Por Gustavo Robles, Argentina
Hugo Chavez ha muerto. Estaba intentando escribir algo al respecto, pero no sabía muy bien por dónde empezar. Lo primero que tengo que decir es que estoy conmovido, más allá del desenlace previsible y temido, y de las críticas que pueda hacerle desde mi postura ideológica. Es que con el Comandante bolivariano no cabían medias tintas: podemos decir sin temor a equivocarnos que la realidad política de América Latina desde 1998 lo tiene como ineludible referencia, y aún la del mundo entero.
El desdén hacia el marxismo y el leninismo, la instalación a nivel mundial de esa rara acepción "del siglo 21" al socialismo, pero sobre todo casos como el del compañero Julián Conrado y la intromisión en la lucha de clases de nuestro país a favor del proyecto kirchnerista que claramente nada tiene que ver con el socialismo sino todo lo contrario, hacía que todo marxista con coherencia ideológica se incomodara ante esas posturas de Chavez.
Pero hay que saber leer los procesos. También hay que tomar en cuenta el tremendo huracán de sentimiento antiimperialista que desató y encausó la irrupción del líder venezolano, aún en los tiempos en que el neoliberalismo se pavoneaba soberbiamente en nuestro continente. Chávez fue el emergente del enorme descontento popular después de décadas de sufrimiento por la aplicación a rajatabla de las políticas del Consenso de Washington en los países de la región.
Y
lo hizo desde un discurso que asumía nada menos que a la Cuba
Revolucionaria como guía continental para esa lucha, tal vez más en el
plano de lo simbólico que en el ideológico, pero suponía un tremendo
golpe a la comodidad de los “señores” que se creen los dueños de la
Tierra. Hay que rescatarle la capacidad para construir poder y ponerse a
la vanguardia de los sectores más humildes, para colocarse en el centro
de la discusión política mundial desde un país subdesarrollado, para
ubicarse a la cabeza de la resistencia latinoamericana al
neoliberalismo, y para ganar todas las elecciones en las que se
presentó, a pesar de lo cual la burguesía internacional lo tildó
temerariamente de “dictador”.
Chavez
marcó una huella indeleble en la historia de Nuestramérica. Hay un
antes y un después de su figura. Sin él, las corrientes
antiimperialistas que hoy se desarrollan en estas tierras sureñas
marginadas de los placeres del Norte poderoso, no hubiesen sido
posibles. Habrá que cuidar estos procesos de soberanía de los pueblos y
radicalizarlos, porque cualquier paso atrás sería catastrófico para los
que soñamos con un mundo diferente al desigual que hoy vivimos.
Sin
temor a avergonzarme, puedo decir que, después de la desazón por la
caída de la Unión Soviética, hubo dos hechos que yo sentí como aire
fresco cuando parecía que todo estaba perdido: uno, la irrupción en la
Selva Lacandona del Ejército Zapatista. La otra, en 2005 en Mar del
Plata, cuando en medio de la lucha contra el ALCA, rodeado de
mandatarios que se oponían al acuerdo continental propuesto por Bush
desde identidades no definidas y pacatas, hubo alguien que desde las
tribunas del estadio mundialista se atrevió a gritar una palabra que el
establishment quiso borrar de la consciencia mundial: “Socialismo”, dijo
Hugo Chávez.
Nunca
me voy a olvidar de aquél momento histórico. Como tampoco de los
discursos memorables en las Naciones Unidas, denunciando el “olor a
azufre” que había dejado Bush a su paso. Aire fresco. Y eso merece el
máximo de los respetos, al menos de mi parte.
Hugo
Chavez estaba ubicado claramente del lado de la lucha de los pueblos
por su liberación. Era un compañero con el cual podía no compartirse sus
políticas y hasta discutir su postura ideológica, pero los que hoy
festejan su muerte están en las metrópolis imperiales y los que lloran
son los más humildes de estas tierras.
Compañero Chávez, Hasta la Victoria Siempre
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