La política del amigo-enemigo. Revolución con fraternidad
Hay
circunstancias que vinculan. Decía el Che Guevara en respuesta a una
posible pariente que le escribía con ansias de conocerle: “seguramente
somos parientes lejanos, pero si ud. es capaz de temblar de indignación
cada vez que en el mundo ocurra una injusticia, somos compañeros, que es
más importante”. En primera impresión, la -en apariencia- odiosa
respuesta del revolucionarilo apunta hacia algo fundamental: nos une la
indignación ante la injusticia y eso trasciende cualquier otro tipo de
relación.
Si como sentenció Clausewitz, “la guerra es la continuación de la
política con otros medios”, para muchos la política es la continuación
de la guerra con otras armas. No en vano aún pervive una larga tradición
de hacer política a partir del criterio amigo-enemigo.
El amigo es
quien busca los mismos fines y se enfrenta a sus opositores en el mismo
terreno “legal” previamente acordado. El enemigo es aquel que se opone a
dichos fines y debe ser anulado “políticamente”, es decir,
imposibilitado en todos sus medios.
Mucho hemos perdido los revolucionarios amplicando sistemáticamente dicho criterio. Y decimos que mucho se ha perdido porque, perder un aliado en la lucha contra el capital y el imperialismo es restar fuerzas a la ya desventajosa contienda. Por encima de las diferencias que en vano intentan dirimiese en el plano teórico, a los revolucionarios nos une la necesidad impostergable de hacer realidad ese otro mundo posible, y para esta tarea nunca podrán estorbar aquellos que se indignan ante las injusticias y luchan por un mundo más justo.
Si hemos de utilizar un criterio para hacer política revolucionaria más allá de la real politik, no otra que la fraternidad debe ser nuestra carta de navegación. Fraternidad con todos aquellos que, como decía el Che, son capaces de estremecerse cuando en el mundo ocurre alguna injusticia.
Afirmaba Simón Rodríguez que saber y entender no son lo mismo. No basta con saber que existe el imperio o que el capital necesita de la mujer y el hombre convertidos en raza asalariada. Hay que entender las consecuencias que para toda la humanidad trae consigo la pervivencia de un sistema que atenta permanentemente contra la vida. Ello implica aceptar que quienes luchen por la dignidad de los pueblos nunca podrán ser enemigos.
En tiempos de revolución y de despertar de los pueblos no debe sorprendernos que las armas ideológicas del capital y el imperio logren llevar a sus filas a quienes deberían combatirlos con total abnegación; ya conocemos la manipulación que el capitalismo hace de las conciencias.
Por eso, la fraternidad revolucionaria también se juega en el convencimiento del otro o la otra que pueda estar confundido o confundida. Condenar al obrero por defender al patrono o al excluido por defender su sueño de convertirse en libre empresario, es hacerle el favor a quienes no les interesa otro mundo porque este lo dominan a su antojo.
La fraternidad nos une por las circunstancias. Lograr que más hombres y mujeres abracen la lucha revolucionaria y entiendan que la vida de la humanidad es lo que está en disputa se ha convertido en una necesidad estratégica fundamental. Cultivemos la fraternidad revolucionaria. Hagamos entender a todos y todas que otro mundo es posible, que toda lucha tiene sus dificultades y que los verdaderos enemigos son: el capitalismo y el imperialismo.
Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad
Cap. Venezuela
(Nota: Parte de estas reflexiones fueron inspiradas en conversaciones con el escritor e intelectual cubano Abel Prieto)
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