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“Que no se apague la lucecita”

domingo, 19 de agosto de 2012
Por Rosa C. Báez


 
Dicen -“y no son mentiras mías, aunque pocos lo publiquen”, como comentaría mi admirado Fritz Suárez Silva- que aunque los medios de prensa cubanos y sus órganos de gobierno han probado hasta la saciedad, con detalles contundentes, los hechos acaecidos el 22 de julio de este año, fecha en que perdiera la vida el disidente Oswaldo Payá, por la, repito, probada impericia del joven español Carromero en la conducción del vehículo en que transitaban ambos junto a otras dos personas -el también disidente cubano Harold Cepero, y el ciudadano sueco Jens Aron Modig- hay quienes no quieren perder, a su costa, sus “quince minutos de fama”…

Con testigos, valoraciones periciales y  declaraciones de los sobrevivientes del infausto hecho, los que siguen empeñados en que no se les “apague la lucecita” niegan credibilidad a las informaciones de nuestro gobierno,  mientras aducen que, el mismo día de la muerte de Payá, “la familia recibió mensajes de amigos que residen en España que hablan de un ‘accidente provocado’”… incluso el pinochesco Nuevo Herald llega a afirmar, al día siguiente del manoseado accidente, que Payá murió “después de que el carro en que viajaba fue golpeado varias veces por otro vehículo”, sin absolutamente ninguna prueba que aducir.  El libelo de las mafias miamenses llega a hablar de otro intento de asesinato, con semejante modus operandi, un mes antes. Claro, sin tener tampoco ninguna prueba presentada al respecto. Cosa que, -como todos los “accidentes”, “golpizas” y “secuestros” elaborados por las calenturientas mentes de los que dependen de sus avales de “víctimas del régimen” para engrosar sus billeteras, poseedores además de todos los recursos de las nuevas tecnologías para documentarlos-, por obra y gracia de algún birlibirloque misterioso, nunca consiguen avalar más que con la marca del tirón de alguna cadena, o un video de unos pies temblequeantes o historias, historias, historias…

Sólo dos horas después de la muerte de Payá, mientras los accidentados aún no se habían comunicado con ser viviente alguno fuera de estas fronteras, los testigos atendían la pericia policial y en la carretera nadie usaba siquiera algún inexistente WiFi vegetal, la CNN ya hablaba de complots y asesinatos, la Calandraca se convertía en tiñosa y todo se acoplaba para crear un aura de inestabilidad, misterio, crimen y maldad…

Pero, en “Cuba, las cosas como son”: como bien enunciaba en el artículo homónimo Ángel Guerra, periodista cubano columnista del diario La Jornada: “Desde los días de la guerra de liberación ha sido proverbial el respeto de los revolucionarios cubanos por la integridad física y la dignidad del enemigo”.  Y con total respeto y consideración fueron tratados los dos extranjeros involucrados, a pesar de que también ha sido probado consecuentemente que habían viajado a Cuba con la expresa función de apertrechar económicamente a los detractores de la Revolución y de crear entre nuestros jóvenes grupúsculos disidentes,  verdades estas que son ignoradas por todo el entramado mediático construido alrededor de estas muertes: más de 900 informaciones de prensa y 120 mil mensajes en las redes informáticas, según señalara el Diario Granma en contundente Editorial.

Hoy nos llega a través del ciberespacio una información: que, según las normas jurídicas de nuestro país, se celebrará el 31 de agosto, en el Tribunal Provincial de la ciudad de Bayamo, provincia de Granma -correspondiente al sitio donde ocurrieron los hechos delictivos- la vista oral del juicio a Carromero, para el que nuestra Fiscalía solicita siete años de prisión “por homicidio imprudente, al conducir a exceso de velocidad”. Los fiscales pidieron 3 años y medio de cárcel por cada una de las muertes...

Sin embargo, los familiares que al parecer “llevan la voz cantante” (no he conseguido leer igual cúmulo de artículos sobre los deudos de Harold Cepero), es decir, la viuda, hija y hermano de Payá, han declarado "inocente de todos los cargos" a Carromero, y han reclamado además “una investigación internacional sobre el accidente”, reclamación a la que ha dado voz -sí, les juro- el diario Washington Post, hecho que ha sido reproducido con bombos y platillos por -¡cómo podría ser otro!- el Nuevo Herald.  Y no puedo dejar de recordar a alguien cuya muerte -el Herald y quizá tampoco el Washington Post- no han investigado tal vez como hubieran debido… y hablo específicamente de Gary Webb, el periodista que desenmascaró las oscuras maquinaciones de la CIA en el mundo de la droga.  Sobre él nos dice Jean-Guy Allard:

“Sus revelaciones fueron publicadas por todos los periódicos de la cadena Knight Ridder. Todos... salvo el Miami Herald, vinculado a la mafia narcoterrorista cubanoestadounidense”. Periodistas del conocido sitio web Counterpunch.com, cuentan detalladamente cómo Webb fue víctima de una verdadera campaña destinada a destruir su reputación. “Los diarios Washington Post, New York Times y Los Angeles Times se distinguieron en este trabajo sucio”. 

 

Nuevas investigaciones sobre la CIA estaban en la agenda del periodista, pero el 10 de diciembre de 2008, el cadáver de Webb fue descubierto en su domicilio con la cara destruida por dos proyectiles: el investigador que cubría su muerte, emitió rápidamente su conclusión: Gary Webb se suicidó. El también periodista y escritor James Hatfield -señala Allard- primero en escribir una biografía sobre George W. Bush fue encontrado sin vida en un hotel después de haber sido amenazado de muerte. Las autoridades concluyeron que se trató de un suicidio.

Muertes rápidamente “certificadas”, investigaciones obstruidas como las relativas al derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate en nuestras aguas territoriales, terroristas enjuiciados como mentirosos… todo esto ocurre en las “tierras de promisión” allende 90 millas… Sin embargo, apunta el Post en un editorial: “Creemos que una investigación independiente podría arrojar luz sobre si la antorcha inspiradora de Payá fue apagada por un estado vengativo”.

Nosotros nos limitamos a creer que lo único que buscan, realmente, es que “no se apague la lucecita” que permita a los aprovechados de siempre seguir “levantando la antorcha” y, de paso, seguir cobrando a costa de los contribuyentes norteamericanos, los “dineros del César”.  


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