Por Patricia Arés
En
muchas oportunidades, he preguntado a mis estudiantes cuáles serían las
principales razones para decir que en Cuba es bueno vivir
La
mayoría de las veces sus respuestas están relacionadas con el acceso a
la salud, la educación y la seguridad social y efectivamente, estos son
los pilares de nuestro modelo socialista, pero para las personas jóvenes
constituyen realidades tan asumidas desde la cotidianidad que se tornan
demasiado habituales o quedan congeladas en un discurso que, a fuerza
de repetición, se hace irrelevante.
Yo
me atrevería a decir que existe un modelo cubano de bienestar que se ha
incorporado con tanta familiaridad acrítica que ha quedado invisible a
nuestros ojos o paradójicamente instalado en la voz de muchos de los que
ya no están, luego de haberlo perdido, o de visitantes que viven otras
realidades en sus países de origen. De la vida cotidiana en Cuba, por lo
general se habla de las dificultades, sobre todo de índole económica,
pero pocas veces se escucha hablar de nuestras bondades y fortalezas.
Algunas
experiencias profesionales vividas me han hecho pensar mucho en nuestro
socialismo, visto como cultura y civilización alternativa. Cuando los
psicólogos y otros especialistas participamos en el proceso de lograr el
retorno del niño Elián González, emergió con mucha fuerza este tema.
Más recientemente en consulta, conversando con algunos ancianos
repatriados, con niños que por decisión de sus padres deben irse a
residir a otros países o con jóvenes que han retornado de España luego
de vivir la experiencia de ser echados a la calle por no tener trabajo
ni dinero para pagar la renta, me vuelve a resurgir, a partir de sus
vivencias, la idea del modelo cubano de bienestar.
Recuerdo
cuando Elián estaba en Estados Unidos que el abuelo Juanito le decía
telefónicamente que le estaba haciendo una chivichana para su regreso y
al otro día aparecía en la pantalla televisiva que le habían regalado un
carro eléctrico de juguete que parecía de verdad, si los abuelos o el
padre le decían que su perrito lo extrañaba, al otro día aparecía Elián
con un cachorro de labrador que le habían regalado, si le decían que le
habían comprado un librito de Elpidio Valdés, aparecía Elián vestido de
Batman. Sin embargo, el cariño de su familia, el amor de cuantos lo
esperaron, la solidaridad de sus amiguitos del aula, de sus maestras,
pudieron más que todas las cosas materiales del mundo.
Conversando
hace muy poco con un adulto mayor que tomó la decisión de no regresar a
EE.UU. luego de haber vivido 19 años en ese país, me decía: Es real
doctora, allí se vive muy cómodo, pero eso no lo es todo en la vida,
allá “no eres nadie”, no existes para nadie. Me contaba que se pasaba
largas horas solo en la casa, esperando que los hijos y nietos
regresaran de trabajar y de la escuela, que se quedaba encerrado porque
no podía salir ya que, según ellos, estaba viejo y no lo dejaban
manejar, y que por el día el barrio en que él vivía parecía una maqueta,
no se veía persona alguna, ni nadie tenía tiempo de dedicarte un rato
para conversar. En una visita que hizo a la otra hija que vive en Cuba,
decidió no regresar. Me cuenta que está haciendo ejercicios en el
parque, que juega dominó por las tardes, que les repasa al otro nieto y a
dos amiguitos más, que ha recuperado unos cuantos amigos de la “vieja
guardia” y que con el dinerito que le mandan de allá y la ayuda de su
familia aquí, tiene de sobra para cubrir sus gastos. Usando sus palabras
textuales me decía: “Algunos conocidos me decían que iba a venir al
infierno, pero en realidad, doctora, me siento en el paraíso.
Evidentemente, el modo de vida que ahora lleva no será el paraíso, pero
le genera mayor bienestar”.
Un
día me llevaron a un niño hijo de dos diplomáticos, que vino de
vacaciones y no quería regresar con los padres a la misión donde ellos
estaban trabajando, estaba “alzado”, en plena “huelga”, decía que lo
dejaran con la abuela, que él no quería irse de nuevo, que no le gustaba
estar allá. Cuando pregunté a los padres qué sucedía con el niño, me
contaban que allá tenía que vivir encerrado por razones de seguridad, no
tenía apenas amiguitos con quien compartir después de la escuela, y no
estaban los primos, a los cuales adoraba. Desde que llega aquí es como
si le dieran la carta de libertad —me decían los padres—-, se va para el
parque de la esquina con los amigos del barrio, sale a pasear con los
primos, juega pelota y fútbol en plena calle, se pasa el día rodeado de
los abuelos, de los tíos y de los vecinos. En la entrevista con el niño
me contaba que los primos le decían que él era bobo porque quería
quedarse en Cuba teniendo la oportunidad de estar en otro país y el niño
me decía: “Yo extraño mucho cuando estoy aquí la pizza de peperones,
pero te cambio un millón de pizzas por quedarme viviendo ahora mismo en
Cuba”.
Un
joven que vino de retorno de España, me contaba que se había quedado
sin trabajo y por supuesto no tenía dinero para pagar la renta, que la
dueña le dio tres meses de plazo y al no tenerlo lo echó a la calle,
pero lo más triste del caso es que nadie, ni sus amigos, le tendieron
una mano pues le decían que dada la crisis cada cual “debería
arreglárselas como pudiera” y tuvo que regresar porque la opción que
tenía era o dormir en el metro o virar para la casa de sus padres aquí
en Cuba. Al final, me decía, quienes están prestos a acogerte son los
tuyos.
Me
he quedado pensando en estos testimonios que muy bien podrían servir
para tantos jóvenes que no encuentran bienestar alguno de vivir en Cuba y
que solo imaginan una vida “de progreso” en el exterior o sobrevaloran
la vida afuera como una vida de éxito y oportunidades, pero yo me
pregunto: ¿qué tenemos aquí que falta en otros lugares? ¿Qué
descubrieron el niño, el adulto mayor y el joven que vino de España, a
partir de sus experiencias allá, que nosotros no vemos aquí? ¿Realmente
el modelo de vida que proponen las sociedades capitalistas
contemporáneas constituye actualmente un modelo de bienestar, a pesar de
estar vendido por los medios de comunicación como el “sueño del
progreso prometido”? ¿Hablamos hoy de buena vida o del buen vivir, de
vida llena o vida plena? ¿Necesariamente el desarrollo económico y
tecnológico es lo único que garantiza el bienestar personal y social?
Voy
a hacer un esfuerzo de síntesis a partir de estas experiencias
profesionales en lo que considero radican algunas de las bases de
nuestro modelo cubano de bienestar.
EN PRIMER LUGAR EL NO SENTIMIENTO DE EXCLUSIÓN, EL NO VIVIR “ANOMIA SOCIAL”
Este
es un tema de profundas connotaciones espirituales y éticas. Cuando uno
llega a un barrio en Cuba y pregunta por una persona, por lo general te
dicen: “Vive en aquella casa”. Los cubanos todos tenemos un nombre y
una biografía porque todos tenemos espacios de pertenencia (familia,
escuela, comunidad, centro de trabajo) y de participación social, todos
en nuestra vida hemos asumido responsabilidades, asistimos en el barrio a
las reuniones, a nuestro consultorio del médico, votamos en la misma
urna, compramos los productos normados en el mercado o tenemos el mismo
mensajero. Seguro que en algún momento hemos dicho: “Las mismas caras
todos los días”, pero justo ahí radica un escenario vital de grandes
dimensiones humanistas y solidarias.
La
anomia social o en palabras del abuelo que entrevisté el “Tú no
existes”, resulta una experiencia contraria a la que vivimos en Cuba, es
la experiencia de vivir sin tener un lugar, sin ser reconocido o
advertido, y no se trata de un lugar físico, sino de un lugar simbólico,
un lugar de pertenencia y participación, un lugar que da sentido a la
vida. Vivir en el “no lugar” es sentirse aislado, en soledad
existencial, es sentirse extraño y ese es uno de los problemas del mundo
actual. Incluso los lugares donde hoy coexisten muchas personas, más
que lugares de encuentro son especialmente “no lugares”. Resulta
increíble que en un metro puedan ir diariamente cientos de personas que
no intercambian palabra alguna y que muestran mayor contacto con los
medios tecnológicos en una especie de autismo técnico, que de persona a
persona. Otro “no lugar” son los aeropuertos y los moles (catedrales del
consumo): mucha gente a tu alrededor y absolutamente ningún contacto.
Si te caes nadie te recoge, porque además, existen tantas leyes de
“derechos ciudadanos” que supuestamente protegen a las personas desde
una visión individualista, que nadie te toca no vaya a ser que te acusen
de acoso sexual. Están legislados el “no contacto” y la indiferencia.
Hoy
día la realidad social en otros países hace que cada vez estemos más
excluidos que incluidos. Amén de la existencia de desigualdades sociales
como consecuencia de las realidades económicas actuales en Cuba,
nuestras políticas promueven la inclusión social conducente a borrar la
distancia de género, color de la piel, capacidades físicas, orientación
sexual. Cuba, como sistema social, a pesar de todas las dificultades y
contradicciones, intenta construir un mundo donde todos quepamos, y
donde la reciprocidad humana espontánea se da a partir de estas
condiciones. En “la otra geografía”, en el mapa de la globalización
neoliberal, dividida en clases, los nexos interpersonales están dañados
por disímiles diferencias y los unos quedan alejados de los otros por
fronteras invisibles, que laceran la integridad y la participación.
LOS DIVERSOS ESPACIOS DE SOCIALIZACIÓN
Los
espacios de socialización son muy importantes en la vida, el entramado
social es el recurso, el sostén para todo sujeto, pues está claro que
ciertamente es en él que una persona puede desarrollarse en su potencial
con plenitud. Las familias viven actualmente en aislamiento en muchas
partes del mundo y mientras mayor es el nivel de vida, mayor es el modo
de vida enclaustrado. Nadie conoce al vecino de al lado, nadie sabe
quién es, dentro de las casas los miembros no tienen muchos espacios
cara a cara, porque la invasión de la tecnología es tal que un padre
puede estar chateando con un colega en Japón y no tiene la menor idea de
lo que le sucede al hijo en el cuarto contiguo. En estudios que se han
realizado en diferentes partes del mundo, el tiempo de conversación
mirándose a los ojos, que un padre (especialmente el papá) dedica a sus
hijos, no pasa de 15 minutos diarios.
Uno
de los grandes impactos del modelo capitalista hegemónico actual es el
poco tiempo para la familia u otros espacios comunitarios, los días
entre semana la familia como grupo “no existe”, los horarios extensivos e
intensivos de trabajo, el pluriempleo de los padres para poder
solventar las cada vez mayores exigencias del consumo, hacen que
aquellos viejos rituales y tradiciones familiares se hayan desterrado de
la vida cotidiana. Los psicólogos y sociólogos de muchos países
plantean que el mayor impacto de esta realidad son la soledad infantil y
la ausencia de vínculos en el anciano. Muchos niños de la clase media o
media alta llegan de la escuela sin que asome en el hogar un rostro
adulto hasta horas avanzadas o permanecen con una nana que brinda
comida, pero no puede suplir el afecto y la atención de los padres.
Los
medios tecnológicos aparecen como el antídoto a la soledad, pero sin
ninguna restricción de los adultos, lo que puede producir adicción a los
videojuegos, incrementar la violencia e incentivar la erotización
temprana. Es poco frecuente que los niños o adolescentes dispongan en el
mundo de hoy de las plazas públicas, las calles y los parques al aire
libre como lugares de encuentro porque no hay seguridad ciudadana para
ello. Los universos espacio-temporales de la red urbana destinados a la
juventud, son vistos por los adultos como lugares de amenaza y peligro
más que de esparcimiento y construcción de lazos sociales. En Cuba los
parques y las plazas siguen siendo lugares de socialización de
diferentes generaciones.
La
familia cubana está tejida en redes sociales de intercambio, con los
vecinos, con las organizaciones, con la escuela, con los parientes,
incluidos los emigrados. Lo característico del modo de vida de los
cubanos son los espacios de socialización, el tejido social que no
excluye y deja sin nombre a nadie. Yo diría que la célula básica de la
sociedad en Cuba, además de la familia como hogar, la constituye la red
de intercambio social familiar y vecinal, ese tejido social en redes,
representa una de las fortalezas invisibles más grandes que tiene el
modelo cubano de bienestar, es ahí donde radica el mayor logro de
nuestro proceso social, la solidaridad social, la contención social, el
intercambio social permanente. Ese capital es solo perceptible para el
que lo pierde y comienza a vivir otra vida fuera del país.
A
pesar de que tenemos dificultades económicas y problemas no resueltos,
la familia en Cuba existe. La familia cubana comienza a vivir
intensamente después que los niños salen de la escuela y los niños,
jóvenes y adolescentes hacen vida familiar-comunitaria a partir de su
salida de los centros escolares. La vida familiar en Cuba no se produce a
puerta cerrada. La puerta de un hogar cubano puede ser tocada muchas
veces por los agentes de fumigación, por los vecinos, por la enfermera,
por los dirigentes de base, por los “puerta-propistas”. Hay que salir
diariamente al mercado, ir a casa de los vecinos para recoger mandados,
botar la basura, ir a la farmacia, buscar a los niños en la escuela. La
vida familiar en Cuba es multigeneracional, donde todas las edades se
mantienen interactuando, la mayoría de los adultos mayores no viven en
asilos, su verdadero espacio por lo general es la comunidad.
LA SOLIDARIDAD SOCIAL A CONTRACORRIENTE DEL INDIVIDUALISMO
En
el escenario internacional actual el bien individual es más importante
que el bien social, el modelo de desarrollo económico pone a las
personas ante el deseo de vivir “mejor” (a veces a costa de los demás)
por encima del vivir todos bien. Hoy día la gente dice “yo no le hago
mal a nadie, que nadie se meta en mi vida, a mí me gusta, a mí me va
bien, es mi cuerpo, es mi vida, es mi espacio”, eligen la actuación que
maximice los beneficios y las ganancias. El “nosotros” se sustituye por
el “yo”. La conducta egoísta en este mundo hegemónico actual es
denominada y bien ponderada como “racionalidad instrumental” cuando en
realidad esa racionalidad lo que esconde es una gran insensibilidad
social.
En
nuestro país existe la solidaridad social, aunque hoy vivimos una
suerte de paralelismo entre nuestros comportamientos solidarios y la
insensibilidad de algunas personas. La socialización del transporte o
“botella”, por ejemplo, el hacer de tus vecinos, tu familia, la
socialización vecinal de teléfonos particulares, el pasarse los
uniformes escolares, algunas medicinas, el brindar tu casa particular
como aula después de un ciclón que afectó la escuela, son ejemplos de
nuestro intercambio solidario. Me contaba una joven que estudiaba en la
escuela Lenin que en el grupo de sus amiguitas, además de ser una
práctica generalizada de los grupos, se juntaba cada semana lo que
traían de la casa para repartírselos equitativamente y así todas comían
lo mismo, independientemente de que algunas podían traer más cosas y
otras no traían casi nada. Para ellas lo más importante eran la amistad y
la hermandad.
LA CREATIVIDAD E INTELIGENCIA COLECTIVAS
En
Cuba, además de que puedes conversar y tener múltiples intercambios
sociales, puedes darte el lujo de una buena charla con muchas personas.
Todos sabemos de algo, todos podemos dar una opinión o podemos tener
buenas ideas, tenemos cultura política, cultura deportiva o algunos
saben mucho de arte. Tenemos capital cultural acumulado y eso es parte
de nuestro patrimonio social y del bienestar invisible. No somos para
nada ignorantes, resultado de los niveles educacionales alcanzados. Los
cubanos y las cubanas impresionamos por nuestra capacidad para
conversar, para emitir ideas y criterios. Uno de los grandes problemas
que tengo como psicóloga clínica, cuando atiendo a las personas, es que
se me va el tiempo, porque estamos acostumbrados a conversar, algunos me
traen una lista de cosas escritas para que no se les escape lo que
desean decir. Estamos acostumbrados a regalarnos tiempo y eso es un lujo
en los momentos actuales, cuando nadie tiene tiempo que ofrecer, donde
en todas partes del mundo se vive el síndrome de la prisa.
En
mis visitas a impartir docencia a países latinoamericanos, en los
trabajos de estudios de familia que deben presentar en clases, los
estudiantes presentan una realidad familiar-social que me deja perpleja,
por la carga de problemas sociales acumulados, no solo en familias
pobres, sino de cualquier clase social. Me doy cuenta, por lo que
escucho, de que nosotros estamos a siglos de distancia, porque el tema
no es económico, sino de ignorancia, de pobreza mental acumulada, de
estigmas sociales, prejuicios de clase, de género, de raza, violencia
contra la mujer, soluciones mágicas a los problemas sin fundamento
científico, abuso sexual infantil, poligamia, taras genéticas por una
sexualidad irresponsable o sexo entre parientes, todo ello son problemas
cotidianos. Son los problemas asociados al desamparo social, a la
ausencia de programas sociales de prevención. Para nosotros es excepción
lo que para ellos es cotidiano.
Como
profesora siento que nuestra población es culta y desarrollada, y lo
vivimos sin apenas darnos cuenta y aunque lo cotidiano aparenta ser
intrascendente, es el gran telón de fondo de la historia. Algunos
jóvenes emigrados suelen darse cuenta de esta realidad social tan
diferente con la que tienen que aprender a lidiar.
¿CÓMO POTENCIAR NUESTRO MODELO CUBANO DE BIENESTAR?
El
nuevo modelo económico tiene, entre sus objetivos, incrementar la
productividad. Con el nuevo modelo económico el gran desafío es
fortalecer nuestra propuesta cubana de bienestar que representa una
alternativa al anti-modelo dominante, una concepción que también
comparten y reiteran prácticamente todos los pueblos indígenas del
continente y del mundo y proviene de una larga tradición dentro de
diversas manifestaciones religiosas. Todas estas visiones, incluida la
cubana, es que el objetivo global del desarrollo, que no es tener cada
vez más, sino ser más, no es atesorar más riqueza, sino más humanidad.
Se expresa en su insistencia en vivir bien en vez de mejor, lo que
implica solidaridad entre todos, prácticas de reciprocidad y el deseo de
lograr o restaurar los equilibrios con el medio ambiente y a la vez
mejorar las condiciones de vida de la población. Sin embargo, la mejora
en las condiciones de vida no va a revertir sola los problemas de índole
social que hemos acumulado. La dimensión económica no puede aislarse de
las dimensiones sociales, culturales, históricas y políticas que
otorgan al desarrollo un carácter integral e interdisciplinario, para
recuperar como objeto fundamental el sentido del bienestar y del buen
convivir.
No
hay que ser un científico social para percatarnos de que, al margen de
las condiciones de vida, en nuestro país existen muchas personas y
familias que más que pobreza material ya tienen instalada la pobreza
espiritual. Algunas familias tienen pobreza mental, expresada en sus
estrategias de vida alejadas de los más elementales comportamientos
decentes, en sus patrones de consumo distantes de la realidad de nuestro
país, cercanos a la tenencia material superflua, en sus aspiraciones
alejadas del bienestar común. Ahí radica la cultura de la banalidad y de
la frivolidad propia del modelo hegemónico actual.
La
acumulación de problemas materiales producto de la cruenta crisis
económica de la década de los 90, ha deteriorado sustancialmente los
valores a nivel social. Los valores no son solo principios, sino que
deben ir acompañados de comportamientos, para que no pierdan su
eficacia. Si desde las prácticas contradecimos los principios, pues
estamos ante una crisis de valores.
Cuba
no está ajena a las influencias hegemónicas del actual mundo unipolar y
supuestamente global, hay que continuar tratando de construir un modelo
de bienestar alternativo “a la intemperie”, bajo todas las influencias
que genera la colonización de la subjetividad, incluyéndonos, a pesar
del efecto modulador de nuestras políticas sociales. En el mercado no
valen los ideales, sino la capacidad de consumo, los no consumidores se
vuelven seres humanos “no reconocidos”, excluidos de todo tipo de
reconocimiento social.
Existe
hoy en el mundo una sobresaturación de información, algunas muy buenas,
pero otras plagadas de mediocridad y superficialidad. Los medios de
comunicación del actual modelo hegemónico fomentan la banalidad con tal
de vender más. Somos atiborrados con entretenimientos, novelas, series y
películas de violencia que tienen un poder de encantamiento increíble
porque atrapan, pero se corre el riesgo de ser arrastrado al ocio y a la
adicción (drogas, alcohol, sexo promiscuo, dinero fácil, juegos de
azar, videojuegos).
Cuando
Gandhi, Premio Nobel de la Paz, señaló los siete pecados capitales de
la sociedad contemporánea se refirió precisamente al contexto global en
el que nos encontramos inmersos: Riqueza sin trabajo, Placer sin
conciencia, Conocimiento sin utilidad, Comercio sin moralidad, Ciencia
sin humildad, Adoración sin sacrificio y Política sin principios.
Por lo general, la publicidad y el mercado asocian el bienestar al placer, al tener, al éxito, al estatus.
Es
cierto que si no tenemos mucha cultura, la tendencia a pensar que en el
tener está el bienestar y dejarnos atrapar por todas las propuestas de
consumo crece como “hierba mala”, es someternos a la ignorancia. La
ética del ser requiere de una formación moral, una preparación, una
educación familiar, en general una educación de mayor envergadura, y a
eso es lo que tenemos que apostar como sociedad.
FOMENTAR LA SOLIDARIDAD SOCIAL
Con
el fortalecimiento del trabajo por cuenta propia, la comunidad
constituye el espacio vital de muchas familias.
Familia-comunidad-organizaciones-trabajo se fortalecen en sus vínculos.
Sin embargo, los nuevos escenarios constituyen una magnífica oportunidad
para fortalecer la vida comunitaria, además de potenciar el trabajo en
beneficio del bienestar común. Cuba aporta la diferencia en el sentido
de solidaridad y responsabilidad social que hemos incorporado.
Se
hace necesario potenciar una cultura solidaria y una responsabilidad
social que sirva de antídoto a la penetración de la cultura del mercado.
Es importante que la gente mantenga su eticidad solidaria, que no se
fragmente el proyecto colectivo. Aunque el nombre, y no la idea del
trabajo por cuenta propia sugiera una cierta desconexión social, que no
representa nuestra ética solidaria.
FORTALECER EL ESPACIO COMUNITARIO
La
familia y la comunidad han ganado en importancia en Cuba como
escenarios de la vida en los tiempos actuales. Cuando algún visitante
observa nuestro modo de vida comunitario, en ocasiones refieren que
antes en su país se vivía así, pero hace más de diez años que ya se vive
a “puertas cerradas” y a “casas vacías durante gran parte del día” Esto
se debe, en su mayor parte, al surgimiento de nuevas tecnologías, a
horarios laborales cada vez más extensos, a la frecuencia con la que
cambiamos de trabajo y casa, y a ciudades cada vez más grandes y
pobladas. El crecimiento exacerbado del individualismo está haciendo
cada vez más difícil encontrar una sensación de comunidad. La comunidad
ha sido reducida al núcleo familiar mínimo, y en estas circunstancias es
muy fácil caer en el aislamiento, que conlleva a la soledad y la
depresión, creando un gran colapso social, con resultados tan drásticos
como incrementos en violencia, abuso de drogas y enfermedades mentales.
Cuando
las personas de todas las edades, grupos sociales y culturas sienten
que pertenecen a una comunidad tienden a ser más felices y saludables, y
crean una red social más fuerte, estable y solidaria. Una comunidad
fuerte aporta muchos beneficios, tanto al individuo como al grupo en sí,
ayudando a crear una mejor sociedad en general. Nuestro gran desafío es
que nuestras puertas no se cierren, que no perdamos la sensibilidad por
los otros, por nuestro barrio y entorno, que sigamos preocupándonos por
el bien común.
Las
diferentes formas de inserción a la economía no han deteriorado
sensiblemente el tejido social existente, no somos una sociedad
estratificada en clases sociales, sino tejida en redes familiares,
vecinales y sociales, mantenemos una ética solidaria.
Una
aspiración importante es que en la comunidad se encuentren soluciones
novedosas a muchos de los problemas sociales que tenemos basado
fundamentalmente en esa visión de la comunidad como espacio potenciado
en la solución de los problemas. Para ello se necesitará una mayor
dinamización de la comunidad en su capacidad para influir en las
problemáticas locales.
Es
importante mantener la implicación de los ciudadanos en la vida social,
preservar el cuidado de nuestros espacios, el respeto a los ancianos,
los niños, las mujeres, las personas con alguna discapacidad y sobre
todo, mantener la responsabilidad social en la educación de las jóvenes
generaciones.
Tomando
en consideración todos estos elementos, considero que tenemos una gran
responsabilidad social de no perder nuestro modelo cubano de bienestar,
que nuestro país cuenta con condiciones sin precedentes para marcar la
diferencia, que es preciso continuar resistiendo a la colonización de la
cultura y la subjetividad, que el gran desafío es seguir proponiendo
otros modelos de ser humano y de colectividad que realmente indiquen
caminos de verdadera humanización.
(Fuente: Kaos en la Red)
Tomado de Cubadebate
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