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Que los americanos no pueden con él…

martes, 13 de agosto de 2013
Por Rosa C. Báez

 
Me recuerdo niña, coreando el estribillo, en “corretajes” con los amiguitos del barrio… me recuerdo también con aquellos “faroles” que mi padre nos hacía a todos, tomando los pomos de conserva  que mami atesoraba, y llenándolos de cocuyos, sintiéndonos brigadistas… me recuerdo ayudando a enseñar a los que no sabían leer y escribir por los contornos… pero mucho antes, recuerdo la gritería un 1º de enero que me hizo llenarme de aquel nombre: Fidel…

 Recuerdo los ómnibus saliendo de mi barrio, no sé con rumbo cuál, para pedirle que no dejara sus cargos porque ¿qué revolución tendríamos sin él?

 Recuerdo la tarde en que una gritería enorme, con decenas de muchachos corriendo detrás de un jeep, me dejaría con rabieta porque no me dejaron correr también detrás, en aquel jeep verde olivo donde todos decían “ahí va Fidel”.

 Recuerdo verlo pasar delante de mí, en una caravana de autos, llegando a la Plaza; también mi emoción desenfrenada en la Ciudad Deportiva, al verlo instalarse en un palco contiguo, mientras con sus manos y su sonrisa pedía cordura, para que continuara el partido de básquet…

 Recuerdo su voz en los altavoces, en mi beca de Ciudad Libertad, dándonos el triste anuncio de la muerte del Che, o mi abrazo sollozante a mis compañeras cuando junto a la madriguera del yanqui anunciaba, “los 10 millones no van”…

 Luego lo recuerdo cuando en la Biblioteca Nacional, por primera vez después de sus “Palabras a los Intelectuales” asistió a la presentación de un libro de Gerardo, el de Los Cinco… recuerdo el orgullo y la emoción de que fuera mi área de trabajo la escogida para servir como puesto de mando… recuerdo verlo, allá delante, a unas filas de distancia…

 Recuerdo la eterna ansia de poder estrechar su mano, recuerdo la alegría de haber sido la portadora de la feliz noticia a los 4 vientos: “Yayabo está en la calle”…

 Pero sobre todo, recuerdo el orgullo infinito de poder responder Sí en Argentina cuando mis interlocutores me preguntaban, a cada paso, si era de “la Cuba de Fidel”.

 Así estás, Fidel de Cuba, en cada uno de mis tiempos. Así estás, Comandante infinito, en cada obra, en cada idea, en cada avance de esta Cuba que es tan tuya como nuestra… en cada hombre que ha estado en tu presencia, como aquél que en otras tierras, conserva intacto en su corazón el día que gritaba en aquella carrera que tú estabas acompañando desde la tribuna presidencial…

 Así estás, hoy en tu 87 cumpleaños, venciendo las tormentas, los infundios, las mentiras: siendo ejemplo para cada revolucionario del mundo, siendo todavía y siempre, aquel de mi coro infantil:

 “Fidel, Fidel, qué tiene Fidel, que los americanos no pueden con él”

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