No parece posible, ni deseable, una vuelta al principio
del s.XXI donde siempre según nuestra perspectiva de “sociedad democrática y
desarrollada” todo iba fantásticamente bien (nunca nos cansaremos de repetir
que para dos terceras partes de la humanidad hace muchísimos años que todo va
indudablemente mal). Decimos que no es deseable, ya que como mencionábamos anteriormente,
la situación de miseria y explotación que estamos viviendo es fruto del mismo
sistema que nos dominaba entonces. Por tanto, sería de necios embarcarnos en
una lucha de la que no podríamos salir jamás vencedores puesto que ningún
resultado nos sería favorable.
En otro artículo de este blog citaba al historiador
Braudel que decía: el capitalismo sólo
triunfa cuando se identifica con el Estado, cuando es el Estado. En mi
opinión no se puede describir mejor la evolución sistémica que hemos vivido a lo
largo de muchos años. El capitalismo se ha identificado tanto con el Estado que
se han fusionado en uno sólo, de tal forma que los intereses de las grandes
multinacionales son los intereses del Estado y todas las políticas dirigidas
por el Estado favorecen directamente a éstas. Esta identificación sólo ha sido
posible después del paso por la sociedad del consumo y del bienestar que
consiguió con creces su principal objetivo: domesticar al pueblo y convertirlo
en esclavo de su propio modo de vida, y después de años y años de
adoctrinamiento educativo que han logrado con éxito su propósito: producir una
generación tras otra de personas sin ningún tipo de pensamiento ni conciencia
crítica (es obvio que estoy generalizando). Por si acaso, para aquellas personas
que ni por esas quedaron convencidas de la benevolencia del sistema, el Estado
ha puesto en marcha su maquinaria, más o menos encubierta, de represión dejando
de este modo el camino franco para convertir esta dictadura capitalista en lo
que ellos denominan estado democrático.
Por todo esto y muchas otras razones que no harían más
que abundar en estos argumentos, nos parece que cualquier intento de construir
una alternativa basada en el Estado y en la legitimación de su papel como
benefactor de la sociedad y administrador de lo común está abocada al fracaso
(además más temprano que tarde). Frente a esta afirmación cabe la alternativa
de construir espacios y realidades al margen de cualquier control estatal. En
este sentido desde siempre, aunque tal vez en los últimos tiempos más si cabe,
se han ido desarrollando proyectos y espacios con un alto grado de autonomía
(qué difícil es escapar del control social) en ámbitos tan dispares pero
imprescindibles como el trabajo, la educación, la salud, el desarrollo comunitario,…
Apoyamos sin reservas estos proyectos basados en la autonomía y la autogestión,
donde la democracia directa es la base de decisión y donde todas las personas
están al mismo nivel.
Sin embargo, no podemos ocultar una realidad. Estos
proyectos son a día de hoy minoritarios, además requieren de una concienciación
y una valentía que no todo el mundo, ni mucho menos, posee (al margen de la
situación personal de cada una). Es necesario apoyar, fomentar y participar de
estos espacios de libertad pero la situación apremia y una revolución de tal
calibre (la que nos llevaría a una sociedad libre sin espacios de poder y sin
explotación) lleva un largísimo camino que, si bien hemos de empezar a andar, no
puede ser excusa para obviar la situación que nos rodea.
En el estado español hay familias enteras que día tras
día se quedan sin un techo bajo el que cobijarse, casi un tercio de la
población infantil pasando hambre, más de seis millones de personas desposeídas
del único modo de subsistencia que el capitalismo permite (el trabajo
asalariado), varios millones viviendo de la caridad o exprimiendo hasta la
última gota cualquier pensión o prestación, recortes en todo tipo de servicios
y prestaciones que precarizan más y más nuestra vida. Estas y tantas otras situaciones
provocan un nivel de angustia e impotencia que llevan en algunas ocasiones a
quitarse la vida ante la falta absoluta de perspectivas de futuro.
La pregunta es obvia, ¿cómo combinar ambas cuestiones?
Una revolución tanto personal como social es imprescindible, pero hay algo
clarísimo: la revolución o es de todos o no será y la situación actual está más
encaminada a la subsistencia del día a día que a la alteza de miras y la
consecución de grandes logros revolucionarios. ¿Entonces?
Sería ingenuo esperar que todo el mundo de repente
comprendiéramos la absoluta necesidad de construir nuestras vidas y nuestra
sociedad al margen del control estatal así pues, ¿qué hacer?
En este terreno, debemos seguir luchando en la defensa de
nuestros iguales frente al canibalismo del capital, más que nunca hay que poner
en marcha mecanismos de solidaridad y apoyo mutuo. La mejor forma de demostrar
que la construcción de la autonomía es posible es demostrándolo día a día, no
podemos encerrarnos en nuestros proyectos y desconectarnos de la realidad; sino
que hay que tratar de ir involucrando al máximo de gente posible desde la
práctica diaria de la solidaridad.
Aquí, también se plantea una cuestión interesante. ¿Cómo
mantenerse al margen de luchas cotidianas cuando el dolor y la muerte de seres
humanos nos envuelven de una forma absoluta? Imposible, hay que estar a pie de
calle peleando incluso por reivindicaciones que nos saben a poco, reformistas y
legitimadoras pero, sin duda, una salida de emergencia para esta situación
asfixiante. Me detengo en tres luchas que me parecen interesantes por diversas
razones.
Por un lado, en el tema de la vivienda hemos visto y
seguimos viendo una enorme movilización social. Sé que la dación en pago no es
solución (aunque sí un alivio) pero lo que me interesa del asunto y lo que
apoyo fundamentalmente es el empoderamiento social frente a los desahucios y la
toma de la okupación como una estrategia cada vez más aceptada por un mayor
número de personas. La acción directa colectiva como forma de lucha es un paso
enorme.
(Por ejemplo http://www.publico.es/457625/la-pah-ocupa-otros-dos-bloques-de-pisos-vacios-en-badalona-y-torrevieja)
Luego, tenemos el camino emprendido por diversos
colectivos sociales por la Renta Básica. Existen múltiples propuestas sobre
este tema, la mayoría de ellas encaminadas a perfeccionar la sociedad de
consumo (aunque para ello, dotando de recursos económicos a todo el mundo), sin
embargo el camino tomado por las gentes de la red de Baladre puesto en primera
línea por los campamentos Dignidad extremeños tiene un factor de construcción
de lo colectivo más que interesante, al tiempo que posibilita el abandono del
trabajo asalariado como método de subsistencia.
(Me refiero a esto https://www.youtube.com/watch?v=m28bPSwSmgY)
Por último, en el ámbito laboral (por desgracia tan
importante a día de hoy) destaco la lucha propuesta desde el anarcosindicalismo
por la jornada laboral de un máximo de 30 horas semanales sin reducción
salarial como estrategia para repartir el trabajo (y de paso un poco la
riqueza).
(Propuesta aquí http://www.cnt.es/noticias/reduccion-de-jornada-30-horas-semanales-sin-reduccion-salarial)
Tomo las tres propuestas como ejemplo y como simples
herramientas de transformación ante la emergencia social que vivimos, pero
destaco lo mucho que pueden servir para que aquellas personas que no están por
la construcción de ese otro mundo posible empiecen a vislumbrar otra realidad
que sirva de impulso para seguir profundizando en su lucha personal y hacia una
revolución social.
Sé que este es un discurso que no gusta a casi nadie;
pero creo que conjugar las dos vertientes: la construcción de espacios
independientes del control estatal y la mejora inmediata de las condiciones de vida
de la inmensa mayoría, es muy importante para poder iniciar el largo camino de
la evolución personal y, sobre todo, de la revolución social.
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