La economía mundial sufrió hace unos años probablemente la mayor crisis de la historia y sin lugar a dudas la peor desde la caída de los mercados y la posterior y consecuente depresión del 1929. Pasaran muchos años, quizás décadas, antes de que las economías se recuperen completamente en términos de la perdida de ahorros y riqueza. Muchos no tendrán tiempo de llegar a recuperarse y simplemente lo perdieron todo.
Es complicado explicar la crisis económica en términos comprensibles. Podría decirse que una de las principales causas fue un progresivo proceso desregulatorio de años en el mercado financiero de los Estados Unidos que permitió una enorme burbuja en el sector crediticio. Las instituciones crediticias se encontraron en plena libertad para vender sus títulos hipotecarios a instituciones secundarias que a su vez titularizaron estos títulos y los vendieron a fondos de inversión y otro tipo de fondos. Estos nuevos productos financieros fueron asegurados y calificados. En pocas palabras: hubo comida para todo el mundo.
A pesar de lo bueno del negocio, el mercado eventualmente se acabo, por lo que las instituciones financieras lo ampliaron emitiendo y vendiendo hipotecas a personas que no calificaban para las mismas. (Las famosas hipotecas “subprime”) Como los bancos vendían las hipotecas, no les importaba demasiado la calidad de las mismas. Lo importante era vender. Quienes las compraban y titularizaban tampoco tenían un interés especial en la calidad, pues eventualmente también las venderían titularizadas, además de que también podían asegurar estos productos. Las calificadoras de riesgo seguían calificando estos productos derivados o derivativos con excelentes calificaciones en parte por la complejidad de estos productos, que no solo se componían de hipotecas de baja calidad, sino también porque recibían jugosas comisiones por las altas calificaciones.
Las hipotecas de mala calidad nunca han sido un buen negocio. Prestarle a los insolventes no es una forma de hacer crecer las inversiones.
Con frecuencia digo que en nuestro país no se ha inventado nada en términos de corrupción. Solo lo aplatanamos, lo hacemos más vulgar, más simple, más descarado, más descarnado.
La “ideota” actualmente es construir unidades habitacionales de “bajo costo”, financiadas con los fondos de pensiones.
Cabria preguntarse: ¿Si es negocio, porque no lo han hecho los bancos privados? ¿Hay capacidad de pago o seguridad de repago en un sector económico fuertemente dependiente de la economía informal, el menudeo y la chiripa?
Lo que estamos intentando hacer ya lo hicieron los norteamericanos: Generar riqueza a partir de un producto no rentable. La diferencia es que en vez de hacerlo por medio de una compleja cadena de productos financieros, titularizaciones y productos financieros derivativos mixtos, asegurados y calificados lo queremos hacer a lo bestia: simplemente invirtiendo el dinero ajeno en un negocio malo.
Es la mejor forma de destruir los fondos de pensiones…
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