enemigo, el latifundista que sólo era dueño de la tierra, lo sustituye ahora la corporación gigante que lo domina todo, desde la semilla y la tierra hasta el supermercado. A la lucha por la reforma agraria se suman otras reivindicaciones como la soberanía y la seguridad alimentarias, la preservación de la biodiversidad y la salud del planeta. La reforma agraria es –más que nunca antes- inseparable de la lucha revolucionaria imprescindible para el cambio de las estructuras de dependencia.
Los actos terroristas realizados contra la distribución de tierras en el sur del lago Maracaibo, en el Estado de Zulia, en Venezuela, y los asesinatos de integrantes del Movimiento Unificado de Campesinos del Aguán, en Honduras, por solo citar dos ejemplos recientes, demuestran como las oligarquías locales, olvidado ya el maquillaje patriótico, actúan sin pudor y sin tapujos como la parte servil del entramado de filiales y empresas subordinadas o subsidiarias de las corporaciones extranjeras.
El escándalo de la compra por las corporaciones de grandes extensiones de tierra en Africa llevó a la FAO a convocar en los dos últimos años a reuniones y conferencias internacionales. La Vía Campesina (2) en el Foro Social Mundial 2011, que recién tuvo lugar en Dakar, lanzó una campaña internacional contra el acaparamiento de tierras en Africa y en el resto del mundo y difunde un texto reivindicativo al respecto para recabar el máximo de adhesiones. La tierra no puede ser una mercancía más que se oferta al mejor postor y, en consecuencia, hay que condenar la pseudoreforma agraria “asistida por el mercado” que promueve el Banco Mundial.
Los demenciales propósitos de las corporaciones transnacionales de la alimentación, -movidas por el lucro- de sustituir los cultivos que son el sustento de las familias campesinas por otros destinados a la exportación y a la producción de agrocombustibles sólo puede conducir, en muy corto plazo, a la concentración en los suburbios de las ciudades de grandes masas de desposeídos, hambrientos y desesperados. La voracidad de las corporaciones abre la puerta a los estallidos sociales.
El control casi absoluto de todos los eslabones de la cadena alimentaria y la participación creciente del capital financiero especulativo en todos los niveles de la producción y distribución, determinan que las inversiones se dirijan exclusivamente hacia las áreas que producen mayores ganancias, que los precios tengan poco o nada que ver con la oferta y la demanda y que la distribución de los alimentos y la posibilidad de su adquisición estén totalmente desconectadas de las necesidades de la población.
El modelo agro-industrial que imponen las corporaciones no es sostenible: despilfarra y contamina los recursos hídricos, destruye y erosiona los suelos, tiene efectos dañinos sobre la biodiversidad y conduce a la despoblación del medio rural, entre otros males. Apenas ha comenzado y ya está en crisis el nuevo orden mundial alimentario de las transnacionales.
(1) Un organismo transgénico, o genéticamente modificado, es el que contiene material genético proveniente de otra especie e insertado artificialmente.
(2) Movimiento internacional que abarca a 200 millones de trabajadores agrícolas, campesinos pequeños y medios, mujeres del campo e indígenas de todo el mundo que se opone al control de la agricultura por las corporaciones. Surgió en 1993 en Mons, Bélgica.
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